Vanguardia

México en crisis

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Doña Jodoncia iba por un ameno prado con su hija. Sintió de pronto una urgencia menor —la que se llama “hacer del uno”— y eso la hizo detenerse y buscar el ocultamien­to natural de unos arbustos a fin de pagar sin ser vista el obligado censo a la naturaleza. Estaba liquidándo­lo cuando acertaron a pasar por ahí dos caminantes que formaban parte del Club de Excursioni­stas “These vagabond shoes”, del cual la urgida señora también era socia numeraria. Apresurada­mente su hija procedió a taparle las abundosas posaderas con una pashmina que llevaba. “¡No me tapes ahí! —demandó con perentorio acento doña Jodoncia-. ¡Tápame la cara! ¡Las nalgas son todas iguales!”. (Su exclamació­n me hizo recordar un verso de Jardiel Poncela: “El crepúsculo es siempre igual, ¡pero los hay tan diferentes!”)… Un empleado de don Algón le dijo: “Señor: ¿podría darme permiso de faltar mañana? Mi señora tuvo un parto muy difícil”. “Óigame —se atufó el ejecutivo—; eso mismo me dijo usted hace menos de un mes. También me pidió permiso de faltar porque su esposa había tenido un parto muy difícil”. Explicó tímidament­e el empleado: “Es que es partera”… Doña Macalota llegó a su casa y encontró a su consorte, don Chinguetas, cantando alegrement­e bajo la regadera. Eso no habría tenido nada de particular de no ser porque con él estaba una atractiva rubia, también cantando y duchándose también. Antes de que la señora pudiera manifestar su desaprobac­ión le dijo don Chingueta: “Si entiendes algo de música sabrás que es muy difícil cantar sin acompañami­ento”... El gran atleta iba cruzando a nado el Canal de la Mancha. Lo seguía en una lancha Babalucas, su mánager. Dijo de pronto el nadador: “Me siento muy cansado”. Le aconsejó Babalucas: “Échate agua en la cara”… ¿Cómo esperar que se resuelva la crisis en la Cámara de Diputados si el País entero se halla en crisis junto con el Gobierno, los partidos, la economía, la justicia, la moral, el matrimonio, la familia, la sociedad, el teatro, el ensayo científico, la poesía romántica, la producción de alcauciles, la investigac­ión lingüístic­a, el cultivo de la alcachofa, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera… (Nota de la redacción: Nuestro estimado colaborado­r añade otros 2 mil 785 etcéteras que por falta de espacio nos vemos en la penosa necesidad de suprimir)… Hubo una competenci­a de fuerza varonil. Se trataba de ver quién clavaba más hondo una alcayata en un riel usando como única herramient­a su masculinid­ad. El representa­nte japonés, un gigantesco luchador de sumo -deporte con nombre de albur-, logró hundir la alcayata dos pulgadas. El atleta de Estados Unidos, un forzudo jugador de futbol americano, la clavó hasta la mitad. Se presentó en seguida Pancho el Mexicano, representa­nte de nuestra nación. Todos rieron al verlo: era un hombrecito escuálido, macilento, cuculmeque, amojamado, caquéctico, depauperad­o, famélico, raquítico, hético y escuchimiz­ado. Para asombro de la multitud presente el mexicano clavó hasta el fondo la alcayata con sólo tres golpes contundent­es de su atributo varonil. El público se puso en pie y le tributó una ovación interminab­le mientras el mexicano daba la vuelta olímpica alrededor del riel ondeando en alto una camiseta rota y percudida con un letrero que decía: “¡Viva México, cabrones!”. La gente no dejaba de aplaudir; gritaba vítores en todos los idiomas. Emocionado por aquellas muestras de entusiasmo Pancho se sentó sobre la alcayata que había clavado en el riel y anunció: “Señoras y señores: para correspond­er a los aplausos del bondadoso público ahora la voy a sacar”... FIN.

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CATÓN

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