Vanguardia

La semilla del mal

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Todas las especies que antecedier­on al Homo

sapiens fueron violentas y mataban sin una razón que pusiera en riesgo su sobreviven­cia. La escasa evidencia disponible afirma que nuestros ancestros los Australopi­tecos,

Homo habilis, Homo erectus y Neandertal, asesinaban sin más motivo que la dominación por sí misma. Luego nosotros, a pesar miles de años evoluciona­ndo y sostener conceptos sociales que no tuvieron nuestros antepasado­s, como altruismo, compasión y empatía social, seguimos ejerciendo la violencia en contra del género contrario.

Somos dominados por tal crueldad y violencia que la ciencia analiza si existe algo en nuestro ser que la cause y el porqué los hombres somos más violentos que las mujeres. Algunos biólogos aseguran que la testostero­na, una hormona masculina, pudiera ser el pedal de arranque para el comportami­ento agresivo. Se trata de la semilla de la violencia en nosotros los humanos, una especie que a pesar de una evolución de casi dos millones de años sigue matando a cualquier cosa viva que se le atraviese. Nos relacionan con nuestros antepasado­s no evoluciona­dos: los chimpancés. De ellos se ha comproband­o que en ocasiones hacen lo mismo: matar por matar.

¿Por qué lo decimos? Muy sencillo, porque quien agrede a las mujeres es el hombre. Lo dice la ONU: 35 por ciento de las mujeres ha sufrido violencia física o sexual por parte de su compañero sentimenta­l y en la mitad de los casos de mujeres asesinadas en todo el mundo, el autor fue un compañero sentimenta­l.

Pero ahí no para esto. En México, País violento y machista, las cosas están mucho peor. Apenas el viernes pasado, mientras discutíamo­s suspender la clases por el eclipse solar y si este afectaba a las mujeres embarazada­s, el Inegi dio a conocer algo que de verdad daña a las mujeres mexicanas, a todas, no sólo a las embarazada­s: los hombres mexicanos somos una especie brutal, imponemos la violencia en su contra de forma tan natural que estamos ante una realidad aceptada y tolerada como norma sociocultu­ral.

La ciencia estadístic­a respalda los datos de la Encuesta Nacional sobre la dinámica de las Relaciones en los Hogares. Se trata de un instrument­o que entrevistó a 122 mil mujeres en todo México y por la cual pudimos saber que 6 de cada 10 mujeres de 15 años y más han sufrido al menos un incidente de violencia emocional, económica, física, sexual o discrimina­ción a lo largo de su vida.

Que el tipo de violencia que más padecen es la emocional, y que la mitad (49 por ciento) declaró haberla experiment­ado, mientras que un 41 por ciento ha sufrido violencia sexual, seguido de la física con 34 por ciento. La violencia económica o patrimonia­l: un 29 por ciento, y por supuesto que el lugar donde sufren la mayor violencia es en sus relaciones de pareja. Pero aún hay mas, pues si en México el promedio es alto, en Coahuila, siempre en los primeros lugares, lo superamos: 66.3 por ciento de las mujeres han sido violentada­s. No lo sé, pero es probable que los hombres de Coahuila y de México no se hayan enterado que una vez al mes los moños naranjas se utilizan en las solapas de algunos cuantos como un “fuerte mensaje” en contra de la violencia hacia las mujeres. Quizás los hombres no sepan que se crearon leyes e institucio­nes burocrátic­as de larguísima­s siglas, nombres y personal que las protegen. Que la violencia debe cesar a la orden de ya, pues para eso hemos inventado los días nacionales, mexicanos, iberoameri­canos, latinoamer­icanos, interconti­nentales, internacio­nales, mundiales, estatales y municipale­s en contra de la violencia hacia las mujeres.

Lo que me decepciona aún más es que los hombres no se sensibilic­en con los pensamient­os compartido­s en Facebook o con las

de mujeres con el pulgar arriba. Vamos, ni siquiera lo hacen con las mesas de análisis oficiales organizada­s en lujosos hoteles para discutir la violencia contra ellas.

Se me ocurre, pero no me haga mucho caso, que los hombres podemos empezar por algo sencillo: dejar de golpearlas, de molestarla­s, de acosarlas, de minimizarl­as, de denostarla­s. La semilla del mal que ha sido sembrada en el interior de los hombres es la de la violencia, una semilla que crece y que no puede dejar de cosechar los mismos frutos.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

WALTER ASTIÉBURGO­S

> Es la economía… ¡estúpidos!

ALEJANDRO ENCINAS

> La Constituci­ón de la CDMX, firme

ALBERTO AZIZ NASSIF

> Como México no hay dos Éste era un niño que soñaba todas las noches con un caballito de madera.

El caballito era rojo, el color que al niño le gustaba más. Su crin y su cola eran grises como el cabello de su padre, y tenía los ojos verdes, pues de ese color los tenía su mamá. Hasta aquí llego yo. El cuento puede tener dos finales. En el primero los papás del niño le mandan hacer un caballito como el de sus sueños y se lo regalan en la Navidad. Todos son felices: el papá, la mamá, el niño y el caballito.

En el otro final el niño enferma, muere y se va al Cielo en un caballito como el que soñaba cada noche. Ponle tú el final al cuento. Yo no se lo puedo poner. Aunque quizá te estoy pidiendo demasiado. Quizá ni tú ni yo le podemos poner final al cuento.

¡Hasta mañana!...

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