Vanguardia

Locuras y loqueras

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El Lic. Ántropo, abogado, le preguntó a su cliente: “¿Cuál es la causa por la que quiere usted divorciars­e de su esposa?”. Explicó el hombre: “Toda la semana estoy fuera de mi casa por motivos de trabajo. El sábado llegué ganoso de disfrutar la intimidad con mi mujer, e hice el acto con tal vehemencia que la cabecera de la cama empezó a golpear rítmicamen­te la pared. La vecina del departamen­to de al lado gritó muy enojada: ‘¡Por lo menos podrían suspender ese golpeteo los fines de semana¡’”… Un amigo de Babalucas se quejó: “Me parecen injustific­ados los continuos aumentos en el precio de la gasolina”. “A mí eso no me afecta –respondió el badulaque–. Siempre pongo 200 pesos”… El novio de la hija de don Poseidón le dijo al papá de la muchacha: “Vengo a pedirle la mano de Florela”. “¡Ah no! –se enojó el viejo–. ¡O te la llevas toda o no te llevas nada!... Dos tipos bebían en el bar. Uno le propuso al otro: “Vamos a conseguirn­os un par de mujeres”. “No, gracias –declinó el otro–. En mi casa tengo más de lo que puedo atender”. Dijo el otro: “Entonces vamos a tu casa”… Gran diferencia existe entre una locura y una loquera, por más que la Academia haga de esas dos palabras términos sinónimos. La locura es privación de la razón, en tanto que la loquera es simple ligereza, acción irreflexiv­a, extravagan­cia. Locura es pensar que el molino de viento es un gigante; loquera es colgarte de una de sus aspas a ver si te da vueltas en el aire. Hay quien pretende ser candidato independie­nte a la Presidenci­a de la República siendo que nadie lo conoce más allá de su cercano círculo de amigos y familiares. Eso es loquera. Correrá el iluso la misma suerte de aquel político que obtuvo dos votos en la elección a la cual se presentó. Su esposa le dijo: “A mí tú no me engañas. Tienes una querida”. En cambio lo de Jaime Rodríguez Calderón, llamado “El Bronco”, es locura. Su calidad de gobernador de un estado tan importante como Nuevo León le da una estatura política de la cual carecen los otros aspirantes independie­ntes, pero eso mismo hace que su pretensión sea inviable, pues se presenta en la contienda contra la voluntad de sus electores, que le reprochan abandonar su cargo –sin renunciar a él, naturalmen­te– para buscar otro distinto al que le dieron con su voto. Sigo pensando que el Bronco no actúa por él mismo, sino movido desde arriba –muy arriba– para oponer su figura populista y demagógica a la de López Obrador, y así restarle votos. Desde luego el hombre de Galeana no tiene ninguna posibilida­d de llegar a la Presidenci­a. Y él lo sabe, pero algún provecho ha de buscar al lanzarse a esta aventura para la cual no tiene el apoyo de sus conciudada­nos. Lo mejor que podría hacer “El Bronco” sería dejarse de locuras y seguir con sus loqueras… Una chica norteameri­cana le contó a otra: “Yo era atea, pero me convertí a la religión porque no podía decir en el momento del orgasmo: ‘Oh my God! Oh my God!’”… Mis cuatro lectores conocen a Capronio, sujeto ruin y desconside­rado. Cierto día, jugando golf, le dio un pelotazo en la nuca a su señora suegra, con lo cual la pobre mujer quedó privada de sentido. El presidente del club le dijo a Capronio: “Sé que esto fue un accidente, por eso no te aplico ninguna sanción. Pero dime: ¿por qué tu suegra tiene otra pelota incrustada en salva sea la parte?”. Contestó el bellaco: “Fue mi tiro de práctica”… Susiflor le confió a su amiga Rosibel: “Mi novio me llevó al apartado sitio llamado El Ensalivade­ro, y en el asiento de atrás de su automóvil empezó a propasarse conmigo”. Preguntó Rosibel: “¿Y lo pusiste en su lugar?”. “No – respondió Susiflor–. Lo puse en el mío”… FIN.

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