Vanguardia

Prudencia y mesura

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“Déjame ponerme arriba y sentarme en ella”. Al oír esas palabras que su hija pronunció –estaba en su cuarto, con su novio– los papás de Rosilí se turbaron grandement­e. Él tosió lleno de confusión y ella, tapándose los oídos, exclamó muy apenada: “¡Santo Cielo!”. Sucedió que la chica se había casado ese día, y los novios aceptaron la invitación que los papás de ella les hicieron, de pasar la noche en su casa para salir por la mañana al aeropuerto. No previeron que la cercanía de las dos recámaras hacía que se oyera todo. En eso sonaron unos toquecitos en la puerta de la alcoba de los padres. Eran los novios. “Decidimos irnos a un hotel cercano al aeropuerto –dijo el muchacho– para no exponernos a perder mañana el vuelo. No podíamos cerrar la maleta de Rosilí, hasta que ella tuvo la buena ocurrencia de ponerse arriba y sentarse en ella”… Peña Nieto ha debido enfrentar estos días a dos energúmeno­s: Nicolás Maduro y Donald Trump. En su trato con tales barbajanes, tanto el mandatario como sus colaborado­res han actuado con prudencia y mesura. Algunos extremista­s tachan de tibio al Presidente y le reclaman no haberles mentado la madre tanto al orate venezolano, que lo llamó cobarde, como al norteameri­cano, que a más de amenazarlo pretendió decirle cómo debía actuar. En el caso de Venezuela el presidente Peña Nieto puso el trato de México con esa nación hermana por encima de las baladronad­as del simiesco dictador. Por lo que hace a Trump, el Mandatario mexicano en forma alguna cedió ante sus absurdas exigencias y mantuvo en su diálogo con el prepotente magnate una actitud digna. Está de moda, y viste mucho, reprobar todo lo que hace y dice Peña Nieto, y tildarlo con los peores adjetivos. Ciertament­e ha habido ocasiones en que ha merecido críticas acerbas. No creo, sin embargo, que su postura ante Maduro y Trump lo haga acreedor a los dicterios que ha recibido por actuar con prudencia ante esos lenguarace­s y majaderos personajes. Eso sí: en el caso de que el gorila venezolano repita sus insultos, o de que el desquiciad­o Trump insista en sus bravatas y amenazas, entonces sí el Presidente y nuestro Gobierno deberán reaccionar con energía mayor. Dicho de otra manera: tengan lista la mentada de madre, por si se ofrece… Don Algón le regaló un abrigo de visón a su linda secretaria Rosibel. Tal obsequio, claro, no era desinteres­ado: el salaz ejecutivo anhelaba llevarse a la cama a la preciosa chica. Grande fue su sorpresa y mayor su turbación, cuando ella le dijo al tiempo que le devolvía el abrigo: “Se ha equivocado usted, señor”. Balbuceó don Algón: “Perdone, señorita Rosibel. No quise…”. Completó ella: “El abrigo es talla 12 y yo soy 10. Cámbielo”… La esposa de Babalucas le pidió que fuera a comprar una bolsa de hielo. El badulaque tomó las llaves del automóvil. Le preguntó la señora: “¿Para qué quieres el coche? En la tienda de la esquina hay hielo; puedes ir caminando”. “No –replicó Bablucas–. Yo voy a otra tienda. El empleado de ahí, que me conoce, me dijo que el hielo que ellos venden es más frío que los demás”… Capronio declaró en rueda de amigos: “Lo mejor que le puede suceder a un hombre es encontrar una mujer que lo escuche, una mujer que cocine para él, una mujer que sepa hacer el amor. Y que ninguna de las tres se entere de la existencia de las otras dos”… Un grupo de turistas norteameri­canos paseaban por la capital de un edénico país en las islas de los mares del Sur. Les dijo el guía: “Nuestro pasatiempo nacional es hacer el amor”. “¡Shit! –exclamó con enojo uno de los viajeros–. ¡Y nosotros escogimos el beisbol!”…fin.

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