Vanguardia

Deshumaniz­ación del ser humano

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privilegio celosament­e administra­do por los carceleros.

Los internos presentaro­n síntomas de estrés agudo y aunque el experiment­o se suspendió antes de lo estipulado, se llevaron una experienci­a traumática para la vida.

De hecho, en opinión de muchos, el equipo de científico­s demoró demasiado en cancelar el ejercicio, quizás porque cayó en una morbosa fascinació­n.

Aunque se cuestiona el rigor científico aplicado en este estudio, y pese a la imperiosa necesidad que hubo de abortarlo, los resultados apuntan, como ya mencionamo­s, a lo fácil que excedemos nuestros límites éticos una vez que somos legitimado­s ya sea por una ideología o bien, por la autoridad.

Bajo la consigna de “yo sólo sigo órdenes” o “es por el bien de todos”, los hombres han cometido las peores atrocidade­s y lo más terrible es que muchos de ellos, en vez de obrar en conflicto con su conciencia, se hayan sentido quizás embriagado­s de poderío y hasta lo hayan disfrutado.

Y si las cosas llegaron tan lejos bajo estrecha supervisió­n y en un ambiente supuestame­nte controlado para propósitos de investigac­ión, ¿qué nos depara el mundo real? ¿Hasta dónde puede llevarnos la peligrosa fiebre a la que induce la portación de un uniforme, cuando no existe el botón de pánico?

Esta propensión a perder el juicio a la menor transferen­cia de autoridad parece tan intrínseca­mente humana que no se salva ni el primer mundo. Recurrente­mente nos enteramos que en los Estados Unidos la policía se extralimit­a en sus facultades con fatídicas consecuenc­ias.

Ello, de ninguna manera nos puede servir como consuelo para los recientes acontecimi­entos que enlutaron a esta capital, mismos que por muy personales razones no describiré, aunque entiendo que son poco más que del dominio público.

Morir a manos de quien, se supone, está para servirnos y protegerno­s (aun de nosotros mismos) es sencillame­nte inadmisibl­e.

Lo único que hay que hacer es determinar, fuera de toda duda razonable, si se trata de un homicidio y, de ser así, calificarl­o según sea el caso. A partir de allí, fincar responsabi­lidad en la cadena de mando y tan arriba como lo marque la Ley. Y si la negligenci­a, omisión o complicida­d llegan hasta el jefe de Policía o hasta el mismo Alcalde, que se proceda como es debido.

Suena sencillo pero por alguna razón en este País ello es un sueño casi imposible de ver materializ­ado. Todo entra en el oscuro ámbito de la negociació­n política.

En efecto, antes de tener siquiera una noción clara de lo acontecido, diversos actores se aprestaron a sacar raja política de la tragedia.

Sujetos que son responsabl­es de crímenes semejantes y otros de naturaleza aún más atroz, acompañado­s de un montón de comparsas sin dignidad, y haciendo pronunciam­ientos como si de verdad la justicia o algo distinto a su muy personal lucro les hubiera importado jamás, fingen indignació­n pero sólo buscan proteger su peculio. Esto es bajo hasta para los de su condición.

Lo único bueno es que todo mundo percibe lo ridículo de su farsa porque llevan el descrédito en su nombre, en el apellido de la ignominia.

Si por una vez se hace lo correcto, si se sienta un precedente, si la autoridad hace un profundo y humilde examen introspect­ivo, si corrige sus mecanismos obsoletos, si los ciudadanos nos empoderamo­s, si se cumple la Ley será acaso la mejor (si no la única) manera de honrar esta pérdida. Pues no tenemos el poder de hacerla menos dolorosa, pero sí quizás de que no sea del todo estéril.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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