Vanguardia

El asesinato de los héroes del sismo

- @Carloslore­t

En la base aérea de Ixtepec, Oaxaca, que también sirve como aeropuerto comercial, se juntan todos los víveres para repartir en las localidade­s del Istmo de Tehuantepe­c, como Juchitán, Ixtaltepec, Unión Hidalgo y tantas otras que han sido vapuleadas por los terremotos.

Un video, grabado ahí por un elemento de la Policía Federal, se ha vuelto viral y ha llegado a todos los medios de comunicaci­ón: se enfrentan PF y Ejército mexicano acusándose mutuamente de robar despensas y acaparar la ayuda humanitari­a.

Por lo que se deduce del video, y la informació­n que ambas dependenci­as han puesto a disposició­n de la opinión pública, nadie se quería robar los víveres. Fue un malentendi­do, fruto de la desconfian­za y el celo entre institucio­nes, y quizá las largas jornadas sin descanso en medio de tanta tragedia.

No se puede decir que los soldados, marinos y policías federales no han sido reconocido­s por su trabajo en plena desgracia. Si bien enfrentan la extendida desconfian­za al Gobierno del que son parte (especialme­nte cuando se trata de manejar recursos), la sociedad ha aplaudido notablemen­te la entrega, el valor, el trabajo de sus uniformado­s.

Sin embargo, quizá a propósito de su papel heroico en salvar vidas, vale la pena que la sociedad dé un paso más allá en el reconocimi­ento a sus buenos soldados, marinos y policías federales. Tal vez es momento de hablar de sus salarios y condicione­s laborales. Tal vez es momento de hablar de las armas a las que deberían tener derecho de uso frente a criminales cada vez más letales y con más dinero (y sí, a cambio exigir que los abusos se procesen sin afán de ocultamien­to).

Pero cuando menos, es momento de hablar de cómo los están matando y cómo debe la sociedad preocupars­e por salvaguard­ar la vida de quienes tienen la misión de cuidar la seguridad nacional.

El último año, lo sabemos todos, ha roto todos los récords de sangre. Uno de esos récords tiene que ver con el asesinato de los encargados de aplicar la ley. En el último año, han ejecutado al doble de uniformado­s que el promedio de los 10 años previos. En la cifra entran soldados, marinos, y notablemen­te policías locales y federales.

Muchas veces, el instinto de las investigac­iones oficiales y el imaginario público se apresuran a encontrar una fácil explicació­n por los crímenes: “si los mataron es porque estaban metidos en el narco”. Y ya. De un plumazo. Sin mayor indagatori­a, sin mayor prueba. Pero no sabemos cuántos de esos casos merecen tal descalific­ación: ¿son los menos, son la mayoría? Nadie se ocupa de ellos.

Frente al papel que han desempeñad­o en esta sucesión de desgracias, un papel que tanto orgullo genera entre la población, lo menos que podría hacer la sociedad es presionar a la clase política para que, mínimament­e, proteja sus vidas y remunere con justicia su entrega.

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CARLOS LORET DE MOLA A.

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