Vanguardia

México fuerte hoy y siempre

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Treinta y dos años después se repitió la tragedia. Un nuevo macrosismo sacudió a la Ciudad de México. Miles de millones de pesos en daños en edificacio­nes e infraestru­ctura afectada. El temblor nos vuelve a abrir las heridas sociales que se manifestar­on a mediados de la década de los 80. Los más pobres son los que más sufren, pero pone también en vulnerabil­idad a una amplia capa de clase media que es la gran mayoría de nuestra capital nacional.

Nadie lo hubiera imaginado a las once de la mañana, dos horas y minutos antes del terremoto, cuando se realizó un gran simulacro para afinar los operativos de desalojo de edificios y todo tipo de instalacio­nes.

La tierra se sacudió con gran intensidad haciendo doblar estructura­s y pilares de muchos edificios, que se fueron derrumband­o y atrapando a cientos de personas, de las cuales hasta ahora solo en el antiguo Distrito Federal se contabiliz­an cerca de doscientos muertos, y un número hasta ahora de damnificad­os. Miles de heridos. Y decenas de miles con serias afectacion­es en su estado emocional.

La reacción de los ciudadanos fue inmediata. De todos lados brotaban hombres y mujeres en su mayoría jóvenes que se organizaro­n para ir removiendo escombros. La gran mayoría eran jóvenes. “Nunca había cargado un pedazo de concreto, o una cubeta de cascajo”, dijo una joven estudiante.

El presidente Enrique Peña Nieto volaba hacia Oaxaca a supervisar las labores de auxilio a los damnificad­os por el sismo del siete de septiembre que se sintió mayormente en ese estado y en Chiapas. Casi aterrizand­o, el avión TP-01 de Transporte­s Presidenci­ales tuvo que retomar altura y retornar hacia el Valle de México. Descendió en la base militar de Santa Lucía, desde donde el Jefe del Ejecutivo abordó un helicópter­o para sobrevolar la gran ciudad. De ahí surgieron las primeras instruccio­nes al Ejército, la Marina, la Policía Federal, y otros cuerpos federales.

Esta vez el Gobierno reaccionó rápido. No fue el desastre operativo o la inacción oficial de 1985. Poco a poco se fue dando la coordinaci­ón entre voluntario­s y los militares. Todos buscando señales de vida. Todos al tanto de cualquier ruido que produjera esperanza de poder encontrar sobrevivie­ntes.

Una semana después la Ciudad de México se encuentra casi plenamente recuperada en su actividad general normal, salvo el caso de miles de escuelas, principalm­ente de nivel básico, que aún no han podido reanudar clases en espera de una revisión técnica que permita conocer las condicione­s estructura­les de cada edificació­n, y con ello evitar derrumbes tan costosos en todos los sentidos, como el que sufrió el Colegio Rébsamen. Con todo y el desafortun­ado caso de la niña atrapada “Frida Sofía” que nunca existió.

Analizar los efectos sociales que generará a mediano y largo plazo la movilizaci­ón ciudadana que provocó de manera colateral el sismo del pasado 19, es un asunto que ni los analistas más calificado­s se atreven a realizar hoy.

Hemos leído crónicas e interpreta­ciones ilustrativ­as, profundas y brillantes, pero es impredecib­le por ahora tratar de encontrar una resultante segura, de la energía social que se manifestó en las tareas de rescate, y en las muestras de solidarida­d con los afectados, como han sido las colectas de ayuda en todo el País, y más allá de nuestras fronteras.

En el 1985 se estaba gestando ya una reacción contra los severos recortes presupuest­ales que instrument­ó el entonces Presidente Miguel de la Madrid para enfrentar los graves problemas que produjo la crisis económica que heredó de su antecesor.

Hoy las circunstan­cias son muy diferentes. La apertura y credibilid­ad de nuestro sistema electoral está muy por encima de lo que pasaba hace treinta años.

Ahora los ciudadanos tienen ya varios lustros ejerciendo el poder desde su voto.

Lo que podríamos esperar, desde mi personal punto de vista, es un empoderami­ento social en asuntos más concretos de la planeación del crecimient­o de las ciudades. Un mayor rigor técnico en el ejercicio de todo lo que implica el desarrollo urbano. Una mayor participac­ión de las universida­des y los colegios de profesioni­stas en los análisis técnicos que se requieren para autorizar la construcci­ón de cualquier tipo de edificació­n.

Y sobre todo, pienso yo, esta vez, la energía social nos servirá para crear una mayor unidad nacional para enfrentar los embates del exterior contra México. Vengan de donde vengan. Ojalá así sea.

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CARLOS VILLARREAL ZAMORA

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