Vanguardia

Corrupción: nuestro principal desafío

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Durante mucho tiempo, las encuestas de opinión han mostrado en el primer lugar de las preocupaci­ones ciudadanas a la insegurida­d o al desempleo. Por ello no puede pasar inadvertid­o que, de acuerdo con la Encuesta Nacional 2017, de la empresa Gabinete de Comunicaci­ón Estratégic­a, el problema colectivo más relevante para los coahuilens­es sea la corrupción.

Y no puede soslayarse este resultado, entre otras razones, porque se registra justamente cuando en Coahuila tiene lugar una intensa discusión a propósito de la integració­n del Sistema Estatal Anticorrup­ción. Además, porque los resultados reflejan el clima postelecto­ral que domina a la entidad luego de los comicios del 4 de junio pasado.

Por otra parte, el resultado es relevante porque valdría la pena estudiar mejor el fenómeno que se ubica detrás del mismo, es decir, convendría saber si sólo se trata de un “chispazo”, producto de la efervescen­cia política, o si ha surgido realmente entre los coahuilens­es la determinac­ión de voltear a ver y ocuparse del problema que representa la corrupción.

No cabe duda, desde luego, que la corrupción es un problema de los más graves en el País. Probableme­nte estemos hablando de la caracterís­tica que mejor identifica cualquier ciudadano como atributo del servicio público, prácticame­nte desde el origen de los tiempos.

Sin embargo, ésta ha sido “normalizad­a” prácticame­nte por todos los estratos y grupos sociales, al grado incluso de disculparl­a si se registra acompañada de “obras” realizadas por quienes gobiernan y son señalados de obtener ventaja de su posición en la estructura gubernamen­tal.

Por ello es que, a pesar de haber estado siempre ahí –y ser ampliament­e reconocida por la población– la corrupción no ha “capturado” el sitial de honor en el podio de las preocupaci­ones colectivas.

Resultaría sumamente alentador que el resultado de la encuesta realizada por GCE implicara el surgimient­o de una determinac­ión colectiva para combatir en serio al fenómeno y no, como se antoja considerar en primera instancia, que se trate solamente de una “burbuja de indignació­n” prohijada al calor de la confrontac­ión postelecto­ral.

Y es que si se trata sólo de lo segundo, entonces el “ánimo anticorrup­ción” se apagará en breve y muy segurament­e en una medición subsecuent­e el problema ya no aparecerá en el primer lugar de la lista.

Está claro que la corrupción nos preocupa, nos hace reaccionar y existe un acuerdo más o menos amplio en el sentido de que es indispensa­ble combatirla. Sin embargo, a la hora de poner manos a la obra el entusiasmo se desvanece y nadie –o casi nadie– está dispuesto a realizar el gasto que hace falta para instaurar la legalidad como eje rector de la convivenci­a social.

La encuesta de GCE constituye, sin duda, un buen termómetro para asumir la existencia de un ánimo colectivo en contra de la corrupción. Sin embargo, será absolutame­nte insuficien­te si, más allá de la expresión verbal de rechazo a las prácticas deshonesta­s, no comenzamos todos a realizar acciones concretas para condenar, denunciar y combatir este mal endémico.

El ánimo colectivo anticorrup­ción que hoy predomina será insuficien­te si no comenzamos a realizar acciones concretas para condenar, denunciar y combatir este mal

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