PERSONAS DE ENCUENTROS
La indiferencia es la enfermedad de este siglo, es un estado innatural donde la crueldad y la compasión se funden, y que no permite ver que ‘el otro’ también ‘soy yo’
Bien lo dice el papa Francisco: “Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro –no basta ver, no, hay que mirar– si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro”.
EL DISCURSO
En 1986, el Premio Nobel de la Paz fue otorgado a Elie Wiesel (1928-2016) por “ser uno de los líderes y orientadores espirituales más importantes en un tiempo en que la violencia, la represión y el racismo siguen caracterizando al mundo”.
En el año de 1999, Wiesel dio un emotivo discurso en cual cuenta su historia y explica los peligros de la indiferencia, brindando una lección significativa que hoy, más que nunca, hay que tener presente:
“Estamos en el umbral de un nuevo siglo, un nuevo milenio. ¿Cuál será el legado del siglo desaparecido? ¿Cómo será recordado en el nuevo milenio? Por supuesto que será juzgado, y juzgado severamente, tanto moralmente como en términos metafísicos. Los siguientes errores han imprimido una oscura sombra sobre la humanidad: dos guerras mundiales, incontables guerras civiles, una cadena sin sentido de asesinatos: Gandhi, los Kennedy, Martin Luther King, Sadat, Rabin; baños de sangre en Cambodia y Nigeria, India y Pakistán, Irlanda y Ruanda, Eritrea y Etiopía, Sarajevo y Kósovo, la inhumanidad en el Gulag y la tragedia de Hiroshima. Y en un nivel diferente, por supuesto, Auschwitz y Treblinka. Tanta violencia, tanta indiferencia.
LUZ Y OSCURIDAD
“¿Qué es indiferencia? Etimológicamente, la palabra significa “no hay diferencia”. Un estado extraño e innatural
en el cual las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden.
“¿Cuáles son sus cursos y sus inescapables consecuencias? ¿Es una filosofía? ¿Es concebible una filosofía de la indiferencia? ¿Puede uno ver la indiferencia como virtud? ¿Es necesario, de vez en cuando, practicarla, simplemente para conservar nuestra sanidad, vivir normalmente, disfrutar una buena comida y un vaso de vino, mientras el mundo alrededor nuestro experimenta una terrible experiencia?
“Por supuesto, la indiferencia puede ser tentadora, más que eso, seductiva. Es mucho más fácil alejarse de las víctimas. Es tan fácil evitar interrupciones tan rudas en nuestro trabajo, nuestros sueños, nuestras esperanzas. Es, después de todo, torpe, problemático, estar envuelto en los dolores y las desesperanzas de otra persona.
LAS PUERTAS NEGRAS
“Allá, detrás de Auschwitz, los prisioneros más trágicos eran, como eran llamados, los ‘Muselmanne’ (término para referirse a prisioneros que se encontraban al borde de la muerte, ya sea por desesperanza, hambre, enfermedad o agotamiento). Envueltos en sus propias sábanas, se sentaban o yacían en el piso, con las miradas fijas en el espacio, inconscientes de dónde estaban o quiénes eran, ajenos a su entorno.
“No sentían más dolor, hambre, sed. No le temían a nada. No sentían nada. Estaban muertos y no lo sabían. En lo profundo de las raíces de nuestra tradición, algunos de nosotros sentíamos que ser abandonados por la humanidad no era lo último. Nosotros sentíamos que ser abandonados por Dios era peor que ser castigados por él. Era mejor un Dios injusto que uno indiferente.
“Para nosotros, ser ignorados por Dios era un castigo más duro que ser víctima de su ira. El hombre puede vivir lejos de Dios, pero no sin Dios. Dios se encuentra dondequiera que estemos. ¿Aun en el sufrimiento? Aun en el sufrimiento.
OLVIDO PERMANENTE
“En cierta forma, ser indiferente a ese sufrimiento es lo que convierte al ser humano en inhumano. La indiferencia, después de todo, es
más peligrosa que la ira o el odio. La ira puede ser a veces creativa. Uno escribe un gran poema, una gran sinfonía, pero alguien hace algo especial por el bien de la humanidad porque uno está molesto con la injusticia de la que uno es testigo. Aun el odio a veces puede obtener una respuesta. Tú lo luchas, lo denuncias, lo desarmas. La indiferencia no obtiene respuesta. La indiferencia no es una respuesta.
“La indiferencia no es el comienzo, es el final. Y por lo tanto, la indiferencia es siempre el amigo del enemigo porque se beneficia del agresor, nunca de su víctima, cuyo dolor es magnificado cuando él o ella se sienten olvidados.
“El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad, sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad traicionamos nuestra propia humanidad.
“Indiferencia, entonces, no es sólo un pecado, es un castigo. Y es una de las más importantes lecciones de la amplia gama de experimentos del bien y el mal del siglo pasado”.
Qué razón tiene Wiesel, la amenazante indiferencia es el signo distintivo del siglo pasado, y también de estos tiempos, sólo basta mirar alrededor para percatarnos de lo inhumanos e insensibles que somos ante los otros. Parece que vivimos anestesiados afectivamente: padecemos frialdad emocional, nuestra alma se encuentra helada. Tal vez, porque los mexicanos somos indiferentes ante la vida y por nuestra disminuida capacidad de indignación y ausencia de permanente solidaridad.
La indiferencia es inmoral y alcanza infinidad de ámbitos, por ejemplo: disimulamos la mirada ante la pobreza y el sufrimiento ajeno, estamos asqueados de la corrupción, pero es tolerada; socialmente estamos creando una nefasta cultura de violencia, pero esa realidad la observamos desde lejos y, para colmo, somos testigos indiferentes de la clara renuncia del Estado (y de muchos gobernantes) a cumplir y hacer cumplir sus obligaciones constitucionales.
Es necesario romper con esa insensibilidad y no sólo en los casos graves (corrupción, injustica, discriminación, abusos, etcétera), sino en las pequeñas situaciones que cotidianamente vivimos, sabiendo que “la indiferencia es un apoyo silencioso a la injusticia y al sufrimiento innecesario y evitable”.
LA LEPRA DEL ALMA
La indiferencia es como la lepra del alma, tal como lo comenta Teresa de Calcuta: “ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen, sin saberlo, una lepra en el alma, mil veces peor que la que se sufre cotidianamente en las barriadas más pobres de Calcuta... Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal. No tener a alguien que vea con interés y consideración, de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de sentirse amado. He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicidad que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres sólo saben que uno de sus vecinos murió, cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas”.
MUY PERSONAL
Para acabar con el infierno de la indiferencia un buen comienzo sería vivir un poco para los demás y menos para nosotros mismos, ampliando los horizontes de la generosidad y compasión personal y las fronteras de nuestro círculo de interés y preocupación más allá de nuestras familias.
Quizás no podemos cambiar al mundo, pero sí nuestro entorno inmediato; por eso optar por la indiferencia es un tema personal. Hay que transformarla en encuentros mediante la atención y sensibilidad; por tanto, no deberíamos permitir que nuestros semejantes vivan asaltados por la explotación, injustica, desigualdad y la pobreza.
Nuestro corazón es de carne y no de hierro, precisamente, para hacer esa diferencia, para ser personas de encuentros: para comprender que el “otro” también “soy yo”.
En cierta forma, ser indiferente a ese sufrimiento es lo que convierte al ser humano en inhumano. La indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira o el odio”. Elie Wiesel, escritor estadounidense.