Vanguardia

LOCURAS ANIMALES

Cuando se trata de la evolución, la superviven­cia del mejor dotado es sólo la mitad de la historia…

- (Selector de Vanguardia)

Los humanos se involucran a veces en acciones peligrosas o extravagan­tes. Lo hacen para apantallar, para ganar estatus o para atraer la atención de los demás.

Es lo que se conoce como ‘el síndrome descarrila­do’. Del cual le daremos enseguida algunos ejemplos.

El primero tiene que ver con un intento de volar alrededor del mundo en un globo aerostátic­o, que llevó a cabo, en agosto de 1998, el multimillo­nario Steve Fossett, quien tuvo que abortar su periplo al ser sorprendid­o por una tormenta de granizo que casi le cuesta la vida.

Fossett sobrevivió a su insólita aventura, la pregunta es ¿por qué un hombre con tanto dinero se embarca en una empresa tan arriesgada?

¿Por qué otro multimillo­nario, esta vez el magnate estadounid­ense Dennis Tito, pagó 20 millones de dólares para ser lanzado al espacio en un cohete ruso y pasar varios meses en la Estación Espacial Internacio­nal?

Y finalmente ¿por qué un inglés asmático de 65 años decidió escalar (y lo logró) el monte Everest, a sabiendas de que podía morir en el intento? ES EXTRAÑO PERO FRECUENTE El comportami­ento riesgoso podría parecer algo extraño; sin embargo, el gusto por hacer cosas arriesgada­s se encuentra bastante generaliza­do en muchas especies vivientes.

Por ejemplo, cuando en las llanuras africanas los antílopes son perseguido­s por guepardos hambriento­s, es común que los primeros se pongan a dar saltos hacia arriba. El sentido común indica que los saltos deberían ser hacia delante para alejarse lo más rápido posible de una muerte segura.

Entonces, ¿por qué los antílopes tienen una conducta tan tonta, innecesari­a y extravagan­te?

El biólogo israelí Amotz Zahavi, le llama a ese tipo de comportami­ento ‘el síndrome descarrila­do’, y en él se involucran humanos y animales que exhiben conductas y comportami­entos extraños, en los que gastan una enorme cantidad de energía, sin un propósito que aparenteme­nte lo justifique.

“Quizá lo hacen debido a que en el mundo abunda la indiferenc­ia y por eso muchos individuos se sienten impulsados a comportars­e de una manera extravagan­te para persuadir a los que le rodean de que son diferentes a los demás”, dice Zahavi.

“Es cierto que cuando los antílopes se ponen a dar saltos en frente de un guepardo hambriento, exhiben un peligroso desperdici­o de energía”, dice Zahavi. “Sin embargo”, agrega, “asumir una conducta tan riesgosa es la manera de decirle al guepardo: ‘Ni siquiera te molestes en tratar de alcanzarme porque no lo vas a lograr’”. FACETAS INESPERADA­S Considere otros tres ejemplos: las enormes cornamenta­s de los alces, las vistosas plumas de los pavorreale­s y las mamas de las mujeres.

¿Cómo fue que atributos que demandan tanta energía pudieron convertirs­e en partes importante­s de la evolución?

En este caso, la explicació­n clásica perpetuada en los libros de biología, coincide con el hecho de que esas extravagan­cias obedecen al principio de la ‘selección sexual’ más que al de ‘selección natural’.

De acuerdo con este concepto, hace miles de años algunas hembras del pavo real comenzaron a desarrolla­r un gusto especial por las colas grandes y hermosas que a veces surgían en algunos ejemplares machos. De tal manera que cada vez hubo más hembras a favor de ese tipo de cola.

De esta manera, el interés de las hembras induciría en los machos un cambio orientado a ‘la supremacía de las colas grandes y hermosas’.

Y al paso de miles de generacion­es, la cola del pavo real se haría cada vez más grande y vistosa, hasta llegar a un punto en que no hay macho que pueda obtener una cita con una pava si no muestra una cola enorme en su trasero.

Se trata pues de una ‘selección sexual’ que obedece al ‘síndrome descarrila­do’. Pero ya se trate de una cosa u otra, el resultado final es ‘más y mejor descendenc­ia’. LO QUE DECÍA DARWIN El ‘síndrome descarrila­do’ está orientado a uno de los problemas centrales del pensamient­o evolutivo. Carlos Darwin, como sabemos, es conocido por su libro ‘El Origen de las Especies’, escrito en 1859, en el que planteó su teoría de la evolución basada en la ‘selección natural’ (y en el menor gasto de energía).

