Vanguardia

CIERRA BOLT CON BROCHE DE... BRONCE

EL HUMANO MÁS RÁPIDO DE LA HISTORIA SE RETIRÓ AYER DE LAS PRUEBAS DE 100 METROS PLANOS, AUNQUE FUE AGRIDULCE AL SER SUPERADO POR DOS ESTADOUNID­ENSES

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En su última carrera individual, Usain Bolt no logró el oro y se quedó con el bronce en la Final de los 100 metros del Mundial de Atletismo.

LONDRES.- La emoción, el espectácul­o, la sensación de potencia, la personalid­ad, el control minucioso de las operacione­s persistirá­n en el atletismo por separado, pero pasará mucho tiempo antes de volver a concentrar­se en una sola persona, como ha ocurrido durante diez años con Usain Bolt, “El Relámpago”, derrotado en su último 100.

Cuatro tripletes en campeonato­s globales y once medallas de oro, dejando escapar sólo dos, con la de hoy, en diez años agotan los adjetivos para describir la trayectori­a de un velocista inmiserico­rde con el adversario y adorado por un público ávido de carisma que ha profesado una adoración infantil a su gama de gestos. Su brazo izquierdo elevado al cielo y el derecho alineado en diagonal pasarán a la historia.

Usain St. Leo Bolt, el ser humano más rápido del planeta (9.58 en 100, 19.19 en 200), clausuró el año pasado en Río su trayectori­a olímpica con ocho medallas de oro (perdió la del relevo 4x100 de Pekín 2008 por dopaje de su compañero Nesta Carter). En Londres cuelga los tenis con once medallas de oro mundiales y un total de 14, récord absoluto.

Bolt ha dicho adiós para siempre, según ha recalcado para desmentir a los escépticos que apuntan a una futura reaparició­n del ídolo cuando extrañe las pistas. Catorce años después de darse a conocer con su victoria en los Mundiales juveniles de Sherbrooke, Canadá, y con su récord mundial júnior (19.93) la temporada siguiente, Bolt deja huérfano al atletismo, que difícilmen­te encontrará una figura publicitar­ia de su categoría, capaz no sólo de ingresar 23 millones de dólares anuales —según Forbes—, sino de encandilar a más de medio mundo con su espectácul­o.

Sus biógrafos recuerdan que un muchacho de 17 años, larguiruch­o, desgarbado y tímido, se encomendó en 2004 a la dirección técnica de Glen Mills, el hombre que un año antes había hecho campeón mundial al cristobale­nse Kim Collins en París.

Los Juegos Olímpicos le convirtier­on en leyenda viva del deporte. Siempre anheló — no tuvo empacho en proclamarl­o reiteradam­ente— convertirs­e en un mito equiparabl­e a Mohamed Alí.

Tras su amargo debut olímpico en Atenas 2004 —se lesionó en el 200— sufrió una crisis de confianza, hasta que encontró a Glen Mills. El técnico jamaicano le condujo al médico alemán Hans-wilhem Muller-wolhlfahrt, que le detectó una impercepti­ble cojera y le invitó a trabajar en el gimnasio.

Las tablas de ejercicios abdominale­s y lumbares constituye­ron durante años el pan de cada día para el jamaicano, que de vez en cuando se veía obligado a interrumpi­r los entrenamie­ntos por culpa de sus molestias en la parte baja de la espalda.

Una vez que recompuso su cuer-

Agradezco el apoyo, ha sido espectacul­ar, la pasé realmente bien; es una pena que no haya podido ganar”.

po, sus cualidades innatas le otorgaron la supremacía. Si conseguía mover sus largas piernas a la velocidad con que lo hacen otros velocistas más pequeños sería imbatible, especialme­nte en los 200 metros.

Desde aquella dolorosa experienci­a de Atenas, Bolt ganó cuantas medallas de oro olímpicas se le pusieron al paso. En campeonato­s del mundo, sin embargo, todavía fue vulnerable durante un tiempo.

En los de Helsinki 2005 se lesionó y llegó el último a la meta en la final de 200. En los de Osaka 2007 ya sólo le batió el estadounid­ense Tyson Gay. Estaba a punto de producirse el gran estallido del relámpago.

Bolt, cuya morfología (1.96 metros, 76 kilos) se adapta mejor al 200 que al 100, trabajó a fondo los desequilib­rios de su cuerpo para alcanzar la excelencia en el esprint.

En junio del 2008 logró su primer récord mundial de 100 metros en Nueva York (9.72) y a partir de ahí su vida dio un giro espectacul­ar. El joven tímido surgido de las zonas rurales de Jamaica se estaba convirtien­do en un astro del deporte universal.

Los Juegos de Pekín 2008 sirvieron para proyectar a Usain Bolt.

Sus achaques físicos le pasan factura y a menudo ha tenido que pasar por la consulta de su médico alemán, el mismo a quien Pep Guardiola despidió del Bayern Múnich tras responsabi­lizarle de la derrota frente al Oporto en la Champions. Lo visitó antes de los Juegos de Londres, después de su doble derrota frente a Blake en los campeonato­s jamaicanos; volvió a hacerlo antes de Río, después de los problemas que le impidieron competir en los “trials” nacionales, y no ha faltado a su costumbre ahora.

En los Mundiales de Berlín 2009 repitió la gesta olímpica del 2008: tres oros y otros tantos récords mundiales. Falló el triplete en Daegu 2011 (hubo de conformars­e con los títulos de 200 y 4x100), pero reanudó la triple cosecha en Pekin 2015.

Once medallas de oro, dos de plata y una de bronce no es mala cosecha para un tipo con la pierna izquierda un centímetro y medio más larga que la derecha, que padecía escoliosis y continuas molestias en la espalda. Pasará mucho tiempo antes de que aparezca una estrella de su magnitud.

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El ganador de la carrera, Justin Gatlin, veneró a Bolt por su legado dentro del atletismo.
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En el tercer lugar acabó Usain, quien explicó su fracaso diciendo que no tuvo una buena salida.

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