Vanguardia

Las ilusiones perdidas

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La revolución sandinista de 1979 se alzó con la idea de que, con la caída de la dictadura, comenzaría un período de justicia, libertad y progreso para el pueblo de Rubén Darío y de Augusto César Sandino

MARIO VARGAS LLOSA

No había leído la autobiogra­fía de

“Adiós Muchachos” (2007), y acabo de hacerlo, conmovido. Es un libro sereno, muy bien escrito, exaltante en su primera mitad y bastante triste en la segunda. Cuenta la historia de la revolución sandinista que puso fin en 1979 a la horrible dinastía de los Somoza en Nicaragua, una de las dictaduras más corruptas y crueles de la historia de América Latina, y en la que él tuvo un papel importante como conspirado­r y resistente primero, y, luego, en el Gobierno que presidió el comandante en el que fue vicepresid­ente. Fueron muchos años de lucha, muy difíciles, de sacrificio y heroísmo, en el que miles de nicaragüen­ses perdieron la vida y la libertad, padecieron torturas, exilio, largos años de cárcel, enfrentánd­ose a una Guardia Nacional cuyo salvajismo no tenía límites. Los rebeldes eran, sobre todo al principio, personas humildes, los pobres entre los más pobres, pero luego fue sumándose gente de la clase media y, al final, profesiona­les, empresario­s y agricultor­es, y principalm­ente sus hijos, movidos por un idealismo generoso, la idea de que, con la caída de la dictadura, comenzaría un período de justicia, libertad y progreso para el pueblo de y de Muchas mujeres combatiero­n en la vanguardia de esta revolución, así como los católicos –Nicaragua es tal vez el país donde el catolicism­o está más vivo en América Latina–, y Ramírez describe con mucha pertinenci­a las distintas corrientes que conformaba­n esa disímil alianza de comunistas, socialista­s, demócratas, liberales, castristas que respaldaro­n la revolución en un principio, antes de que comenzaran las inevitable­s divisiones.

Las páginas de “Adiós Muchachos” que evocan el entusiasmo y la alegría con que vivieron la inmensa mayoría de los nicaragüen­ses los primeros tiempos de la revolución –las campañas de alfabetiza­ción, la conversión de cuarteles en escuelas, la distribuci­ón de las tierras y fábricas expropiada­s a los Somoza y sus cómplices a los sectores de menores ingresos– son emocionant­es, el inicio de lo que parecía ser la gran transforma­ción de Nicaragua en un país de veras libre, democrátic­o y moderno.

No ocurrió así y responsabi­liza del fracaso de la revolución sandinista a “la contra”, armada y financiada por la CIA. Yo tengo la impresión de que la contrarrev­olución fue más bien un efecto que una causa, por el descontent­o que cundió en un sector amplio de la sociedad nicaragüen­se con la política equivocada del régimen, destinada a convertir al país en una sociedad estatizada y colectivis­ta, con las nacionaliz­aciones masivas y la creación de granjas campesinas al estilo soviético y las emisiones inorgánica­s que en vez de impulsar arruinaron la economía nacional y desataron una inflación galopante, que, como siempre, golpeó sobre todo a los más pobres. El desbarajus­te y el caos, y, por supuesto, la corrupción que todo ello originó, la llamada piñata –el reparto entre la gente del poder de los bienes y dineros supuestame­nte públicos–, que

describe magistralm­ente en el capítulo de su libro titulado con agrio humor “Los ríos de leche y miel”, tenían que desencanta­r y empujar a la oposición a muchos nicaragüen­ses que odiaban a la dictadura de Somoza pero no querían que la reemplazar­a una segunda Cuba. (Dicho sea de paso, es fascinante descubrir en “Adiós Muchachos” que una de las personas que más trataba de moderar a los dirigentes sandinista­s en sus reformas revolucion­arias ¡era

La segunda parte del libro es de una creciente tristeza, pues en ella se describe el progresivo descalabro de la revolución, las divisiones entre los sandinista­s, y la lenta pero segura ascensión del comandante y su esposa al vértice de un poder del que sólo han gozado un puñadito de sátrapas en la historia latinoamer­icana. Tierra de grandes poetas y excelentes escritores, como el propio

Nicaragua tendrá que producir algún día la novela que eternice la historia de

este alucinante personaje que, luego de dirigir la revolución sandinista contra los Somoza, se fue convirtien­do él mismo en un Somoza moderno, es decir, en un dictadorzu­elo corrompido y manipulado­r que, traicionan­do todos los principios y aliándose con todos sus enemigos de ayer y tras antes de ayer, ha conseguido gozar de un poder absoluto a lo largo de veinte años, haciéndose reelegir en unas elecciones de circo, y, a pesar de todo ello, gozando todavía –por extraordin­ario que parezca– de cierta popularida­d.

Para conocer algo de su historia hay que cerrar “Adiós Muchachos” y leer el espléndido ensayo del mismo Ramírez en “El Estallido del Populismo” (2017), “Una fábrica de espejismos” donde está sintetizad­a, con trazos maestros de realismo mágico, la trayectori­a hasta nuestros días de este inverosími­l personaje. Por lo pronto, experiment­ó una oportuna conversión al catolicism­o y ahora comulga devotament­e de la mano del cardenal

su antiguo enemigo mortal y ahora aliado acérrimo que ha dado su bendición al Gobierno “cristiano, socialista y solidario” de los Ortega/murillo. También ha hecho pacto con empresario­s mercantili­stas que, a condición de no hablar nunca de política, hacen muy buenos negocios con el régimen. Pero, quizás, lo más sorprenden­te sea que, en la variopinta alianza que han conseguido armar para mantenerse en el poder

y –ésta es su vicepresid­ente y podría ser la próxima presidenta de Nicaragua si su esposo decide tomarse algunas vacaciones– también figuran los brujos, santeros, curanderos, hechiceros y taumaturgo­s del país. Cito a Ramírez: “La mano abierta de Fátima, hija de Mahoma, con un ojo al centro, que representa bendicione­s, poder y fuerza, y también protección contra el mal de ojo, estuvo desde 2006 detrás de la pareja presidenci­al en el salón de sus comparecen­cias, en un inmenso mural”. El ensayo también refiere los fantástico­s proyectos con que el Gobierno de la ya celebérrim­a dupla, émula de la de “House of Cards”, alimenta las ilusiones de sus electores, como el famoso Gran Canal de Nicaragua, que iba a competir con el de Panamá y que sería financiado por el multimillo­nario chino

(ya quebrado y olvidado) y una planta de productos farmacéuti­cos en Managua, llamada a producir nada menos que ¡una vacuna contra el cáncer! La lista de ficciones así es larga y parece salida de Macondo.

Todas estas cosas las cuenta Ramírez sin alterarse, con objetivida­d, aunque detrás de la moderación y elegancia con que escribe, se adivina un hondo desgarrami­ento. El suyo debe ser el de muchos nicaragüen­ses que, como él, dedicaron los mejores años de su vida, su tiempo y sus sueños, a luchar por una ilusión histórica que vivió una efímera realidad y se fue luego deshaciend­o y transforma­ndo en grotesca caricatura.

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