Libertad pese a todo
Creo que debemos luchar por nuestros derechos en todos los terrenos. Sería estupendo que intereses e ideologías no nos hicieran perder la claridad ni el rumbo. Esta vez reflexiono sobre atropellos en China, pero lo dicho vale aquí y en China.
Trescientos tres seres humanos —entre mil trecientos setenta y un millones de personas que pueblan China— cometieron “un crimen” y algunos pagaron con cárcel, en especial Liu Xiaobo, pensador, escritor y crítico literario que falleció hace unos días. Acusados de “incitar a la subversión” mediante un desplegado en el que pedían al Gobierno que reconociera los derechos humanos de libertad e igualdad; libertad de prensa y autonomía del poder judicial. Conocí el caso a principios de 2009, ese diciembre, Liu Xiaobo fue condenado a once años de prisión.
Estos hechos muestran una cara del gigante asiático que pocos quieren tocar, ventilar o discutir. ¿Para qué?, dicen. Hay miles de millones de dólares de por medio, productos de todas clases y mano de obra baratos. Los políticos que se reúnen con el Dalai Lama o con representantes del gobierno de Taiwán, contrarios a Beijing, suelen ser advertidos del profundo malestar que provocan en la dirigencia del Partido Comunista Chino, los más optan por no poner en riesgo las relaciones de negocio.
En 2009 inicié mi labor en el Congreso federal, buena parte de mi trabajo fue la política exterior mexicana, como integrante de la Comisión de Relaciones Exteriores y como subcoordinador del grupo parlamentario para diversos temas, entre ellos los de política exterior. Diariamente me esforzaba por acopiar información sobre el acontecer mundial. En 2010 se anunció que Liu Xiaobo fue galardonado con el Nobel de la Paz. Como estaba en prisión, no pudo recibir el premio. El régimen chino ignoró todos los llamados de clemencia.
En esas fechas la Cámara de Diputados ofreció una recepción al cuerpo diplomático acreditado en México, pocos días después compareció la Secretaria de Relaciones Exteriores. Tenía fresca una lectura sobre Corea del Norte, debida a la pluma de una periodista del Los Ángeles Times.
En la recepción, el entonces Subsecretario de Relaciones Exteriores me presentó con el Embajador del Corea del Norte en México. Pude contener mi molestia y, para evitar un roce infructuoso, me disculpé para departir con otros asistentes. Me causó gran repulsión ver al personaje tan campante en mi país, mientras su Gobierno se alzaba como el más cerrado del planeta, con desastrosas consecuencias para su pueblo.
Procuré prepararme a profundidad para la comparecencia de la Canciller, Patricia Espinosa. El tema de China era obligado, y yo añadí Corea del Norte y Cuba. Al respecto la burocracia de Relaciones Exteriores sabía que los parlamentarios del PRI y PRD no darían problemas. Con el PAN en el Gobierno, les sería relativamente sencillo dar línea.
Sondearon mi postura y, honestamente, les dije que me proponía fijar una posición clara sobre el tema internacional del momento: Un Premio Nobel de la Paz no podía recibir su merecido galardón por estar preso por defender la libertad y los derechos humanos en su país.
Presiones pragmáticas y “realistas”: “El asunto incomodaría a la Embajada China”, no sería bien visto en tal y cual edificio. (Hay ciertos burócratas atribuyen a los edificios la capacidad de sentir y hablar).
Reflexioné a fondo, “no sería bien visto”, y no sería fácil exigir al gobierno panista una posición congruente, como habían hecho las democracias europeas.
En el salón de la comparecencia, un compañero de partido me hizo una última petición “de parte de...”. Acusé de recibo y me senté. Expresar lo que debía; o acatar la línea y callar, tendría el mismo resultado. Nada iba a cambiar por mis palabras y sólo me ganaría el disgusto de “los jefes”.
Pedí la uso de la voz, para hacer lo que aprendí en casa. Hablar con libertad. Nunca había estado tan sólo en una batalla que sabía perdida, porque ni mi partido me iba a defender. Fue rudo y por momentos muy interesante. Expresar mi posición en defensa de los derechos humanos en México y en el mundo, no cambió absolutamente nada, menos aún la suerte de Liu Xiaobo, que recientemente falleció de cáncer, tras años de no ser atendido en prisión.
Logré un triunfo monumental en mi persona. Ejercí mi libertad, libertad a la que todo mexicano tiene derecho, derecho natural con el cual nacemos. Derecho y libertad con el que nació y vivió Liu Xiaobo dentro o fuera de prisión. Porque no hay mayor libertad que aquella que ejercen las personas en la adversidad y en la represión.