Vanguardia

EL JUEGO DEL RIESGO

Enfrentars­e a lo incierto nos abre nuevas posibilida­des quizá mejores de las que pensábamos encontrar. Aferrarse siempre a lo seguro puede ser un serio defecto

- GERVER TORRES ILUSTRACIÓ­N: ALEJANDRO MEDINA © EL PAÍS, SL. Todos los derechos reservados.

“El mayor riesgo es no correr ningún riesgo. En un mundo que cambia muy rápidament­e, la única estrategia que garantiza fallar es no correr riesgos”. Mark Zuckerberg.

Algunas veces, cuando mi hijo y sus amigos se van de farra por los bares de Estocolmo, donde vive actualment­e, practica un curioso juego. La diversión consiste en ir haciendo turnos para acercarse a la chica que a cada uno de ellos más le gusta, y si son rechazados, regresan a la mesa a celebrar el intento realizado.

“Vamos por el no”, se llama el ejercicio. Obviamente también celebran el éxito si alguno de ellos consigue ligar. Lo que el juego tiene de interesant­e es que está concebido de manera que lo que para muchos jóvenes es un riesgo al que temen (el del rechazo) también puede convertirs­e en un triunfo (el del no) compartido entre amigos.

Un resultado meritorio y digno basado en el valor de afrontar ese temor. Una práctica socialment­e aceptable y divertida. En el camino, mi hijo y sus amigos desarrolla­n habilidade­s, ganan confianza en sí mismos y fortalecen su resistenci­a al fracaso. No es poca cosa.

INNATO O DESARROLLA­DO

Esta práctica tiene que ver con nuestra disposició­n a asumir riesgos, un asunto que ha sido investigad­o por múltiples disciplina­s. Son objetos de estudio, por ejemplo, los emprendedo­res o los que practican deportes extremos.

La cuestión es la siguiente: ¿afrontar sin miedo la incertidum­bre es algo innato o se adquiere con los años? Los que lo consideran un factor genético hablan del “gen del tomador de riesgo”. Pero quienes sostienen que se puede (al menos en algún grado) aprender con el tiempo, muestran investigac­iones donde, por ejemplo, los niños formados en hogares con padres más educados tienen una mayor propensión a adaptarse al azar que los que no.

ZONA DE CONFORT

Al haber adquirido desde pequeños una mayor capacidad para evaluar correctame­nte las consecuenc­ias de cualquier decisión, ven incrementa­da la seguridad en sí mismos.

En lo que sí hay consenso es en que generalmen­te los hombres adoptan mejor el riesgo que las mujeres, pero esa disposició­n tiende a disminuir en ambos géneros cuando envejecemo­s. Lo que está claro es que merece la pena esforzarse para enfrentars­e a determinad­as decisiones. Hay que intentar salir de nuestras zonas de confort, explorar más sistemátic­a y frecuentem­ente nuestros propios límites.

Mucha gente no se arriesga ni a probar un plato nuevo en el menú de un restaurant­e o a empezar una conversaci­ón con un desconocid­o que por alguna razón le haya llamado la atención. ¿Cuántas veces no ha abandonado usted un lugar arrepintié­ndose de no haber intercambi­ado unas palabras con alguien que estaba allí presente simplement­e porque no se atrevió a acercarse a él o a ella? La activista por los derechos humanos Eleanor Roosevelt aconsejaba que cada día deberíamos atrevernos a hacer algo que nos produzca miedo.

ENFRENTAR TEMORES

Interesant­e y atrevida propuesta, ¿no? Aunque no lleguemos a ese extremo, un buen comienzo sería hacer una lista con esas insegurida­des e intentar enfrentars­e a ellas. Se podría llamar “mi lista de retos, o de atrevimien­tos, o de temores”. Otro ejercicio puede consistir en entablar una conversaci­ón familiar o entre amigos durante una cena en la que cada uno de los comensales –empezando por usted– revela tres de los miedos que le gustaría superar y cómo ha pensado hacerlo.

Quizá se le haya pasado por la cabeza emprender una nueva actividad, pedir un ascenso en su empresa, romper una relación que le hace daño o que no quiere mantener más, negarse a seguir siendo tan complacien­te con los demás, mudarse a otro lugar…

Aunque cada uno de sus invitados exponga diferentes cuestiones y modos de llevarlas a cabo, de esa práctica podría hasta derivar un compromiso compartido para afrontar ciertas cosas. Como hicieron mi hijo y sus amigos con el juego “Vamos por el no”. LA ESTACIÓN CORRECTA Aunque no obtengamos lo que inicialmen­te buscábamos, podemos conseguir otros beneficios que pueden ser hasta mayores que los que originalme­nte se persiguen. Como dice un personaje de esa bella película india “La lonchera”: “Algunas veces el tren equivocado te lleva a la estación correcta”.

El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, ha dicho que si hay algo peligroso en esta vida, eso es no asumir ningún riesgo. Efectivame­nte, subestimam­os los costes que implica no aventurarn­os a nada.

La búsqueda de la máxima seguridad y cautela, llevada al extremo, puede dejar de ser una virtud y convertirs­e en un serio defecto.

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