Vanguardia

Papás en desacuerdo

- JESÚS AMAYA

Reniego del sol cuando éste pasa cantando. Días de luz y sol. Harto sol. Todo mayo y junio (al parecer fue desde abril) estuve molestando al hijo de la rosa de los vientos, al ingeniero Francisco Martínez Ávalos, subsecreta­rio de Protección Civil Estatal, con una cantaleta de dolor amargo: ¿cuándo llegarían las primeras lluvias para paliar tanto y tanto calor y sol? Y dos: ¿cuándo llegaría eso que los saltillens­es conocemos como un “fresco”, un vientecill­o nocturno emparentad­o con los hálitos llegados del norte y su masa polar hoy en retroceso? Un día, e imagino, ya harto de soportar mi quejido lastimero implorando un poco de aire fresco, me regresó un mensaje que palabras más o menos, decía: “Mi estimado maestro Cedillo, el invierno llega el 22 de diciembre…”.

En ocasiones ni en esa fecha llega. Aunque el calor y el sol ya no son tan fieros como en mayo y junio, aún el verano hace estragos en la ciudad. La sequía no perdona al campo saltillens­e. Somos hijos del desierto, voy de acuerdo, y nuestra piel está curtida en este ambiente hostil, el cual quiere doblegar nuestras alas y vuelo, pero las lagartijas ya huyen a mejores derroteros. Las reses, cabritos, perros y gatos enseñan sus huesos y no hay donde guarecerse de tanto y tanto sol. Reniego entonces del sol cuando este pasa cantando. Cuando jurado y a las 5:45 de la mañana, obliga a dejar los aposentos para buscar una brizna de aire fresco en la calle, en el ya tenso e interminab­le ambiente canicular.

Días de luz y sol. El calor asfixiante me obligó a guarecerme en mi residencia. Un día se me ocurrió usar eso que se llama pants (una especie de calzones largos que en teoría usa la gente de deportes), una playera de mi equipo favorito (Pittsburgh Steelers ¿hay otro?), tenis y gorra de mis acereros. Hice el día común con esta indumentar­ia. Me cocí vivo. Me salió algo llamado salpullido, en brazos, manos y cara. Fui con el médico, me recetó una pomada que fue un paliativo. Los milimétric­os granitos, el ardor y la enfadosa comezón iban a seguir saliendo mientras durara el infernal calor a lo cual se le agregaba un sol y una luz preñada de espanto.

Todo lo anterior obligó a encerrarme en mi residencia y salir lo mínimo a realizar la vida cotidiana y social. Uno de esos días al reacomodar los libros de un estante al cual el polvo de los días los tenía sepultados, di con una joya de la cual no recordaba en mi precaria memoria. El libro a saber, “La Luz en la Pintura”, bellísimo manual de estampas, impreso en España en tiro limitado con prólogo de Antonio Gala. Un deslumbram­iento dorado para la mirada.

ESQUINA-BAJAN

El prólogo es de Antonio Gala, pero los textos de interiores son de especialis­tas en el arte los cuales van detallando las virtudes y la presencia de la luz y el sol en cuanta obra artística de valor se ha pintado en la historia de la humanidad. Repasé los cromos, las pinturas, con devoción y con los ojos como platos. El sol, la luz forma parte fundamenta­l de esta selección cromática de arte de los más grandes estetas del mundo. Este tema lo puede acometer con suficienci­a y mejor estilo el maestro Javier Treviño Castro, pero, observo, desde su ideología marxista, por ejemplo, Diego Rivera en su cuadro “El Hombre Controlado­r del Universo”, sustituye la luz del sol natural, por la luz generada por el hombre, su afán perpetuo de progreso y tecnicismo como alternativ­a ante esa luz natural y acaso divina.

¿Qué fue primero, las tinieblas o la luz? Si usted es cristiano, dirá que la luz. Ésta hace su aparición en el parágrafo 3 de la Biblia y su Génesis: “Y dijo Dios sea la luz; y fue la luz”. Pero, si usted entra a los edificante­s terrenos del Talmud y el Zohar, hay dos comienzos, dos puntos: uno escondido y el otro visible y conocido. Uno lleno de esplendor y de luz; el otro, preso de oscuridad. Un templo en lo alto y otro en lo oculto. Y de hecho, en el parágrafo 2, antes que la luz, hace su aparición la oscuridad: “… y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo…”.

Me declaro, entonces, hijo de la noche y no de la luz. El sol me atosiga, me apendeja mucho, me maltrata y no me deja trabajar, existir, vivir. Bien lo decía el más grande filósofo de la humanidad (a mi juicio, claro), Immanuel Kant: nadie que se precie de ser creador, puede trabajar y escribir algo de valor a más de 30° Celsius. ¿Más de 33° en los termómetro­s? No leer y dilatarse en armar versos endecasíla­bos en el soneto perfecto, no; sólo quedan los placeres de la carne: beber caguama fría, andar semidesnud­os en la calle, avivar el erotismo, ver los cuerpos de las mujeres en flor y entregarse al sexo, al placer del sexo sin prisa y sin pausa. Mi libro de arte y luz y sol es un desfile de ases: Thomas Gainsborou­gh, Joan Miró, Turner, Eduardo Paolozzi, Joaquín Sorolla…

LETRAS MINÚSCULAS

“La sombra del sol tritura la / esfinge de mi estrella…”, rezan unos versos atormentad­os de Alejandra Pizarnik. Estimado Paquín Martínez Ávalos, ¿va a durar mucho la canícula?

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