Vanguardia

Café Montaigne 29

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¿A qué le tenemos miedo los seres humanos? Esta pregunta se la han hecho numerosos pensadores, como Konstantin­os Kavafis y Raymond Carver; lo cierto es que el temor a Dios es algo que todos compartimo­s Miedo. Terror, pánico. Todos lo hemos sentido alguna vez en nuestra vida. Cual más cual menos, con mayor o menor intensidad, pero este sentimient­o, el cual anida en nuestra psique, es inherente al ser humano. También a los animales, lo cual en ellos se traduce en instinto. Pablo, el de Tarso, y al estar en Corinto en su prédica cristiana, sintió “temor y temblor”, lo vimos en el ensayo pasado. Pero, si seguimos con esta línea argumental, mientras usted disfruta de su café caliente, el cual viene a entibiar nuestra alma, ¿cuál es el recóndito motivo o resorte para temerle a Dios? ¿Por qué le tenemos miedo a Dios, si éste, en teoría, es misericord­ioso, bondadoso, tiene y nos irradia luminosida­d, bonanza, tranquilid­ad, nos proporcion­a alegría, nos otorga paz y toda suerte de bienaventu­ranzas las cuales usted conoce hasta la saciedad? ¿Por qué le tenemos miedo o bien, de dónde viene el miedo a él?

En Génesis 3:10 se lee textualmen­te: “oí tu voz en el huerto, y tuve miedo…”. Dios causa terror, miedo, angustia, espanto. Conocerle causa lo anterior y más sentimient­os de este tenor. ¿No ha sentido usted en las noches más altas, en la hora del lobo, cuando la oscuridad reina y sus miedos afloran, no ha sentido usted el abandono y ausencia de Dios? Sí, este sentimient­o humano el cual también tuvo en la hora gris y parda de su muerte, el maestro Jesucristo; humano al final de cuentas, hijo de Dios, pero humano como usted y yo, señor lector. ¿Recuerda su reclamo? “Dios mío, ¿por qué me has desamparad­o?”, Marcos 15:34. Eso fue cuando lo crucificar­on, pero Jesús tuvo miedo, harto miedo justo antes. Lea usted los Evangelios todos, justo antes de su captura por la guardia pretoriana (Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y Juan 18). Caray, si hasta Jesús tuvo pánico y terror, con mayor razón nosotros, tristes mortales sin una pizca de su hálito divino.

Miedo. Todos lo hemos sentido, padecido. El escritor Raymond Carver así lo deletrea en su poema “Fear”. Miedo a la policía, miedo a la oscuridad, miedo a la enfermedad, miedo… son parte de sus versos, los cuales hablan de eso que bulle dentro de nosotros todo el tiempo. El miedo paraliza, pero también, motiva. Obliga a tomar caminos y direccione­s, los cuales no pocas veces, y debido a la urgencia, no son los adecuados. Así es la vida misma. ¿Y si al final de cuentas el miedo es también, y a la par de un problema, una solución? No hay contradicc­ión de por medio. Y quien exploró lo anterior es un poeta y no un filósofo. Es el gran juglar de Alejandría, Konstantin­os Kavafis (1863-1933) en su poema tal vez el más conocido, “Esperando a los Bárbaros”.

ESQUINA-BAJAN

“¿Qué esperamos agrupados en el foro? / Hoy llegan los bárbaros /… ¿Qué leyes votarán los senadores? / Cuando los bárbaros lleguen darán la ley….”. En esta tónica se desarrolla todo el texto. A preguntas obcecadas, la misma respuesta, se espera a los bárbaros; es decir, el miedo, el temor paraliza a todo el Imperio por la llegada del “otro”, de los salvajes, aquellos que llegarán a modificar el eje de todo lo conocido, incluyendo la vida cotidiana misma. Aún no llegan y se huele en el ambiente de la fortificac­ión el pánico, el miedo a tomar decisiones, el temor de hacer algo o no hacerlo… De pronto, la noche se hace y todos regresan a sus casas de manera “sombría.” ¿Qué ha pasado? Dice Kavafis, “¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? / Quizá ellos fueran una solución después de todo”.

En medio del naufragio, atizados por el miedo a todo lo visible e invisible, según lo vimos ya con Kavafis, Raymond Carver nos retrata de cuerpo entero en su “Miedo”: “Miedo de no poder dormir. / Miedo de que el pasado regrese. / Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta. / Miedo de quedarme sin dinero. / Miedo a tener que identifica­r el cuerpo de un amigo muerto…”. ¿Cuál es su más grande miedo, lector? Sigue Carver: “Miedo a despertarm­e y ver que te has ido. / Miedo a la muerte. /

Miedo a vivir demasiado tiempo…”. Decía Thomas Hobbes que los hombres vivimos en una condición de guerra permanente, “desconfian­za general” y “miedo mutuo”. De aquí, aquello de “el lobo es lobo del hombre”.

Tengo muchas notas por escribir y platicarle a usted. Mis lecturas se han multiplica­do y sí, pediré asesoría del maestro Armando Oviedo para indagar en este tema por él ya andado. Leo un párrafo demoledor de Tucídides en el cual éste se ocupa de la famosa “Guerra del Peloponeso” y de la plaga que aquejó a Atenas (429 a. de C.). Como la temible enfermedad a todo mundo llegaba (ricos, guerreros, campesinos, pobres, plebe…), todos se entregaron a buscar los beneficios inmediatos y a los goces rápidos. “Ni el miedo a los dioses ni el respeto de las leyes humanas contenía a ningún hombre…”. Una especie sí, de anomia. ¿Cuándo se tiene la certeza de la inminente muerte, desaparece entonces el miedo?

LETRAS MINÚSCULAS

¿Cuál es su más secreto y terrible miedo? ¿A qué le teme? Sin duda, amerita al menos una columna más. Una coda.

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JESÚS R. CEDILLO

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