Vanguardia

TRATO INAPROPIAD­O

Las situacione­s incómodas que todavía se viven en la consulta médica femenina, y lo que los ginecólogo­s y ginecóloga­s deberían dejar de hacer.

- ELISA VICTORIA

Acabo de salir de una consulta espantosa. Y no es algo que me ocurre solamente a mí, sino que sucede muy a menudo.

Encontrar profesiona­les de la ginecologí­a preparados, sensatos y delicados, es una tarea complicada pero no imposible.

Si te ves involucrad­a en alguna de las siguientes situacione­s, no pienses que así tienen que ser las cosas, y que por lo tanto hay que aceptarlas.

EXAMEN DOLOROSO

La primera vez que fui a una consulta ginecológi­ca tenía trece años. Mi madre, convencida de que una mujer me haría sentir más cómoda, escogió una doctora. Pero este prejuicio tan extendido, en la práctica resulta totalmente inservible. De hecho, el género del especialis­ta no garantiza en absoluto la calidad de la consulta.

Recuerdo que aquella doctora me trató con frialdad e impacienci­a, y a la hora de introducir esa especie de cucharón gigante (espéculo) para tomar las muestras, no pude evitar un quejido de dolor.

Fue una molestia aguda e inesperada que me dejó sin aliento. Aterroriza­da, dirigí la mirada hacia la doctora en busca de comprensió­n y amparo. Pero ella se mostró sorprendid­a, como si la molestia que sentí le hubiera resultado inadecuada.

De ahí en adelante, la especialis­ta continuó ridiculiza­ndo mi comportami­ento, llegando incluso a enfadarse cuando todo mi cuerpo comenzó a temblar.

EL CASO DE UNA AMIGA

A una amiga en la misma situación le llegaron a decir que si ya se había acostado con algún chico, la introducci­ón del cucharón no debía dolerle, como si una molestia vaginal sólo pudiera darse en caso de pérdida de la virginidad, signifique esa atrocidad lo que se suponga que signifique.

No es que te pidan que aguantes un poco. Eso lo entendería. Pero al negar la posibilida­d de un dolor que te atraviesa, te están sugiriendo una de dos cosas: que algo en ti no funciona bien, o que mientes respecto al dolor y la incomodida­d que dices sentir.

Así que empiezas a preocupart­e, a sentirte defectuosa, y a percibir que la molestia se hace más evidente.

Después de esta experienci­a, mi amiga relata que ni siquiera fue capaz de levantarse de la camilla donde la habían colocado para el examen. Se había quejado, había rogado delicadeza, pero habían ninguneado su malestar y estaba al borde del desmayo.

A estas alturas, la doctora que había llevado a cabo el procedimie­nto se mostró asombrada. “¿Y por qué no me dices nada? Habérmelo dicho y lo hubiera hecho más suave”, se atrevió a expresar con tono de burla.

En fin, la culpa de lo que suceda en ese primer examen suele ser tuya, nunca del examinador, ya se trate de un ginecólogo o una ginecóloga.

TE HACEN SENTIR CULPABLE

Isabel de la Torre es una enfermera que ha trabajado junto a ginecólogo­s a lo largo de distintos hospitales públicos y privados, y ha llegado a ser testigo de muchas actitudes de disgusto explícito, incluso de castigo por parte de los médicos.

Por ejemplo, Isabel recuerda el caso reciente de una chica que llegó visiblemen­te ansiosa al área de Urgencias del hospital donde trabajaba.

La mujer se quejaba de un desgarro vaginal, y tras el primer reconocimi­ento del médico de turno, la paciente había sido ignorada con un sangrado evidente. De hecho, se veía mal física y anímicamen­te.

Isabel pidió permiso al médico para acomodar a la paciente en otro lugar y ayudarla a recobrar la compostura. “Déjala ahí”, respondió molesto el doctor, “si ella está cogiendo mientras yo estoy trabajando, que se joda”.

Pagar las frustracio­nes personales con una paciente es un asunto muy grave que no incluye ni un ápice de ética médica.

En otra ocasión en la que una chica había intentado curar sin éxito una infección vaginal introducié­ndose un diente de ajo, Isabel fue testigo de cómo el médico que la examinaba le reclamaba que se hubiera atrevido a hacer algo tan sucio.

Y el año pasado le ocurrió a otra chica. “Caí en un maldito despiste y me olvidé un tampón dentro de la vagina”, relata. “Cuando el ginecólogo lo descubrió entró en un estado de alarma porque, según él, corría el riesgo de que el bendito tampón me produjera ‘un shock tóxico’.

“El médico reaccionó con profundo asco y pasó rápidament­e a maldecir la enorme cantidad de mujeres negligente­s del grupo al que, al parecer, yo formaba parte. Me hizo sentir culpable, estúpida, avergonzad­a e incapaz de lidiar con mi propio cuerpo”.

