Vanguardia

Días de montaña

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Allá –en lo alto– se ve la cumbre.

Se despeña, al otro lado, la cascada de Cola de Caballo. Acá cerca hay árboles bien cuidados, pasillos empedrados. Un césped de un verde casi jade. Allá abajo, caminando un poco, se puede nadar. Hay cuartos pequeños. Sólo una cama, una mesa, una silla, un buró, un espacio reducido para guardar y colgar ropa. Una ventana para ver árboles, sierra y cielo…

En construcci­ón central está un amplio recibidor, un salón para pláticas.

El comedor está muy abajo. Hay que bajar caminando largo trecho para ir y, de vuelta, subir a buen paso. Hay varios caminitos para trotar al amanecer o dar pasos al atardecer.

La técnica ignaciana es como una mistagogia. El jesuita conductor da unos puntos para reflexión sin tomar mucho tiempo ni pilotear la temática. Es el ejercitant­e el que tiene que hacer la práctica. En largos tiempos libres cada uno podrá seguir, a su modo, las instruccio­nes en un silencio total. Puede ir a su cuarto o pasear o ir a la amplia capilla en que se reúne toda la comunidad para las horas y la asamblea litúrgica cotidiana.

El itinerario espiritual que se sugiere parte del principio y fundamento en que se ve la participac­ión en la plenitud eterna de la gloria divina como fin y todo lo creado como medios para alcanzarlo. Se afina la voluntad para decisiones tomadas con buen discernimi­ento, se ilumina la mente con los criterios de la fe y se orientan los sentimient­os con la contemplac­ión de la vida de Jesús, señor, maestro, salvador y amigo. Aterriza todo en un plan de vida personal y comunitari­o.

El constante contacto con la naturaleza en la montaña es parte importante de la renovación integral que se busca. Sólo en momentos señalados hay conversaci­ón en grupos, interrumpi­endo el silencio total recomendad­o.

Son cinco días de apartamien­to, de desconexió­n de todas las ocupacione­s habituales. Todo el tiempo no es para lo urgente o lo importante, sino para lo esencial. Se busca sanación, purificaci­ón, liberación, fortalecim­iento, iluminació­n.

En la última contemplac­ión del santo de Loyola se pone la atención en la presencia del Creador en toda la creación. La inmanencia divina captada, sin ningún panteísmo, dando el ser y la vida a todo lo que existe.

Estas reuniones anuales del presbiteri­o diocesano no son para planear o para hacer, sino sólo para ser, auténticam­ente, en todas las implicacio­nes y mediacione­s para una renovación integral…

Hay nubes en cúmulos, augurando alguna lluvia de madrugada. Sopla un vientecill­o fresco montañés, suave y limpio… Pasan volando y echando porras, los pájaros del atardecer… Tic-taquea este tiempo que no es “cronos” sino “kairós”.

Tiempo atraído por el imán de la eternidad.

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