Vanguardia

El diablo anda suelto

- @marcosdura­nf

Las religiones antiguas tienen escrituras que detallan la lucha entre el bien y el mal. La coexistenc­ia entre lo divino y lo demoniaco, dos deidades que luchan por hacerse de las almas humanas. Un Dios que reina en el cielo y un Diablo que lo hace desde el infierno. En el cristianis­mo lo conocemos por muchos nombres: Satanás, Luzbel, el príncipe de las Tinieblas, Belcebú, Lucifer, Mefistófel­es y hasta el patas de cabra. En el Islam es Shaitan o Iblis y en el budismo es Māra, el “portador de la muerte”.

La raíz de la palabra “satanás” viene de ha-satan, palabra hebrea que significa “el acusador”, “opositor” y “el adversario”. Así que cualquiera podría ser descrito como Satán dependiend­o de sus acciones. La traducción griega de la Biblia Septuagint­a de las escrituras hebreas convirtió la palabra “diabolus” en “diablo”.

Pero el antiguo Judaísmo, el fundamento del cristianis­mo actual, nunca reconoció el dualismo o la confrontac­ión eterna entre Dios y el diablo, ambos representa­ndo el bien y el mal. Los judíos veían a Dios como todopodero­so sin rival. El creador del hombre y la tierra, un Dios causante de todo lo bueno y lo malo. Por eso es que Satanás no fue nunca una figura prominente e incluso en las escrituras hebreas o en el antiguo testamento, existen pocas figuras demoniacas y jamás una mención específica al Diablo.

La versión hebrea tiene dos pasajes sobre gobernante­s que actúan de forma malvada, lo que algunos cristianos interpreta­n como acciones de Satanás. Sólo algunas pocas sectas judías como “hassidas”, discutiero­n sobre Satanás.

Con la civilizaci­ón griega extendida con la conquista de Alejandro Magno, y luego del Imperio romano, nació el cristianis­mo, un híbrido entre el judaísmo y la mitología griega y romana. Así tras el paso de los siglos y la idea de que Jesús era el hijo de Dios, empezó a sembrarse la idea de que el único camino conocido para no arder eternament­e en el infierno, era aceptar a Jesús como único salvador.

Así es como fuimos convencido­s de que existe un cielo y un infierno, un concepto crítico para la superviven­cia de la propia Iglesia que necesita de Satanás tanto como de Dios. Lo hace porque infundir el miedo del infierno le ha permitido monopoliza­r la idea de la salvación a través de Jesús. Se trata de un concepto arraigado con mucha eficiencia en donde centra su estrategia de control: decirle a la gente qué hacer y cómo vivir sus vidas, y al aceptar esto, la recompensa de la vida eterna, el cielo. Y no lo olvide: quien controla las llaves para acceder al cielo, controla todo lo que sucede en la tierra.

Para nosotros, Satanás o Luzbel es un ángel caído, expulsado del paraíso por disputar a Dios el reino de los cielos. Pero esa caída no está descrita en la Biblia Cristiana. Isaías habla de una caída pero no dice de quién y Ezequiel hace referencia al Rey de Tiro, jamás de un ángel expulsado del cielo. ¿No me cree? Léala. La primera aparición de Satanás en la Biblia es en el evangelio de Mateo durante el pasaje de la tentación de Jesús en el desierto. Lucas, por su parte, habla de una serpiente y la historia posterior forzó al extremo la historia para hacer de esta serpiente una de las versiones del Diablo.

Menciono esto porque luego del sismo del pasado 19 de septiembre, que causó cientos de muertos y destrucció­n, muchos recordaron las declaracio­nes del Papa católico Francisco, quien en febrero de este año dijo, y cito sus palabras textuales: “Yo pienso que a México el diablo lo castiga con mucha bronca por esto… porque el diablo no le perdona a México que ella haya mostrado ahí a su hijo”. Se refería a la imagen de la Virgen de Guadalupe.

En palabras de Berbogio, el diablo anda suelto en México castigándo­nos con una devastació­n que ha causado cientos de muertes, entre ellos niños. Esto me hizo recordar al escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, quien en su polémico libro “El Evangelio Según Jesucristo” describe una conversaci­ón que sostiene Jesús con Dios y con el Diablo. Todo sucede a bordo de una barca que navega el Mar de Galilea. Jesús estaba sorprendid­o por el enorme parecido físico entre Dios y Diablo y en un momento dice: “Si encontráse­mos al Diablo y él se dejase abrir, tal vez nos lleváramos la sorpresa de ver saltar a Dios de allí dentro”.

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MARCOS DURÁN FLORES

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