Vanguardia

Otra historia de amor

-

Y se casaron, y vivieron felices.

He dicho el final de una historia que ni siquiera he comenzado. Eso viola todos los principios de la retórica. Las historias, decían los latinos, se deben contar ab ovo –desde el huevo–, o sea desde el principio. En “Alicia en el País de las Maravillas”, esa fábula tan absurda y tan lógica, Alicia le dice al rey que no sabe por dónde comenzar su relato. “Empieza por el principio –le ordena el soberano– y continúa hasta que llegues al final. Entonces detente”. Yo he empezado por el final. Sigo ahora con el principio.

Esta muchacha tiene 30 años. Es una solterona, pues en aquel tiempo, toda mujer que llegaba a los 25 sin casarse era una solterona. No es bonita esta muchacha. Trabaja en una oficina. Vive con su padre, su madre y dos hermanos.

Ahora va en el autobús a su trabajo. El vehículo hace alto de repente, y la muchacha siente un empellón. Un hombre se abre paso con premura entre la gente para bajar. Ella mira su bolsa: está abierta. Busca nerviosame­nte el monedero. Ha desapareci­do. Aquel hombre es un ladrón.

Alcanza ella a bajar también antes de que el camión siga su marcha. Corre tras el sujeto. “¡Deténganlo! –grita con desesperac­ión–. ¡Me robó!”. La gente la mira con curiosidad, pero nadie hace nada. El individuo ha entrado –segurament­e para esconderse– en el local de la Sociedad Manuel Acuña. Ella entra también y lo ve. Al parecer trata de confundirs­e entre los que están ahí. “¡Este individuo me robó! –dice indignada tomándolo con violencia por un brazo–. ¡Deme mi monedero, sinvergüen­za!”. El hombre balbucea, desconcert­ado: “Señorita, se equivoca usted. Yo no soy un ladrón”. Nadie dice nada. “Yo no fui –repite el sujeto–. Se lo juro. Escúlqueme si quiere”.

Se ha hecho el silencio entre los jugadores de dominó y de ajedrez. Quienes estaban en el salón de pool y carambola salen, curiosos, a ver el espectácul­o. Y ella: “¡Entrégueme mi monedero, sinvergüen­za!”. Y él: Señorita, está usted equivocada”.

¿Qué hacer? Segurament­e, piensa la muchacha, el ratero ya le pasó el monedero a un cómplice. Pero no se quiere ir sin al menos desahogar su enojo. Vuelve a gritarle: “¡Ladrón! ¡Ratero! ¡Sinvergüen­za!”. Y se retira después, furiosa.

Llega a su oficina, saca sus llaves y abre el cajón de su escritorio para ponerse a trabajar. Ahí estaba el monedero. Se le había olvidado ponerlo en su bolsa al mediodía. Vuelve de prisa a la Sociedad Acuña. El hombre se encuentra ahí todavía y la mira llegar con sobresalto. Ella se planta en medio del patio y dice en alta voz: “¡Señores! Pido su atención un momento, por favor. Vengo a pedir una disculpa pública. Nadie me robó mi monedero. No lo traía en la bolsa. Acusé falsamente a este señor y delante de ustedes le quiero rogar que me disculpe. ¿Me perdona usted?”.

Al día siguiente la espera él a la salida de la oficina. Le dice con algo de cortedad: “¿Puedo acompañarl­a, señorita?”. “¿Por qué?” –pregunta ella, algo nerviosa. Responde él: “Lo que hizo usted ayer nada más lo puede hacer una mujer buena. Quisiera conocerla más. Soy soltero y no tengo compromiso­s”.

Se trataron algunos meses, se casaron y vivieron felices. Ella me contó la historia el sábado pasado, cuando cumplieron 50 años de casados.

 ??  ?? ARMANDO FUENTES AGUIRRE
ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico