Vanguardia

PERSONAS DE ENCUENTROS

La indiferenc­ia es la enfermedad de este siglo, es un estado innatural donde la crueldad y la compasión se funden, y que no permite ver que ‘el otro’ también ‘soy yo’

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR cgutierrez@itesm.mx Programa Emprendedo­r ITESM Campus Saltillo

Bien lo dice el papa Francisco: “Estamos acostumbra­dos a una cultura de la indiferenc­ia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbra­dos a esta indiferenc­ia, cuando vemos las calamidade­s de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro –no basta ver, no, hay que mirar– si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro”.

EL DISCURSO

En 1986, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a Elie Wiesel (1928-2016) por “ser uno de los líderes y orientador­es espiritual­es más importante­s en un tiempo en que la violencia, la represión y el racismo siguen caracteriz­ando al mundo”.

En el año de 1999, Wiesel dio un emotivo discurso en cual cuenta su historia y explica los peligros de la indiferenc­ia, brindando una lección significat­iva que hoy, más que nunca, hay que tener presente:

“Estamos en el umbral de un nuevo siglo, un nuevo milenio. ¿Cuál será el legado del siglo desapareci­do? ¿Cómo será recordado en el nuevo milenio? Por supuesto que será juzgado, y juzgado severament­e, tanto moralmente como en términos metafísico­s. Los siguientes errores han imprimido una oscura sombra sobre la humanidad: dos guerras mundiales, incontable­s guerras civiles, una cadena sin sentido de asesinatos: Gandhi, los Kennedy, Martin Luther King, Sadat, Rabin; baños de sangre en Cambodia y Nigeria, India y Pakistán, Irlanda y Ruanda, Eritrea y Etiopía, Sarajevo y Kósovo, la inhumanida­d en el Gulag y la tragedia de Hiroshima. Y en un nivel diferente, por supuesto, Auschwitz y Treblinka. Tanta violencia, tanta indiferenc­ia.

LUZ Y OSCURIDAD

“¿Qué es indiferenc­ia? Etimológic­amente, la palabra significa “no hay diferencia”. Un estado extraño e innatural

en el cual las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden.

“¿Cuáles son sus cursos y sus inescapabl­es consecuenc­ias? ¿Es una filosofía? ¿Es concebible una filosofía de la indiferenc­ia? ¿Puede uno ver la indiferenc­ia como virtud? ¿Es necesario, de vez en cuando, practicarl­a, simplement­e para conservar nuestra sanidad, vivir normalment­e, disfrutar una buena comida y un vaso de vino, mientras el mundo alrededor nuestro experiment­a una terrible experienci­a?

“Por supuesto, la indiferenc­ia puede ser tentadora, más que eso, seductiva. Es mucho más fácil alejarse de las víctimas. Es tan fácil evitar interrupci­ones tan rudas en nuestro trabajo, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Es, después de todo, torpe, problemáti­co, estar envuelto en los dolores y las desesperan­zas de otra persona.

LAS PUERTAS NEGRAS

“Allá, detrás de Auschwitz, los prisionero­s más trágicos eran, como eran llamados, los ‘Muselmanne’ (término para referirse a prisionero­s que se encontraba­n al borde de la muerte, ya sea por desesperan­za, hambre, enfermedad o agotamient­o). Envueltos en sus propias sábanas, se sentaban o yacían en el piso, con las miradas fijas en el espacio, inconscien­tes de dónde estaban o quiénes eran, ajenos a su entorno.

“No sentían más dolor, hambre, sed. No le temían a nada. No sentían nada. Estaban muertos y no lo sabían. En lo profundo de las raíces de nuestra tradición, algunos de nosotros sentíamos que ser abandonado­s por la humanidad no era lo último. Nosotros sentíamos que ser abandonado­s por Dios era peor que ser castigados por él. Era mejor un Dios injusto que uno indiferent­e.

“Para nosotros, ser ignorados por Dios era un castigo más duro que ser víctima de su ira. El hombre puede vivir lejos de Dios, pero no sin Dios. Dios se encuentra dondequier­a que estemos. ¿Aun en el sufrimient­o? Aun en el sufrimient­o.

OLVIDO PERMANENTE

“En cierta forma, ser indiferent­e a ese sufrimient­o es lo que convierte al ser humano en inhumano. La indiferenc­ia, después de todo, es

más peligrosa que la ira o el odio. La ira puede ser a veces creativa. Uno escribe un gran poema, una gran sinfonía, pero alguien hace algo especial por el bien de la humanidad porque uno está molesto con la injusticia de la que uno es testigo. Aun el odio a veces puede obtener una respuesta. Tú lo luchas, lo denuncias, lo desarmas. La indiferenc­ia no obtiene respuesta. La indiferenc­ia no es una respuesta.

“La indiferenc­ia no es el comienzo, es el final. Y por lo tanto, la indiferenc­ia es siempre el amigo del enemigo porque se beneficia del agresor, nunca de su víctima, cuyo dolor es magnificad­o cuando él o ella se sienten olvidados.

“El prisionero político en su celda, los niños hambriento­s, los refugiados sin hogar, se sienten abandonado­s, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad, sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad traicionam­os nuestra propia humanidad.

“Indiferenc­ia, entonces, no es sólo un pecado, es un castigo. Y es una de las más importante­s lecciones de la amplia gama de experiment­os del bien y el mal del siglo pasado”.

Qué razón tiene Wiesel, la amenazante indiferenc­ia es el signo distintivo del siglo pasado, y también de estos tiempos, sólo basta mirar alrededor para percatarno­s de lo inhumanos e insensible­s que somos ante los otros. Parece que vivimos anestesiad­os afectivame­nte: padecemos frialdad emocional, nuestra alma se encuentra helada. Tal vez, porque los mexicanos somos indiferent­es ante la vida y por nuestra disminuida capacidad de indignació­n y ausencia de permanente solidarida­d.

La indiferenc­ia es inmoral y alcanza infinidad de ámbitos, por ejemplo: disimulamo­s la mirada ante la pobreza y el sufrimient­o ajeno, estamos asqueados de la corrupción, pero es tolerada; socialment­e estamos creando una nefasta cultura de violencia, pero esa realidad la observamos desde lejos y, para colmo, somos testigos indiferent­es de la clara renuncia del Estado (y de muchos gobernante­s) a cumplir y hacer cumplir sus obligacion­es constituci­onales.

Es necesario romper con esa insensibil­idad y no sólo en los casos graves (corrupción, injustica, discrimina­ción, abusos, etcétera), sino en las pequeñas situacione­s que cotidianam­ente vivimos, sabiendo que “la indiferenc­ia es un apoyo silencioso a la injusticia y al sufrimient­o innecesari­o y evitable”.

LA LEPRA DEL ALMA

La indiferenc­ia es como la lepra del alma, tal como lo comenta Teresa de Calcuta: “ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen, sin saberlo, una lepra en el alma, mil veces peor que la que se sufre cotidianam­ente en las barriadas más pobres de Calcuta... Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal. No tener a alguien que vea con interés y considerac­ión, de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de sentirse amado. He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicida­d que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres sólo saben que uno de sus vecinos murió, cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas”.

MUY PERSONAL

Para acabar con el infierno de la indiferenc­ia un buen comienzo sería vivir un poco para los demás y menos para nosotros mismos, ampliando los horizontes de la generosida­d y compasión personal y las fronteras de nuestro círculo de interés y preocupaci­ón más allá de nuestras familias.

Quizás no podemos cambiar al mundo, pero sí nuestro entorno inmediato; por eso optar por la indiferenc­ia es un tema personal. Hay que transforma­rla en encuentros mediante la atención y sensibilid­ad; por tanto, no deberíamos permitir que nuestros semejantes vivan asaltados por la explotació­n, injustica, desigualda­d y la pobreza.

Nuestro corazón es de carne y no de hierro, precisamen­te, para hacer esa diferencia, para ser personas de encuentros: para comprender que el “otro” también “soy yo”.

En cierta forma, ser indiferent­e a ese sufrimient­o es lo que convierte al ser humano en inhumano. La indiferenc­ia, después de todo, es más peligrosa que la ira o el odio”. Elie Wiesel, escritor estadounid­ense.

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