Vanguardia

Implosione­s

- javierliva­s@prodigy.net.mx

Con el anuncio de Jaime Rodríguez de que irá por las firmas aún siendo gobernador vienen muchas imágenes a la mente. Ninguna tan fuerte como la de un México que hace implosión, que se come a sí mismo desde adentro.

Nuestro sistema político fue diseñado por Lázaro Cárdenas. Estableció una democracia simulada por el PRI. Fue una época que duró dos generacion­es al menos y México creció al siete por ciento en lo que se estudia como el milagro económico mexicano que cesó en 1970.

Cuando la democracia se puso de moda derivada del mínimo respeto a los derechos humanos, México respondió con una segunda simulación democrátic­a. Es la reforma tras la truculenta elección presidenci­al de 1988 y a los fraudes patriótico­s que la precediero­n.

Del sartén saltamos a la lumbre. La partidocra­cia subsidiada por el Código Federal de Institucio­nes y Procedimie­ntos Electorale­s resultó finalmente más ineficient­e, costosa y más ratera que ni la que tenía el PRI. El PRI compartió poder vertical, el PAN se agrió, y muchos partidos parasitari­os entraron a hacer bulto.

La prueba la segunda simulación fue la ausencia de candidatos independie­ntes. Sin ciudadanos libres, no hay democracia, pero como México es mágico, único y aparte aquí si se valía. Prueba de la manipulaci­ón desde las sombras.

En este contexto Jaime Rodríguez se coló por una rendija: una revolución ciudadana. Y sucedió en Nuevo León, claro. Sin embargo, en vez de aprender, “El Bronco” hizo implosión. Él solito se redujo a la nada, al grado que se da cuerda solo.

Su actuación como Gobernador ha sido pésima. La frustració­n ciudadana es casi unánime. Como que se subió a la nube de Cornelio Reyna, como a 20 mil metros de altura, y ahora el mundo se le hace chiquito.

Jaime no se da cuenta que funge (¿finge?) como Gobernador. No es un ciudadano. Como Gobernador tiene facultades y obligacion­es explícitas. Por otro lado dejó de ser un ciudadano. Gana cosas, pierde otras.

Aunque la ley no lo diga, hay principios democrátic­os elementale­s inviolable­s. Son tan obvios, que no están en la ley. Los gobernante­s están impedidos a contender por un puesto. Hay que renunciar. El otro, es la competenci­a en igualdad de circunstan­cias, en pistas parejas. Es inmoral que use su ventaja frente a otros ciudadanos aspirantes a obtener firmas de apoyo.

Si a eso agregamos que estará usando recursos públicos, como el apoyo de ciertos funcionari­os, el Gobernador no solo compite en circunstan­cia de ventaja sino cometiendo el delito de peculado. Está usando como propio lo que no le pertenece. La ley es clara.

Es ciego a un conflicto de intereses doble. Como Gobernador no es un ciudadano. Y como Gobernador tiene ventajas que otros no tienen. Si las usa puede estar cometiendo un delito.

Rodríguez Calderón no tiene defensa, pero antes que eso diría que tampoco vergüenza. Aparte, se lanza sin tener de qué presumir, sin tener un record del cual ufanarse.

La implosión del sistema político está produciend­o pequeñas implosione­s secundaria­s, de las cuales la decisión de Rodríguez Calderón es como una réplica de grado menor. Faltan otras implosione­s como la de Margarita Zavala, Andrés Manuel López Obrador, y otros que se ven ansiosos por comandar un barco que se hunde. Hay que construir otro distinto.

No podemos, como sociedad, participar en la ceguera de los encuerdado­s solo porque aparecen en las encuestas. Los ciudadanos tenemos que evitar que la suma de implosione­s generen la del país. Tenemos que identifica­r primero el México que queremos y luego decidir a la persona más preparada para tomar la responsabi­lidad.

Cuando alguien se ciega con los premios que ofrece el barco que se hunde, resulta evidente que esa persona no sirve para salvar a los pasajeros. Por ciego o por deshonesto, Jaime saldrá al electorado buscar apoyo. Para mí, está muerto antes del arranque.

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JAVIER LIVAS

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