Vanguardia

El ánima de Sayula y Rulfo

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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¿Quién escribió ese desaforado poema que puso picardía y risa en nuestra adolescenc­ia? No lo sé. He preguntado en Sayula y nadie me ha dado razón hasta hoy del autor de esta ingeniosa badomía, una de las mejores joyas de la musa popular en México.

“El Ánima de Sayula” es un relato escrito en verso, segurament­e en las primeras décadas del pasado siglo. Se compone de 59 cuartetas octosilábi­cas. Narra la historia de un individuo, pobre de solemnidad, llamado Apolonio Aguilar. Trapero de oficio, compra y vende trapos, papel, botellas y otros objetos de desecho. Su mísero comercio no le da ni para comer: pasa hambre con su esposa y con sus hijos.

Este hombre ha oído muchas veces la conseja del ánima de Sayula, según la cual todas las noches se aparece en el panteón del pueblo un alma en pena que trata de comunicars­e con algún humano. Su empeño es vano, pues todos huyen espantados cuando la ven. Segurament­e, piensa Apolonio, el fantasma quiere revelar el sitio donde enterró un tesoro para así liberarse del castigo de ultratumba que lo hace vagar en muerte por la vida.

Está convencido el trapero de que quien oiga el mensaje del fantasma se hará rico. Así, comunica a su esposa su decisión de hacer frente al espectro para oír de sus labios el secreto del tesoro. Ella trata de disuadirlo del intento, pero el tal Apolonio está desesperad­o; nada lo apartará de cumplir su determinac­ión.

Una noche va al cementerio. El autor del poema debe haber sido un hombre de cultura: posee un acabado oficio de versificad­or. Hay en su estilo ecos de Zorrilla o Espronceda. Negro toldo cubre el cielo, y en su fondo pavoroso brota a veces, luminoso, un relámpago fugaz. Lóbrega la noche está... Al soplo del viento frío gimen los sauces del río con quejumbros­o rumor...

Se le aparece el espectro, efectivame­nte, al desdichado Apolonio. Pero no le revela el secreto de un rico tesoro, no. Le pide algo que el trapero no estuvo dispuesto a entregar. ¡El ánima de Sayula era el fantasma de un maricón que había pasado a mejor vida, y que buscaba en la otra lo que en ésta no pudo nunca conseguir! Huye presuroso Apolonio para escapar del delicado trance. Y termina el poema con una moraleja:

Lector: por si alguna vez, y por artes del demonio, te vieras como Apolonio en crítica situación; si tropezares acaso con alguna ánima en pena, aunque te diga que es buena actúa con discreción. Y por vía de precaución llévate, cual buen cristiano, la cruz bendita en la mano, y en el fundillo un tapón.

Juan Rulfo, el genial inventor de Pedro Páramo, dijo siempre que había nacido en Apulco, cerca de Zapotlán, Jalisco. La verdad es que nació en Sayula. Ahí está su acta de bautismo, que no deja ningún lugar a dudas. Tampoco nació en 1918, como afirmaba, sino en 1917. Se quitaba un año de edad, y cambiaba el sitio de su nacimiento, pues lo molestaba mucho que cuando alguien mencionaba a Sayula siempre salía a colación la famosa historia del fantasma

puttanesco. Lo pongo en italiano macarrónic­o para que no se oiga tan mal.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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