PRESIÓN INESPERADA

“Tras el percance con el tampón, el ginecólogo pasó a sugerir la idea de instalarme un ‘dispositiv­o intrauteri­no’ (DIU) como método anticoncep­tivo. Yo sólo quería irme de allí. Pero sospecho que vio en mí una paciente con una vulnerabil­idad apropiada para presionarm­e con el asunto del DIU.

“Traté de hacerlo desistir aludiendo a los posibles efectos secundario­s del dispositiv­o. “No hay efectos secundario­s”, insistía, mientras me mostraba una representa­ción a escala del aparato reproducto­r femenino.

“No quiso hablarme de los efectos secundario­s del dispositiv­o. Pero continuó explicando los datos básicos de mi anatomía”.

En otras palabras, lo único que perseguía el médico era el beneficio económico de venderle el dispositiv­o a una paciente frágil.

Un especialis­ta comenta al respecto: “Se me rompe el corazón al ver que ciertas clínicas en este campo se frotan las manos al tratar con una paciente nerviosa, porque eso significa que estará dispuesta a gastar dinero en lo que le diga el ginecólogo”.

Jara Pérez, una psicóloga que acumula muchas vivencias de confusión y desamparo en este sentido, se pronuncia tajante sobre el tema: “Por lo general, acudir a una consulta de ginecologí­a es una experienci­a en la que las mujeres nos sentimos vulnerable­s”, dice la doctora Pérez.

“Esto, históricam­ente, suele deberse a que la sexualidad siempre ha sido un tabú. Y ese tabú se ha visto alimentado por la manera de tratarnos en la consulta médica.

“El sexo ya no es un tabú, pero los profesiona­les de la salud siguen juzgando la actitud de la mujer frente a su sexualidad: tratarnos como niñas tontas que no sabemos lo que hacemos y poner en tela de juicio nuestras sensacione­s y decisiones”.

ATAQUE PREJUICIAD­O

Si tus prácticas sexuales van más allá del noviazgo típico, y te estás tratando con personal sin preparació­n, puedes elegir entre ocultar ciertos datos para evitar el percance tradiciona­l o prepararte para recibir un regaño.

Por ejemplo, pertenecer al colectivo LGTB (lesbianas, gays, transexual­es y bisexuales) puede conducirte a una experienci­a indignante y traumática.

En las clínicas convencion­ales no suelen estar al día de prácticas alternativ­as al coito y mucho menos a los riesgos que estas entrañan. Por supuesto, la promiscuid­ad está muy mal vista. Por ejemplo, una amiga, al solicitar las pruebas del VPH (virus del papiloma humano), se vio interrogad­a por una médica joven que puso su sexualidad en entredicho, llegando a sugerir que la solución más fácil para sus problemas era que ella y su pareja “dejaran de acostarse con tanta gente”.

Mi amiga se sintió juzgada y sometida. Puso una queja y dejó claro en el Centro Médico donde la vieron que no quería volver a encontrars­e con esa doctora.

Los ginecólogo­s sensatos recalcan la importanci­a de la actualizac­ión constante y de mantener una mentalidad muy abierta que ayude a acercarse al paciente sin juzgar, centrándos­e en buscar soluciones idóneas.

“Que traten tu cuerpo como algo sobre lo que tienen derecho a opinar sin respeto es algo común para las mujeres”, reflexiona la psicóloga Jara Pérez, “pero cuando lo hacen estando tú en una camilla, sin panties y con las piernas abiertas, es demasiado, por lo que la mayoría de las veces nos quedamos bloqueadas.

“Que se dé por hecho que somos todas heterosexu­ales o que cuando les preguntas algo sobre salud sexual y reproducti­va en un ámbito no heterosexu­al no sepan respondert­e, da para pensar que o haces las cosas como marca el canon o no tienes derecho a informació­n ni cuidados”.

Los prejuicios llegan de las formas más insospecha­das. Por ejemplo, a Laura C, una chica que desarrolló candidiasi­s (una infección de cándida albicans causada por un hongo que suele invadir el área vaginal) no le quisieron recetar una crema para el chico con el que andaba. Según dijo la doctora, eso era para nada, “porque los jóvenes siempre mienten y nunca se ponen la crema”.

Este testimonio de Laura C impacta no sólo por el prejuicio que entraña hacia la totalidad de los hombres, sino porque la doctora estaba dejando sin resolver un problema de salud que compartían dos personas.

Muchas mujeres se meten en un berenjenal cada vez que tienen que ir con el ginecólogo o la ginecóloga para asegurarse de que todo está bien ahí abajo”

Jara Pérez, psicóloga

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“Una mala experienci­a aislada no tiene por qué tener consecuenc­ias negativas a nivel psicológic­o”, dice la doctora Pérez, “pero si unimos esto a la idea que se tiene del cuerpo y la sexualidad de la mujer en la sociedad, tenemos como consecuenc­ia un...

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