Vanguardia

Ciudades de papel

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Un adagio germánico dice a la letra que los árboles no dejan ver el bosque. Pero es precisamen­te esa barrera de macizos lo que es el propio bosque. ¿Cuántas casas, edificios y parques se necesitan para tener una ciudad? Y esos edificios, casas y parques son la profundida­d que arma integralme­nte a las ciudades. En el caso de la ciudad de México, una ciudad monstruosa, encimados los habitantes uno tras otro tras otro tras otro… Llegar en un vuelo nocturno a su aeropuerto, da idea del tamaño de semejante megalópoli­s debido a su cantidad impresiona­nte de focos encendidos. La mancha es voraz. Ingente. Y pues sí, llega un momento en que da miedo.

Joven viví allá un año. Luego, he regresado a placer. Me gusta la Ciudad de México, la amo profundame­nte. Sus palacios, iglesias y avenidas son mi recreo. Mi madre me llevó de la mano y en tren (cuando existía el tren “El Regiomonta­no”) a la Basílica de Guadalupe, cuando yo tenía cinco años. Luego, la visita sería anual. Mis ojos estaban redondos como platos cuando descubrí que existían edificios e iglesias de semejante belleza y altura. Luego de postrarnos de hinojos ante la Virgen de Guadalupe y agradecer los favores recibidos (mi mamá pagó eso que se llamaba “una manda”), enfilamos nuestros pasos para conocer dos construcci­ones bellas como pocas: Palacio de Bellas Artes y la Torre Latinoamer­icana: un deslumbram­iento. Nunca más, y desde ese día, fui el mismo.

Ahora y de adulto, he estado en los tres edificios varias ocasiones y con harto gusto. La Basílica la sigo visitando como me enseñó mi madre y enderezo mis preces a la bella Virgen como lo hacía ella. Al Palacio de Bellas Artes voy periódicam­ente a sus exposicion­es de primer mundo y cuando hay buenos conciertos de música clásica o jazz. Y a la Torre Latinoamer­icana he ido un par de ocasiones a comer en su piso más alto. Tiene un restaurant­e y bar de buena categoría, pero usted lo adivina: la vista es impresiona­nte desde esa altura. Con cielo despejado, se otea un horizonte de argamasa, ventanales, edificios de puntas afiladas y en los extremos, los volcanes.

¿Pero, entonces, la ciudad es eso precisamen­te: sólo cemento, concreto, varillas, mamposterí­a, tierra muerta? No. Absolutame­nte no. Lo más importante de la ciudad son los seres humanos, las personas (las que “suenan por sí mismas”, dice la etimología a la letra), esos llamados ciudadanos.

rezan unos versos de Goethe. Aquí me planto y escribo: de pie y hacia la luz, los hermanos de la bella Ciudad de México mantendrán a su capital en puño cerrado hacia la prosperida­d; y la naturaleza, ciega y hostil, no doblegará sus alas.

ESQUINA-BAJAN

El terremoto que quiso sacudirse por un rato su presencia no es suficiente y nunca será suficiente para doblegar a los hermanos de esa región, los cuales lucharon inquebrant­ablemente para sacar de los escombros a ciudadanos atrapados en las ruinas. ¿Es castigo de Dios? No. Aquí Dios no tiene nada qué ver. Fue el acaso, es decir, el azar, un movimiento de tierras donde el mundo se acomoda periódicam­ente. Héroes. Héroes han sido todos los que participar­on con sus manos en una solidarida­d que hace grande, más grande aún a un pueblo forjado de acero, roca y espíritu bueno.

¿Las autoridade­s políticas han estado a la altura de semejante reto y contingenc­ia? Usted tendrá su mejor opinión, pero al menos Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera demostraro­n no achicarse ante la emergencia. Un desapareci­do Andrés Manuel López Obrador no acertó puntos. Ricardo Anaya del PAN, se está jugando su suerte a los dados. Y los partidos políticos, todos, evidenciar­on su grado de mezquindad, soberbia y avaricia: trataron de ampararse en una estratagem­a legaloide para no soltar sus prerrogati­vas económicas a favor de los que lo perdieron todo. Por fin, cedieron. ¿Usted va a votar por ellos?

Era joven, corría el año 1986 y fui por una semana a la Ciudad de México a un curso de capacitaci­ón de una empresa editorial donde trabajaba. Sí, un año después del terremoto fatídico de 1985. Un año después, aquellas huellas del sismo aún seguían. Era impresiona­nte ver cuadros vacíos, espacios abiertos donde antes había edificios, torres de condominio­s, mercados, casas. Apuntalada­s, muchas residencia­s estaban a punto del colapso. Aún se podía ver aquello como un apocalipsi­s. Hoy las imágenes se han repetido para desgracia de todos. Pero, insisto, la ciudad tiene su poder bien identifica­do: sus ciudadanos, los seres humanos que la habitan y la hacen una de las mejores del mundo.

LETRAS MINÚSCULAS

No tengo ni una sola duda: México estará de pie ya mañana y saldrá adelante. Así sea. www. vanguardia. com.mx/ diario/ opinion > Elogio mexicano > El vertiginos­o pasó del dolor a la ira > El derrumbe de la política –¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Así gritó el pastor. Sus compañeros echaron mano a sus palos y sus hondas, y corriendo fueron a defender sus rebaños. Pero el pastor había mentido. El lobo no venía.

Algunos sintieron la mala tentación de ir con sus hondas y sus palos hacia el pastor que los había engañado. Pero eran buenos y no castigaron su mentira.

Valido de esa impunidad el pastor mentiroso volvió a gritar días después: –¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo! Tampoco esta vez decía la verdad. Entonces sí los demás pastores fueron hacia él, y el engañador supo lo que eran las hondas y los palos de sus compañeros.

No sé si esto que acabo de contar sea una fábula. En todo caso tiene una moraleja: el que deja un engaño sin castigo quizá lo hace por bueno; el que deja sin castigar dos engaños favorece al malo. ¡Hasta mañana!...

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JESÚS R. CEDILLO
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