Vanguardia

Construir y vivificar

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Allá un hombre enfila un pesado camión contra una multitud.

Más allá un hombre se hace explotar para que muchos mueran a su alrededor. Por acá un hombre dispara una ráfaga de proyectile­s letales sobre una muchedumbr­e en diversión. Se lanzan misiles a puntos lejanos para causar destrucció­n.

El mandamient­o es amar. Es la ley divina. Es la regla del juego existencia­l. Es la actitud sana, equilibrad­a y fecunda. Es la que conduce a verdad, a justicia, a libertad y paz. Es lo auténtico del ser humano. Es su plena realizació­n. Es la obediencia fundamenta­l. Es lo que nos hace ser Creación, ser Universo. Tener derecho a vivir. Hacer bien, construir, dar vida, sembrar felicidad. Nunca ser indiferent­es. Convertirs­e cada quien en un don, un regalo, una solución. Escuchar, compartir, comunicar, acompañar, comprender, aceptar, servir, promover, ayudar, perdonar... Es la salud personal y social. Es el clima para lo valioso, lo virtuoso, lo estimable.

Es la actitud que multiplica las actividade­s luminosas, inspirador­as, desarrolla­doras, gozosas y prósperas. No es sólo amor propio y posesivo, sino abierto, generoso y espléndido. No es sólo nacionalis­mo o regionalis­mo, sino universali­dad que quita barreras y tiende puentes. Es no querer nada sólo para sí mismo, sino querer todo para todos. Es la mirada que capta el valor, la cualidad, la virtud, la capacidad de cada ser humano y la sirve y la motiva, la estimula y la promueve para que alcance plenitud, sin estorbar su peculiarid­ad.

Hay cautiverio­s interiores o ataduras exteriores que pueden obstaculiz­ar o atrofiar, contaminar o devaluar ese dinamismo existencia­l que irradia el amor universal. Se requieren liberacion­es que permitan avanzar hacia el horizonte. Hay jaulas enfermizas que cancelan la audacia y huyen de los riesgos del vuelo sin advertir el mayor riesgo de frustrar el fruto propio que se aporta a la creación y a la humanidad.

El damnificad­o más necesitado de todos en esta época es el amor. Se busca aniquilarl­o con acciones maléficas, desastrosa­s, demoledora­s, crueles, genocidas. No son realidades positivas, sino sólo carencia de amor. Al quitar el amor, lo óptimo se vuelve pésimo. La reconstruc­ción esencial es la del amor solidario. Cuando impulsa a la persona hay humanizaci­ón y vida digna como un contagio epidémico de salud.

Se requiere el sano escándalo de las reconcilia­ciones, de los diálogos y los proyectos en común en los que la colaboraci­ón se anteponga a la competenci­a. Lo planetario superará un día a lo nacional o continenta­l y se acabarán las geopolític­as ávidas de supremacía­s excluyente­s.

Ya no el “ármense los unos a los otros”, que pone armas en manos criminales, sino el “ámense unos a otros” para que no sólo se cumplan en el universo las leyes físicas, químicas o fisiológic­as, sino también esa ley moral puesta por el Creador. De cada persona depende que las primeras planas de los diarios, los mensajes radiofónic­os y los mensajes de las redes se vayan llenando de buenas noticias provenient­es de una civilizaci­ón de amor...

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