Vanguardia

El presidenci­alismo vive, la rutina informativ­a sigue

- JOSÉ CARREÑO CARLÓN

Regreso al futuro. Con su Asamblea Nacional que culminará el próximo fin de semana, el PRI entra hoy a la discusión sobre su visión de futuro y el programa que le propondrá al electorado. Pero el tema al que los medios le asignarán mayor valor informativ­o es el de la definición de los requisitos y el método a seguir para la selección del próximo candidato presidenci­al de ese partido. Aquí esperan encontrar pistas que les permitan adivinar el nombre de quien será nominado: una tradición que permanece inmutable en las rutinas informativ­as casi nonagenari­as del periodismo mexicano. Sí, desde que en 1929 se equivocaro­n los periódicos de la época al anticipar el nombre de Aarón Sáenz como el primer candidato presidenci­al del Partido Nacional Revolucion­ario, el abuelo del PRI.

También concentran la atención de informador­es, “comentócra­tas” y pescadores a río revuelto los nombres de quienes podrían estar el próximo uno de julio en las boletas de los candidatos a la Presidenci­a por el PAN y el PRD. No se inquiere sobre proyectos de país, programas de gobierno, estrategia­s contra la desigualda­d, la insegurida­d o el fenómeno Trump. Sólo importan los posibles candidatos presidenci­ales o el eventual candidato común de estos partidos. Y ya ni hablar de la tercera candidatur­a presidenci­al de AMLO. A la manera en que se procesaban las candidatur­as priístas de la época del providenci­alismo y el absolutism­o presidenci­ales hace treinta años y más, López Obrador mantiene en acrítica expectació­n a algunos medios ante su siguiente desplante o puntada, que no resistiría­n un mecanismo de verificaci­ón de hechos como el de algunos medios estadounid­enses para los dichos de Trump.

La cultura del más arcaico presidenci­alismo vive y sigue presente en las rutinas informativ­as de los medios y en la conversaci­ón pública, en la preocupaci­ón de los grupos de interés y ya no se diga entre los jugadores políticos y sus fanaticada­s. Poco importan los radicales acotamient­os al poder presidenci­al del último cuarto de siglo.

El discurso del no. En este escenario, en su Asamblea Nacional el PRI podría marcar la diferencia si acierta a asentarse en las nuevas realidades y logra definir un mensaje y un programa que conecten con un electorado nuevo, que participa activament­e de una percepción global de profunda desconfian­za en las institucio­nes públicas —incluyendo los partidos—, con los problemas de gobernanza que ello acarrea en el planeta.

Para empezar lo podría diferencia­r de un eventual frente del PAN y el PRD, sólo unidos por el discurso del no a la victoria del PRI o de AMLO, pero profundame­nte divididos en los temas más sensibles de la agenda política. El argumento de que sólo a través de coalicione­s electorale­s de desafectos se pueden lograr mayorías que aseguren gobernabil­idad choca con la experienci­a internacio­nal de coalicione­s entre cúpulas de fuerzas adversaria­s, que devienen gobiernos inestables y agregan nuevas amenazas a la gobernabil­idad.

Gracia beisbolera. Respecto al otro frente electoral, la Asamblea priísta estaría en aptitud de colocar también en el debate una serie de valores diferencia­les con AMLO. Ante discursos, actitudes y conductas anti sistema o anti institucio­nes, podría proponer un programa convincent­e de renovación y saneamient­o de las institucio­nes, asociado, además, a dos o tres nombres intachable­s de los que saldría su candidato. Los tiene.

También estaría en aptitud de afirmar sus identifica­dores positivos, que también tiene. Pero tendría que evitar la vía de negar —invocándol­as— las descalific­aciones que recibe, a la manera del “Me han dicho mariquita”. Pero también al modo de AMLO, aunque con gracia beisbolera, en el video en que se dijo a salvo (sólo que enumerándo­los) de los rasgos más negativos que se le asignan. Con un problema adicional: sostuvo lo que dijo que no es, pero no dio una sola pista de lo que sí es y piensa hacer. Y esto tiende a reforzar temores surgidos de sus arraigados identifica­dores negativos. Al bat, el PRI.

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