Estrujón despertador
No hay mal que por bien no venga, dice la filosofía popular.
Si Dios permite lo que vemos como un mal, siempre es por un bien mayor. La misma Iglesia canta en la vigilia pascual, refiriéndose al pecado original:
“Oh, feliz culpa que nos dio tan grande salvador”. Muchos sucesos que se ven como calamidades vienen siendo una poda. No se deja esperar la abundancia de frutos de gran calidad después de lo que parecía una mutilación.
Después del dolor de la Cruz se dio la victoria de la resurrección. Un primer temblor en la ciudad capital dio origen a la sociedad civil. Este segundo puede hacer nacer la sociedad solidaria.
Con el terremoto la gente ha descubierto su verdadera identidad fraternal y la colectividad avanza a grandes pasos a convertirse en comunidad. La inmoral acumulación de dineros en manos de partidos para producir un inútil ruido y basura de propaganda electoral es denunciada por la comunidad. No quiere que su dinero tenga ese destino, sino la reconstrucción y la elevación humana de los abatidos.
La sociedad descubre el valor de la vida humana, que lo es desde la concepción hasta su fin natural. Dedica tiempo, técnica, esfuerzo, presencia numerosa y organización sólo en el intento de salvar una vida. Sea la de una ficticia “Frida Sofía”, o la de un adulto agonizante.
Para que la ayuda llegue a su destino y los dineros no se desvíen, nace la idea de una comisión ciudadana de reconstrucción, integrada por ciudadanos empresarios, profesionales, jóvenes, religiosos y con supervisión internacional.
La devastación de los excluidos y de los marginados levanta el desafío de asentamientos humanizados y dignos y edificaciones reforzadas que sustituyan las enclenques derrumbadas.
Sin terremoto hubiera seguido la pesadilla del conformismo cómplice. La sacudida ha despertado la esperanza de actitudes constructivas de reciprocidad valiosa y la conciencia saneada que pueda superar toda inmoralidad pública...