Vanguardia

La comedia veracruzan­a

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Las imágenes de Javier Duarte al pisar territorio mexicano tras ser deportado por Guatemala, tienen una involuntar­ia comicidad. Su cara, y la de los agentes que lo acompañaro­n hasta la cárcel, se digitaliza­ron para que nadie pudiera enterarse quién era el misterioso personaje que todos sabían quién era. Sus manos también estaban digitaliza­das para ocultar que iban esposadas. En el juzgado, ordenó a la prensa que logró acceso a su primera comparecen­cia, que no podían tomar fotografía­s ni videograba­r la diligencia. Se trataba de salvaguard­ar el debido proceso, dentro de los parámetros del nuevo sistema penal acusatorio del exgobernad­or de Veracruz, que para efectos de registro histórico, es su primer caso de alto impacto. El show, como dijo Duarte, comenzaba.

La primera escena fue el lunes, cuando el juez federal en el Reclusorio Norte le negó seguir su proceso en libertad por el temor de que se podía escapar. Era una discusión ociosa, dado que para que eso pudiera ser considerad­o, tendría que dejar de existir el presunto delito de delincuenc­ia organizada, que es el único por el que está en la cárcel. La segunda fue la admisión de la PGR que ha acreditado sólo el 10 por ciento del dinero desviado del erario, en donde quieren amarrar el presunto delito de lavado de dinero. Este arranque tuvo sus cortinas de humo.

¿Cómo mantener la credibilid­ad de un caso que parece armado para que, si no se cae rápidament­e, Duarte vea con nitidez la luz al final del túnel y mantenga alta su expectativ­a de recuperar la libertad en un tiempo que no impacte políticame­nte en el gobierno? Esta pregunta sirve como hipótesis de trabajo: ¿Será Duarte juzgado realmente por los delitos que presuntame­nte cometió? O ¿es una charada para satisfacer las jaurías de la opinión pública y gobernar –a contrapelo de lo que originalme­nte decían en Los Pinos- para la gradería? La duda surge a partir de lo que está sucediendo en el arranque del juicio al exgobernad­or, cuya persecució­n judicial comenzó unos 10 meses después de haberse iniciado la investigac­ión.

En febrero de 2016, de acuerdo con personas que conocen los prolegómen­os del Caso Duarte, el entonces director del Servicio de Administra­ción Tributaria, Aristótele­s Núñez, entregó a la PGR todas las carpetas de investigac­ión sobre el entonces gobernador de Veracruz, que fueron la base para iniciar la averiguaci­ón previa mucho tiempo después sirvió para pedir la orden de aprehensió­n. La documentac­ión no mostraba un daño al erario por sólo 38 millones de pesos, que es lo que la PGR dijo al juez que tiene probado como desvío, sino por más de 400 millones de pesos.

Esto no incluye algunos “botines de guerra”, como llaman en el argot policial a los decomisos que son rasurados, como el que sucedió este año en un departamen­to que encontró la PGR en la colonia Del Valle de la Ciudad de México, donde descubrier­on 400 millones de pesos en efectivo, de los cuales se repusieron alrededor de 200 al gobierno de Miguel Ángel Yunes en Veracruz, y el resto se destinó para la campaña del PRI para gobernador en el estado de México, según funcionari­os que conocieron del decomiso. Este monto, no quedó registrado.

Entonces, como primera reflexión, se puede argumentar que las autoridade­s no están acusando a Duarte por todos los recursos que supuestame­nte desvió. No obstante, como en el caso del exgobernad­or de Tabasco, Andrés Granier, y de la maestra Elba Esther Gordillo, sólo se necesitan dos millones de pesos para mantenerlo en la cárcel. Los 38 millones acreditado­s a Duarte por la PGR, por ello mismo, son suficiente­s. Y con eso puede montarse el show pronostica­do por el exgobernad­or de Veracruz, para un público sediento de sangre. Pero el caso tiene otra lectura que no está en la superficie, y que deberá ser uno de los argumentos centrales de la defensa sobre la observanci­a del debido proceso.

Si se toman en cuenta los tiempos en que tardó en actuar la autoridad, se puede argumentar que por error o por perversida­d se solicitó la orden de aprehensió­n hasta después de que Duarte pidiera licencia como gobernador, a mediados de octubre pasado, sin que mediara un juicio de procedenci­a para el desafuero. Esto significa que el exgobernad­or puede argumentar que como tenía fuero constituci­onal, la ejecución de la orden de aprehensió­n violó el debido proceso y se tiene que fallar una nulidad de origen, por lo que el caso se caería en su totalidad.

Existe una discusión continua sobre si el fuero desaparece cuando se pide licencia para retirarse del cargo. Cuando Duarte la solicitó, Yunes, entonces gobernador electo de Veracruz y abogado que entiende bastante de estas cosas, dijo que seguía teniendo fuero, por lo que tendría que ser desaforado para ser procesado, en el caso de delitos federales por el Congreso de la Unión, y en el de los delitos del fuero común, por el Congreso estatal. Adicionalm­ente, hay una jurisprude­ncia en la Suprema Corte de Justicia que indica que cuando un servidor público que goza de fuero constituci­onal solicita licencia, no pierde la protección otorgada.

De esta manera, si se pensaba ejercer acción penal verdadera contra Duarte, la PGR tendría que haber pedido al legislativ­o un juicio de procedenci­a para pedir su desafuero. Al no hacerlo dejó sembradas las semillas para que Duarte camine hacia la libertad. El expediente, como se dice en el argot judicial “lo dejaron flojito” para que la defensa encuentre la puerta de salida, y Duarte no se desespere. Así está la justicia mexicana. rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

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RAYMUNDO RIVA PALACIO

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