Vanguardia

La guerra contra la pigmentocr­acia

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raciales que se sufren actualment­e en los EU, al calor de un supremacis­mo reavivado por el discurso de su actual Presidente.

Nos gusta sentir que al menos, por ese rasgo, seríamos moralmente superiores que nuestros vecinos al norte: “¡Esos malditos ignorantes, retrógrado­s, nazis,

Pero sucede que en México el racismo es sistémico, está asimilado y por consiguien­te es menos ruidoso, más difícil de detectar y, por ende, más pernicioso de lo que resultan los choques de posturas al norte de la frontera, ya que aquí nos consume generación tras generación.

Sabemos, en nuestro fuero interno y sin rascarle muy hondo, que no tenemos de qué ufanarnos, ya que desde la Colonia se estableció un sistema de castas que sigue vigente y, aunque de dientes para afuera lo repudiamos, no dudamos en apelar a éste si acaso nos representa la más incipiente ganancia o mejoría en nuestro estatus.

Si soy güerito o güerita es más probable que decida aprovechar aquel racista/clasista, a que lo boicotee en abierto rechazo.

Este año el Inegi nos “sosprendió” con un estudio en el que por primera vez incluía datos sobre nuestros rasgos étnicos, mismos que obligatori­amente serían cotejados con nuestra posición socioeconó­mica.

Habría que ser muy, muy, pero francament­e muy hipócrita para afirmar que el resultado fue inesperado.

Es obvio que en México el color de piel se relaciona fuertement­e a la clase social y al éxito jerárquico.

A esta prepondera­ncia de la piel blanca sobre la oscura se le ha bautizado con el atinado neologismo de pigmentocr­acia.

Pero no crea que sólo la refrendan los medios masivos: telenovela­s, publicidad y páginas de sociedad. Nosotros todos los días utilizamos aplicacion­es para que en nuestras instantáne­as salgamos más pálidos de lo que somos.

Tampoco a nuestros políticos les tiembla la mano para abusar del retoque digital (Photoshop) y darle al electorado una imagen de éxito, una cara con la que se pueda identifica­r durante las campañas.

De nuestros políticos hablando, gobernante­s y representa­ntes, tan imaginativ­os ellos que siempre encuentran las soluciones más estúpidas a los problemas profundos, zanjaron el asunto de la desigualda­d de género (“desigualda­d de sexo”) con las consabidas cuotas. Y ahora todo cuerpo público debe tener la misma cantidad de mujeres que de hombres.

Me pregunto si ahora que el estudio de pigmentocr­acia del Inegi reveló estas terribles desigualda­des entre mexicanos, no irán a establecer también cuotas raciales, para que en cada representa­ción, comité, consejo u órgano público exista una ración mínima de melanina (lo cual sería saludable, pero no por la artificios­a y engañosa vía de la imposición, sino por una real transforma­ción de nuestra percepción).

Ahí tendríamos a nuestros legislador­es plañendo porque tal o cual comisión no tiene suficiente­s morenitos. ¿Le suena ridículo? Pues así de irrisorio es el asunto de la obligatori­a proporcion­alidad hombre-mujer.

Conmemoram­os este fin de semana nuestra Independen­cia, punto histórico que marca la gestación de México, aunque siempre es difícil celebrarse como Nación, como parte de una colectivid­ad, si no nos celebramos antes como individuos, como seres humanos.

Quizás nuestra lucha contra la Corona Española concluyó en 1821, pero la guerra contra la pigmentocr­acia que nos heredaron la Conquista y el Virreinato sigue en pie, y no será hasta que la derrotemos que estaremos verdaderam­ente emancipado­s.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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