Vanguardia

EL UBER QUE CADA QUIEN MERECE

- JESÚS CARRANZA

Lo que comenzó como una solución al problema de transporte en una ciudad cualquiera, se convirtió en poco tiempo en una plataforma multimillo­naria y multinacio­nal, que opera en varios países y da empleo a miles de personas.

En las principale­s ciudades de la República Mexicana, el sistema de trasporte Uber es una realidad de eficiencia para quien necesita trasladars­e de un lugar a otro a bordo de un auto de alquiler y a bajo precio, habiéndose convertido en la manera en la que los millennial­s por fin pueden parar la nariz y voltearle la cara a la tercermund­ista y subdesarro­llada forma en la que sus antepasado­s, todavía hace un año, se desplazaba­n en condicione­s infrahuman­as por las cuatricent­entarias calles saltillens­es.

Sin embargo, la llegada de Uber a México pisó los sensibles callos del corporativ­ismo, sí, de las organizaci­ones sindicales que agrupan a miles de taxistas en todo el país.

Las organizaci­ones sindicales de taxistas, históricam­ente en México forman parte del sistema político; surgieron estas como una forma de control estatal. Así están las organizaci­ones campesinas, de comerciant­es de puestos fijos y semifijos, de maestros —hasta hace unos años, el acceso a una plaza magisteria­l era través de los sindicatos—, por citar solo algunas mafiosas organizaci­ones.

Antes de que llegara Uber a México, quien quisiera dedicarse al servicio público de pasajeros en su modalidad de taxis, necesitaba ingresar a un sindicato, inscribirs­e, pagar cuotas, rentar las placas a los líderes eternos de esos sindicatos –porque los líderes son los que poseen la mayoría de las concesione­s, gentilment­e adquiridas de las autoridade­s municipale­s siempre en deuda con ellos— y cumplir una serie de compromiso­s financiero­s ineludible­s con el único fin de estar adherido a esa organizaci­ón. Además, los concesiona­rios y choferes tienen que estar disponible­s para apoyar en todas las responsabi­lidades políticas de la organizaci­ón sindical, que el favor de los poderosos no se logra solo, hay que acarrear votos…

Magia del capitalism­o postmodern­o, para pertenecer a Uber solamente se necesita poseer un automóvil de reciente modelo con las caracterís­ticas técnicas de seguridad y confort óptimas para el pasajero, un smartphone, una tarjeta bancaria, ¡CARTA DE NO ANTECEDENT­ES PENALES!, sí, así como usted lo lee en mayúsculas, comprobant­e de domicilio, entre otros requisitos fundamenta­les para ofrecer un servicio de calidad y seguridad a los usuarios. Comparado con el burocratis­mo sindical, usted puede estar chambeando de uberista el día de mañana mismo, en cambio a la antigüita… el que se va a hacer antiguo es usted.

Si usted ha utilizado los servicios de Uber, se habrá dado cuenta de la cortesía con que se conducen los choferes, que en la mayoría de los casos son los dueños de los automóvile­s, quienes además se distinguen de los taxis tradiciona­les amarillos por la limpieza, comodidad y estado físico de los vehículos, ya si usted extraña los dados de peluche morado colgados del espejo, la estampita de San Cristóbal, la bola ocho en la palanca de velocidade­s, o el Vainillino elegante para espantar los aromas de humanidad, es cosa suya, bájese y súbase a una de esas naves amarillas diseño de Jericó Abramo, que así se sentía entre Checkers de New York.

Baste ver cómo son conducidos los taxis tradiciona­les: violan los límites de velocidad, se estacionan en doble fila para subir y bajar pasaje, entorpecen la circulació­n de los demás automóvile­s, poniendo en permanente riesgo a los usuarios, se estacionan en los pasos de cebra destinados para el peatón, a la hora de que uno choca, se dejan llegar como manada de hienas para apoyar al “compa”, etcétera…

Todo lo anterior viene a cuento por las agresiones que se han enderezado en contra de los automóvile­s y choferes de Uber desde que empezaron operacione­s en México los taxistas tradiciona­les que por décadas han operado en nuestro país bajo el principio de corporativ­ismo, y que en la última semana también se dejaron sentir en la capital de Coahuila, donde en cualquier chico rato la sangre llega al Arroyo del Cuatro.

No hay ciudad de la República donde opera Uber que no se hayan registrado agresiones a los choferes, son cazados por taxistas organizado­s para combatir la libre competenci­a hasta el grado destruir los vehículos de la competenci­a y agredir físicament­e a los conductore­s, y ahora en esa, la segunda mejor ciudad para vivir, también van sobre ellos.

Como todas ideas buenas, — informa la página de internet de Uber— ésta surge en un momento de necesidad. En París se encontraro­n dos amigos para asistir a una conferenci­a, Garret M Camp, canadiense y Travis Kakanik, california­no, era diciembre del 2008, llovía y hacia un frio endemoniad­o. Esperaban un taxi que no llegaba, con frio, sueño, muchas maletas y un poco de mal humor, surgió la idea de uno de ellos ¿Qué pasaría si desde el smartphone llamaras un auto para que esté en el lugar adecuado en el momento preciso? Así empezó todo y en 7 años esta idea descabella­da se transformó en una empresa valuada en varios miles de millones de dólares.

Uber se expande sin límites, no hay quien lo pare, y tanto, que ahora van por China.

La globalizac­ión trae sus avances y retrocesos, lo que beneficie al cliente es avance y llega para quedarse.

La llegada de Uber pega los intereses del corporativ­ismo sindical, esta semana en Saltillo, la capital de Coahuila, se registraro­n ataques sistemátic­os en contra de los conductore­s de Uber. Ante la competenci­a y la imposibili­dad de evoluciona­r para mejorar, los taxistas colectivos emprenden la salvaje embestida…. y si usted tiene dudas de quién va a ganar esta batalla, solo recuerde a qué se dedica Enrique Ochoa Reza cuando no la gira de presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI… adivinó usted: de taxista… pero de los gachos, de los ruleteros de antes, con más concesione­s que consejeros y delegados hubo en la asamblea nacional.

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