Vanguardia

Corrección o decencia

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de la LGBTTI deberían hacerlos jabón de olor como en los tiempos del tío Adolph!”.

¿Estamos? Uno es un gazapo y el otro, síntoma de estupidez galopante.

Se pone peor, mucho peor, cuando el agravio, fáctico o presunto, se comete en contra de la mal llamada y peor descrita “equidad de género”. Un comentario desafortun­ado y la mitad de la población mundial se pone en contra de un solo hombre, lo que no entraña mayor desafío, a menos que, claro, hablemos de la mitad más intensa y hormonal… (¿Qué? ¿A poco no?)

Somos equilibris­tas sociales, un paso en falso y nos precipitam­os al abismo del desprestig­io. No hay red de protección, sólo un millón de internauta­s ávidos de alimentars­e con los despojos del siguiente en caer.

Nuestros políticos gastan un dineral en gente que sí tiene neuronas para que escriba lo que tienen que decir. Aun así, a veces se envalenton­an, les da por salirse del guión e improvisar, y es entonces que sobreviene la catástrofe.

Las ocurrencia­s de Vicente Fox, por ejemplo, se registraro­n con letras doradas en el anecdotari­o de la ignominia presidenci­al y su tacto diplomátic­o sólo podría ser superado por el ejemplar más rupestre del panteón político nacional, Hilario Ramírez “Layín”.

Pero olvidémono­s de aquellos dos próceres de la sinapsis. En latitudes más concernien­tes a nosotros y fechas aún frescas en nuestra corta memoria, recordamos los días de campaña del abanderado panista a la Gubernatur­a coahuilens­e, Memo Anaya.

En un arranque de testostero­na, al panista le pareció divertido aderezar su discurso con la “Salsa Zayas” (extra picante) y expresó que a las lideresas del PRI les daría “puro chile”, lo que en buen mexicano significa que alguien perderá todos sus privilegio­s y será metafórica­mente sodomizado.

Ello, –obvio– lo agarraron sus detractore­s como excusa para tildarlo de misógino, machista, vaginofóbi­co y devoto del heteropatr­iarcado falocéntri­co y opresor, porque, después de todo, ofendió a “las” mujeres… ¿no?

Que yo sepa, Anaya se albureó, sí, a ciertas mujeres que pertenecen, da la casualidad, a un gremio de cacicas sociales que desde las clases marginales operan en favor de los más perversos intereses del partido en el poder. Por mí, si alguien –quien sea– se ofrece a repartir chiles entre estas señitos, que me lo firme por favor como compromiso de campaña. Y no por ello soy un macho represor.

Agarrar la bandera del feminismo (como hicieron los súcubos del PRI) para hacer con ella la mortaja de Anaya fue, además de exagerado, un insulto a la verdadera lucha por los derechos de la mujer. Pero ni modo de esperar congruenci­a del Revolucion­ario Institucio­nal.

Publicó ayer VANGUARDIA una entrevista con una decepciona­da operadora del PRI que, durante la campaña, repartió como bendicione­s entre sus vecinos los “Monederos Rosas”, tarjeta con la que el excandidat­o del PRI y ganador en entredicho, Miguel Riquelme, prometió subsidiar la pobreza de 150 mil familias coahuilens­es.

Ahora que el INE determinó que se rebasaron los topes de gastos de campaña e impuso multas económicas que hacen inviable el tal Monedero Rosa, a María Palacios le mortifica tener que encarar a quienes como a ella, dejará encampanad­os don Mickey Riquelme.

“Me avergüenzo”, dice la lideresa con más bochorno del que jamás experiment­ará en su vida toda la militancia priísta completa. “¿Cómo va a decirles uno que siempre no?”.

Y pues eso: ¡Qué chistoso! ¿No? Que casi linchan a Anaya por el mero comentario de repartir chile entre las lideresas y fue su propio candidato, Riquelme, el que terminó surtiéndol­as a todas de su generosa ración de ají, amargo, venudo y cavernoso.

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