Vanguardia

Los ángeles sí existen

Hace 32 años, el piloto saltillens­e Ismael Carranza Ferriño salvó la vida a 10 recién nacidos luego del sismo del 85; los ahora jovencitos le agradecen infinitame­nte su arrojo y valentía

- JESÚS PEÑA

Imagino la emoción que habrá sentido el capitán Ismael Carranza Ferriño, cuando levantó el teléfono y escuchó, al otro lado de la línea, la voz del locutor de una estación de radio de México que le dijo que alguien en cabina quería saludarlo.

Se trataba de un grupo de 10 muchachos de 21 años a los que el piloto saltillens­e había rescatado de los escombros y arrancado de los brazos de la muerte, después del terrible sismo de 1985.

Entonces ellos estaban recién nacidos y atrapados entre los derribos de lo que había sido el Hospital Juárez.

El capitán Ismael Carranza Ferriño los salvó, junto con cuatro médicos a los que el terremoto agarró, paradójica­mente, cumpliendo con su deber de salvar vidas.

La historia me la cuenta el piloto aviador militar Alberto Salinas Duque, un mediodía, en la dirección de VANGUARDIA, y le juro que para mí es como un bálsamo, un testimonio de esperanza en este trance del desastre.

Ismael Carranza Ferriño, nuestro héroe, familiar directo del Varón de Cuatro Ciénegas, era un puberto cuando sus padres se mudaron con él a Corpus Christi.

Había nacido en Saltillo y desde párvulo mostró un gusto peculiar por el mundo de los aviones.

Seguido visitaba en su casa a su primo, el famoso piloto coahuilens­e Emilio Carranza y lo saludaba con marcialida­d y reverencia.

“Cuando yo sea grande, voy a ser como tú”, le decía.

Figúrese al chico en posición de firmes y saludo militar.

Ya en Estados Unidos su interés por todo lo que tenía que ver con la aviación se elevó a varios miles pies de altura.

Las nubes lo vieron surcar el aeropuerto bajo el cielo índigo de Corpus Christi.

Andando los días se hizo ciudadano americano e ingresó a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.

Combatió en la Guerra de Corea, y a su regreso a la Unión Americana entró a una compañía de aviación, que ya no existe, llamada Texas Internatio­nal.

A la sazón había alcanzado una madurez notable como piloto comercial.

Hasta que la Texas Internatio­nal compró la importante compañía de aviación Continenta­l Airlines.

Una mañana que el capitán Ismael Carranza descansaba en su casa, vio por la televisión las imágenes de un tremendo temblor que había azotado a la Ciudad de México. Tomó el teléfono —estaba pasmado con la tragedia que acababa de presenciar en la pantalla—, y llamó al presidente de la empresa en Houston.

“Somos la compañía de aviación norteameri­cana que más vuela a México, ¿no vamos a hacer nada para ayudar a estas gentes?”.

Al rato, el capitán Carranza Ferriño despegaba en un DC-10, una de las aeronaves más grandes que ha existido en la historia de la aviación, con varias toneladas de víveres y un equipo estadounid­ense de especialis­tas en rescates.

“Me decía que traían unas sierras muy grandes para cortar concreto”, cuenta el capitán Alberto Salinas Duque.

Los altos funcionari­os del Gobierno mexicano, que habían desestimad­o ante los medios la ayuda extranjera, por ignorar la magnitud del desastre ocasionado con el temblor, prohibiero­n al capitán Ismael Carranza que aterrizara con su tripulació­n en el aeropuerto de la Ciudad de México.

Pero el DC-10 ya no tenía combustibl­e para ir a otro lado, se defendió Carranza, y finalmente el avión tocó suelo en nuestro país.

En el aeropuerto lo recibió un alto mando militar: “Qué bueno que aterrizó usted”, le dijo, y dio un respiro.

Para entonces las autoridade­s se habían percatado ya del tamaño de la tragedia.

Entregada la ayuda, Ismael decidió quedarse en México con el equipo de rescatista­s enviados por Estados Unidos.

Fueron asignados al Hospital Juárez, que se había derrumbado tras el poderoso sismo.

Al cabo de horas angustiosa­s, aciagas horas, lograron sacar de entre los escombros a 10 niños recién nacidos y 4 médicos.

Pienso en los gritos de euforia y la salva de aplausos que se dejaron oír en ese momento, en medio de la devastació­n.

Un día que el capitán Carranza se encontraba en su casa de Dallas, recibió un inesperado telefonema:

“¿El capitán Ismael Carranza?”, dijo una voz como de locutor por el auricular, “sí yo soy, ¿quién llama?”, contestó el piloto.

Le estaban llamando de una rediodifus­ora en la Ciudad de México y estaban al aire, le advirtió aquella voz.

“Todo mundo lo está escuchando. Aquí conmigo —le dijo el locutor—; hay 10 jóvenes que en estos días cumplen 21 años de edad y quieren agradecerl­e a usted, que hace 21 años, les salvó la vida”.

Me imagino, mientras escribo esta historia de vida, la cara que habrá puesto el capitán Carranza.

No sé si lloró, sonrió o le quiso dar un paro cardiaco de la emoción.

Sin duda una anécdota edificante y pletórica de esperanza en estos días de zozobra.

Epílogo.

Hoy el capitán retirado Ismael Carranza Ferriño descansa en su casa de Dallas, Texas, quizá dolido, acongojado, como todos nosotros, por el nuevo sismo que ha enlutado a nuestro país.

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RECUERDO DE VALENTÍA A lberto Salinas Duque, capitán, recuerda el heroico rescate del ahora capitán retirado Ismael Carranza Ferriño.

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