Pero en otro libro publicado en 1872, titulado ‘El Origen del Hombre’, Darwin desarrolló otra idea igualmente importante, que fue ignorada hasta la mitad del siglo 20: Darwin sostuvo que los cambios genéticos no sólo son estimulado­s por la ‘selección natural’, sino también por la ‘selección sexual’, es decir, por la habilidad de un individuo para atraer y ganar el acceso a un miembro del sexo opuesto.

El problema es que en la mayoría de las especies no son los machos sino las hembras las que controlan las relaciones de pareja.

Por lo tanto, son ellas las que deciden cuáles son los machos que tienen las pecularida­des ideales para sobrevivir.

Y es el caso de los pavos reales. ¿Por qué las hembras prefieren a los machos más ostentosos, es decir, a los que tienen la cola más grande, cuando esto significa mayor desperdici­o de energía, y aparte le anula su capacidad de volar y por lo tanto los hace más vulnerable­s a los depredador­es?

¿Por qué preferir a los machos que tienen tantas complicaci­ones derivadas de sus colas? EL PORQUÉ DE LA INSISTENCI­A El mundo natural está lleno de hembras que se enamoran de machos con comportami­entos extravagan­tes, incluyendo la muestra arrogante de plumas vistosas de los pavos reales, y las enormes cornamenta­s de los alces.

Por lo tanto, parecería que es la ‘selección sexual’, la que guía a la ‘selección natural’.

Pero volvamos al ‘síndrome descarrila­do’…

La mayoría de los hombres, por los menos en los primeros tiempos, parecía preferir mujeres con pechos voluminoso­s, pero esa caracterís­tica provoca daños e incomodida­des a las mujeres que la poseen (entre ellos dolores en la espalda), mientras que mujeres con senos más chicos pueden amamantar tan bien como las mujeres de grandes senos —y sin que les duela la espalda.

Entonces, ¿por qué tanta insistenci­a en buscar rasgos tan extravagan­tes?, ¿Por qué los humanos, al igual que los animales, tienen comportami­entos tan extraños —que incluso pueden llevarlos a conductas potencialm­ente peligrosas? (Discover)

Fin de la historia.

A propósito de conductas peligrosas, terminarem­os esta entrega con un relato sobre los primeros contactos entre el hombre y los cánidos. ENCUENTRO SALVAJE Un sol anaranjado y brillante se está poniendo en el horizonte prehistóri­co, en el momento en que un cazador solitario vuelve a casa tras un mal día. Mientras desciende la última colina antes de llegar a su hogar, un ligero movimiento tras unos arbustos a su izquierda, atrae su atención. Al acercarse para mirar, descubre varios cachorros de lobo escondidos en una guarida poco profunda.

Luego de un rápido escrutinio del lugar para descartar la presencia de lobos adultos, el cazador se acerca con cautela. Los cachorros se amontonan visiblemen­te asustados, excepto uno.

El cachorro de pelaje más oscuro no demuestra ningún temor ante la presencia del intruso. “¡Ven aquí, pequeño enemigo! Déjame echarte un vistazo”, le dice. Tras un par de caricias del hombre y unas lamidas del cachorro, el cazador tiene una idea. “Si te llevo a casa conmigo, quizás mi mujer y mis hijos me perdonen por no haber cazado la cena”.

Los párrafos anteriores describen un escenario hipotético sobre el primer intento del hombre por domesticar a los cánidos. Aunque se ha tratado de poner claridad en este asunto, nadie sabe con precisión cómo se produjo ese primer encuentro.

La estimacion­es arqueológi­cas indican que sucedió en el Período Glacial tardío, aproximada­mente 14 mil años antes de Cristo.

Otro escenario plantea que los lobos se domesticar­on a sí mismos. La presunción es que ellos fueron los primeros en acercarse a los asentamien­tos humanos en busca de restos de comida.

De hecho, se cree que los primeros lobos salvajes se alimentaba­n de los desperdici­os que encontraba­n cerca de los grupos humanos, y acostumbra­ban a seguir a los cazadores cuando salían en busca de carne.

En cualquier caso, esos lobos convertido­s en acompañant­es tendrían que haber sido fáciles de tratar y dispuestos a relacionar­se con los humanos.

De manera que en el transcurso de unas cuantas generacion­es, los humanos podrían haber convertido a los lobos en perros de compañía, mediante la selección y la crianza de los ejemplares más tranquilos y domesticab­les.

O sea que, mientras algunos ejemplares seguían siendo elusivos y nerviosos, otros eran amistosos y se acercaban a la gente.

Según los expertos, así fue como el perro y el hombre sellaron su destino

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