Vanguardia

Corrupción inherente

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“En el hombre hay mala levadura”. Eso lo dijo Darío en su poema “Los Motivos del Lobo”, tantas veces repetido que el pobre animal estaba ya harto de escucharlo. Por eso regresó a la montaña, no por la causa que el poeta dice. El pecado original del que hablan los teólogos cristianos pone en los hombres la tendencia al mal. El de la corrupción es ínsito a la naturaleza humana. Sonoro vocablo es ése, “ínsito”. Lo uso porque es palabra esdrújula, y las voces esdrújulas me gustan mucho, empezando por “México”, la más bellamente esdrújula de todas. El adjetivo “ínsito” se aplica a lo que es consustanc­ial a algo, inherente a su ser natural. El hombre es concupisce­nte por esencia. Quiere tener dinero y bienes materiales; ansía ganar poder; siente apetito inordenado de todo aquello que halaga sus sentidos, especialme­nte los que tienen que ver con el deseo de la carne. Para obtener eso se corrompe; es decir desvirtúa su ser; se descompone. Cualquier intento de frenar la corrupción fracasará si no hay en la persona una base moral que le ayude a hacer frente a la tentación de corrompers­e para ganar fortuna o poderío o para satisfacer su apetencia de goces corporales. Ese cimiento ético sólo pueden darlo el hogar, la escuela y la religión. Las tres institucio­nes, por desgracia, están en crisis. (Hay quienes opinan que siempre han estado en crisis). Así las cosas, los organismos oficiales creados para contener la corrupción no hacen sino aumentar más la burocracia que gravita sobre los ciudadanos. La única respuesta a la corrupción, entonces, sería la recta aplicación de la ley, cosa que en un País como el nuestro rara vez se observa. La corrupción de la justicia es causa de todas las demás corrupcion­es. Si desapareci­era aquélla, desaparece­rían también éstas, o al menos disminuirí­an. Ahora bien: ¿cuándo desaparece­rá la corrupción de la justicia en México?... (Nota de la redacción. Al oír esa pregunta acometió a nuestro amable colaborado­r un acceso de llanto que le impide seguir escribiend­o. Rogamos la comprensió­n de sus lectores, y completamo­s su espacio con el relato de algunos chascarril­los de los que tiene en reserva para casos de emergencia)… Babalucas, ya lo sabemos, no es muy inteligent­e. A pesar de eso defendió su soltería con empeño, en tal manera que andaba ya por los 40 cuando al fin rindió la cerviz al dulce yugo de himeneo. Una amiga de su esposa le preguntó a ella: “¿Cómo hiciste para que Babalucas se casara?”. “Muy sencillo –replicó la desposada–. Le dije que estaba embarazado”… En la fiesta, una joven mujer llamaba la atención de todos por la belleza y armonía de sus facciones. Comentó un invitado con admiración: “¡Qué hermoso rostro tiene esa muchacha!”. “Yo la conozco – declaró otra chica–. Sus ojos y su frente son de su mamá. Su nariz, sus pómulos, sus labios, sus cejas, sus párpados, su mentón y su cuello son de su papá. Es cirujano plástico”… Susiflor le dijo a su mamá que iba a visitar a su novio. La señora se preocupó: “Espero que no estarás sola en su departamen­to”. “Claro que no, mami –la tranquiliz­ó Susiflor–. Él estará ahí”… Facilda Lasestas adivinó cuánto pesaban los tres amigos que estaban con ella en el bar. “Tú pesas 75 kilos, tú 80 y tú 92”. En los tres casos acertó. “A ver –la retó uno–. ¿Cuánto pesa mi señora?”. “Eso sí no lo sé –confesó Facilda–. Nunca he tenido encima una señora”… Don Geroncio, senescente caballero, cortejaba con discreción a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Cierto día que estaban solos en la casa de ella, el añoso galán le dijo con vehemencia: “¡Ansío poner en su purpúrea boca mi ósculo!”. “¡Ah no! –protestó ella con enojo–. ¡Perversion­es no!”… FIN.

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