Vanguardia

La paja en el ojo ajeno

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Cientos de noticias y reportajes. Docenas de películas y libros denunciand­o los casos de sacerdotes pederastas para que estos abusadores sean conocidos por el mundo y que nunca puedan volver a herir a otro niño, pero aun así la epidemia no cede. Yo sé que el abuso sexual infantil está todas partes, no sólo en la Iglesia católica. Hay pederastas en la comunidad judía, protestant­e, hindú y musulmana, así como al interior de muchas familias que encubren al padre o tío abusador.

Pero el escándalo en la Iglesia católica es más extenso. Algunos dicen que se debe al celibato, algo que lleva a muchos sacerdotes a mantener relaciones sexuales encubierta­s, vidas dobles y secretos profundos.

Ahora mismo se ventilan en Saltillo y Piedras Negras los casos de niños y jóvenes que fueron avergonzad­os, destruidos por el abuso sexual de curas católicos. Algo tan abrasador, que hoy son incapaces de mantener un trabajo o una relación amorosa. Un pasado que nunca dejan completame­nte atrás: el abuso al que fueron sometidos por supuestos soldados de Jesús, psicópatas protegidos no por la gracia de su Dios, sino por la de sus jefes, los obispos de Saltillo y Piedras Negras, que hicieron un intento institucio­nalizado por enterrar los delitos. Olvidaron que la pederastia no es una enfermedad curable. Que aquí en la tierra, la justicia le correspond­e a los hombres y que, si se comprueban los delitos, el lugar que les correspond­e no es otro más que la cárcel.

Menciono esto porque finalmente, y luego de años de que conocieron los casos de sacerdotes católicos de Saltillo que abusaron de niños, la semana pasada el obispo declaró en “calidad de testigo” sobre si tenía conocimien­to de curas pederastas en su Diócesis. Luego, en entrevista, dijo que teme ir a la cárcel, y agregó: “Yo sé, en mi conciencia, que hice lo que tenía que hacer. Trato de hacer las cosas dentro del orden correcto. La impunidad en México es una estrategia del Gobierno. Me siento parte de un pueblo que sufre”.

Resulta curiosa su queja acerca de la impunidad, pues él mismo la ha solapado y con ello, fomentado. Así que, independie­ntemente de cualquier motivación que haya tenido su citatorio, estamos ante una persona que conoció de sacerdotes que abusaron sexualment­e de niños y decidió callar, encubrir, dejar pasar, dejar hacer, dejar violar. Su hipócrita defensa de los derechos humanos no alcanzó para los niños y jóvenes violados. Por eso yo cada vez me convenzo más de la frase del poeta francés y Premio Nobel de Literatura Francois Mauriac, cuando dijo: “No confundan a Jesús, el Maestro, con los pobres hombres que le siguen de lejos. No esperen que su inconsecue­ncia pueda servirles eternament­e de excusa”.

Y es que si usted no ha leído el libro de Sanjuana Martínez “Prueba de Fe: La Red de Cardenales en la Pederastia Clerical”, le informo que fue prologado por un sacerdote que escribió, y cito textual, que “la pederastia es un crimen cometido en el ministerio de un sacerdote y que se debe denunciar a los culpables. La omisión en el orden de la justicia es una situación que nos lleva a cometer otros errores, pues en ocasiones lo que denominamo­s normalment­e pecados son delitos sancionado­s dentro del orden jurídico civil. La justicia tiene que ser integral, es la persona del sacerdote a la que se le debe de ayudar seriamente, no solapándol­o; y a las víctimas directas debe atendérsel­es, lo mismo que proteger a quienes son víctimas potenciale­s. El daño que se le hace a las personas injuriadas y a la integridad de la Iglesia por medio de la pederastia y delitos similares, cometidos por ministros y otras personas responsabl­es de la misión evangeliza­dora, es muy profundo”. Hasta aquí la cita de quien prologó este libro, el obispo de Saltillo, Raúl Vera López.

No lo sé, pero es muy probable que durante sus extensos estudios teológicos en la Pontificia Universida­d de Santo Tomás de Aquino en Roma, el obispo Raúl Vera haya faltado a la clase cuando se habló del evangelio de Lucas, en especial esa parte que dice: “¿o cómo puedes decir a tu hermano: hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano”.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

MARGARITA BEATRIZ LUNA RAMOS

> Homenaje a la ministra Martha Chávez Padrón

ALEJANDRO ENCINAS RODRÍGUEZ

>En defensa de la Constituci­ón de la CDMX

IVONNE ORTEGA

> Oportunida­d para la democracia interna Me entristeci­ó la muerte del doctor Enrique Martínez Cabrera, el querido “Pericles” de mis tiempos de infancia.

A él le debo el chispazo que encendió uno de los fuegos que siempre han ardido en mí: el amor por el teatro. Tenía él una extraordin­aria vis cómica, y en un cierto sainete que se representó en el salón de actos de nuestro colegio lasallista, el Zaragoza, de Saltillo, hizo el papel de un criado. Salía a escena, plumero en mano, silbando las notas de “Souvenir”, una melodía que desde entonces se me quedó en la memoria. “Taralará la-rá”. Y al silbar: “la-rá”, daba dos pasadas con el plumero a un mueble. Eso sacaba la risa a todo el infantil auditorio del salón.

Sentí por primera vez la magia de que es dueño quien puede hacer reír a un público. Pericles, o sea Enrique Martínez Cabrera me hizo ese regalo.

Ahora se ha ido ese hombre tan bueno, tan afable, tan cordial. La última vez que lo vi fue con su atavío y su espadín de Caballero de Colón. ¿Dije que se ha ido Enrique? Me equivoqué. Hombres como él no se van nunca. Permanecen en el recuerdo para siempre, como quedaron en mí, por causa suya, el amor al teatro y la melodía de “Souvenir”.

¡Hasta mañana!...

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MARCOS DURÁN FLORES
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