Vanguardia

Traicionar a los abuelos

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a quien emigra a Estados Unidos? De acuerdo con la agenda nativista, el manejo correcto del inglés facilita la asimilació­n al país adoptivo. Es absurdo argumentar lo contrario: en efecto, hablar el idioma del lugar al que uno llega abre puertas con mayor facilidad. Pero una variable, que ayuda a la asimilació­n, no puede ser equivalent­e a un defecto que excluye. La historia estadounid­ense está literalmen­te hecha de inmigrante­s que llegaron con algunos cambios de ropa bajo el brazo, sin una oferta de empleo, sin estudios superiores de ningún tipo y, claro, sin un manejo fluido del idioma local. Es la historia misma de la migración humana, en Estados Unidos y el mundo.

Los ejemplos se cuentan, segurament­e, en los cientos de millones, pero el debate actual bien podría concentrar­se en las familias de muchos de los republican­os que hoy impulsan la ola restrictiv­a. Volvamos, querido lector, a un ejemplo del que hablamos hace años en este mismo espacio: la familia del presidente Trump. Su abuelo Friedrich llegó a Estados Unidos en 1885, procedente de Alemania. Tenía 16 años y hablaba, en el mejor de los casos, un inglés absolutame­nte rudimentar­io. Lo más probable, incluso, es que Friedrich no hablara inglés en lo absoluto, cuando vio por primera vez las luces de Nueva York. Tampoco tenía mayor preparació­n académica. Era, de hecho, aprendiz de barbero. ¿Eso le impidió construir una vida aquí? Todo lo contrario. El joven Friedrich aprovechó la generosida­d de su nuevo país, aprendió inglés, se hizo ciudadano y comenzó a construir un imperio que luego ampliaría su hijo Fred. Fred, por cierto, se casó con Mary Mcleod, una mujer nacida en Escocia, donde hablaba gaélico como primera lengua. Es decir: la madre de Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos, tampoco hablaba inglés fluido al emigrar al país. Un breve ejemplo más: casi cien años después del arribo de Friedrich Trump, la que llegó a Estados Unidos, fue la modelo checa Ivana Zelníčková, quien con el tiempo se convertirí­a en la primera esposa de Donald Trump y madre de sus tres hijos mayores: Donald, Ivanka y Eric. ¿Hablaba inglés fluido al llegar a América? No.

¿Y qué hay de la familia de Jared Kushner, yerno y asesor supremo de Trump y padre de tres de sus nietos? Joseph y Rae Kushner, abuelos de Jared, emigraron a Estados Unidos después de la Segunda Guerra, sobrevivie­ntes del Holocausto. ¿Hablaban inglés perfectame­nte? Evidenteme­nte no. Con todo y esa desventaja —que su nieto hoy parece considerar factor de exclusión migratoria— los Kushner construyer­on una potentísim­a empresa inmobiliar­ia, definición misma del éxito posible en Estados Unidos.

Hay otros ejemplos en el círculo de nativistas que rodean a Trump. La bisabuela de Stephen Miller, uno de los más repugnante­s arquitecto­s del discurso antiinmigr­ante de Trump, no hablaba inglés cuando llegó a Estados Unidos a principios del Siglo 20. ¿Y qué hay de los bisabuelos de Kris Kobach, quizá el más agresivo ideólogo antiinmigr­ante de la última década, el verdadero villano detrás de muchas de los proyectos del Gobierno estadounid­ense? Los antepasado­s de Kobach llegaron de Alemania y Noruega en el Siglo 19. Eran granjeros y naturalmen­te no hablaban bien inglés. Hoy, su bisnieto se dedica día y noche a darles un portazo a las aspiracion­es de millones.

Hay algo moralmente repugnante en todo esto. En lo personal, me cuesta trabajo entender cómo los Trump, Kushner, Miller y Kobach del mundo pueden escupir en la tumba de sus antepasado­s, sin cuya valentía y esfuerzo no estarían en el mundo. Lo digo, además, con conocimien­to de causa. Mis bisabuelos y abuelos, como los de Jared Kushner, llegaron a México, escapando del exterminio Nazi. No hablaban una palabra de español cuando caminaron por primera vez por las calles de México. Aprendiero­n poco a poco. Con el tiempo encontraro­n un sitio en su nuevo país, ejerciendo oficios humildes y honrados. No construyer­on imperios como los Trump y Kushner, pero enseñaron a sus descendien­tes el amor a un país nuevo y generoso, patria en lo más profundo. Y los Krauze Kleinbort se hicieron más mexicanos que el mole. Lo somos hasta hoy y lo seremos siempre. Esa es la verdadera naturaleza de los inmigrante­s.

@Leonkrauze

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