Café Montaigne 40
Al contrario de la creencia, Cleopatra, la última reina de Egipto, fue más guerrera y estratega política y militar que dama; más redonda, morena y chaparra que estilizada y ‘lady’
La frase ha pasado a la historia de la humanidad, es de Blaise Pascal. La frase es eterna y críptica. De tan bien escrita y construida, no sabemos qué hacer con ella. Ni con la frase ni con la protagonista. Dice así: “Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, toda la faz de la tierra habría cambiado”. Hay mitos que viven. Éste al parecer, es uno de ellos. ¿Cómo era físicamente Cleopatra, la última reina de Egipto, de la cual se obvia su ingenio, conocimiento y estratega como guerrera y jefa de Estado y nos hemos quedado con su engañosa belleza física en una especie de seguir alabando el mito de su eterna vanidad?
¿Cómo era Cleopatra, la cual sedujo a Julio César y Marco Antonio, dos poderosos emperadores romanos, los más grandes de su tiempo? Nunca, nunca lo sabremos. Para desgracia de nuestro triste presente, no había en aquel entonces aparatos cibernéticos para tomar un centenar de con tan reconocida señora que al parecer, sólo tuvo dos amantes en su vida: sí, con los cuales afianzó su nación. Ni devoradora de hombres ni polígama. Más bien, y al parecer, era bajita, morena, con problemas dentales, con su célebre y prominente nariz, y sí, con bocio.
Caray, al parecer Cleopatra está alejada años luz de la belleza fatídica que lleva al delirio y la locura, de ciertas actrices reclutadas a lo ancho del mundo que la han interpretado en la pantalla grande de Hollywood. Es el caso de Elizabeth Taylor, Theda Bara, Vivien Leeigh, Claudette Colbert, y claro, cómo no, en este tiempo que nos ha tocado habitar, la musa de todo mundo, Monica Bellucci, y también la bella Angelina Jolie. Hay dos películas extrañas de las cuales no tenía nota e incluso al día de hoy no las he visto completas, salvo fragmentos disponibles en la red. En éstas encarnan a Cleopatra dos actrices atractivas como pocas las hay: Ana Valle y Leonor Varela. Semidesnudas o semivestidas, según sea su enfoque, lucen de infarto. Y es que ningún mito femenino continúa tan vivo como éste, luego de 20 siglos de historia.
En una somera revisión de su bibliografía, a últimas fechas (tres, cuatro años al día de hoy) han aparecido varios libros que desmontan el mito de tragahombres en la cual fue convertida Cleopatra (por obra y gracia de los romanos, los cuales le tenían tirria por lo mismo de que llevó a su molino, es decir, a su lecho, a dos emperadores romanos de linaje escogido) y dan cuenta de una mujer guerrera, inteligente, culta (era políglota), consumada en el arte de la política y de físico poco impresionante.
En estas biografías, que circulan en buenas librerías, se desgaja el mito final: contra lo que pueda pensarse por haber visto tantas películas, obras de teatro, dramas y pinturas a lo largo de la historia, la gran reina Cleopatra no se suicidó mediante la mordedura de una víbora o cobra egipcia (miden más de dos metros y medio. En ese entonces Cleopatra estaba vigilada día y noche, poco probable que un esclavo pudiese meter al ofidio en una cesta y llevarla a la Reina en desgracia), sino que, lo probable es que hubiese ingerido una poción mortal preparada a base de cicuta con opio. Lo anterior lo desliza una de sus biógrafas más acuciosas y puntillosas, Stacy Schiff, en su libro “Cleopatra. Una Vida”.
Una arqueóloga también le ha puesto mano al mito de Cleopatra y aquellos reconocidos baños que ésta tomaba en leche de animales exóticos. Joann Fletcher la aborda en su libro “Cleopatra, La Grande”. Y un libro más, el de Joyce Tyldesley, “Cleopatra, La Última Reina de Egipto”, publicado por editorial Ariel. Cleopatra sigue viva hoy y sigue ejerciendo tal poder de fascinación y engatusamiento, que se siguen sumando libros y películas a su altar y adoratorio. Aunque, en fuente de primera mano y justo en aquel entonces, hace más de dos mil años, ya Plutarco y en su vida de los Césares nos lo había advertido con respecto a su suicidio, muerte, galanura y belleza: “La verdad del asunto, nadie lo conoce”.
Todo es mito y conjeturas al día de hoy. Pero, algo tenía la Reina para que sigamos hablando de ella hoy, precisamente hoy que hacen falta mujeres de su altura, carácter y claro, de su belleza (aunque las monedas que circulan de ella y las cuales se conservan, la muestran con una infame nariz y con bocio). Cleopatra, para terminar rápido, como el maestro Jesucristo o Sócrates, fue ágrafa. No dejó nada escrito. Sólo se conserva de ella su firma de puño y letra en una ordenanza tan trivial como mecánica y burocrática, “cúmplase la orden”. La leyenda negra romana nos la ha presentado a lo largo de la historia como insaciable, traidora, derrochadora, sanguinaria… No más. Cleopatra murió de 39 años y reinó Egipto por 22 años. Es decir, una longevidad política y de estabilidad muy larga para la época de guerras, conspiraciones y asesinatos diarios para agenciarse el poder.
LETRAS MINÚSCULAS
Cleopatra, más guerrera y estratega política y militar que dama; más redonda, morena y chaparra, que estilizada y lady; más solitaria y fiel… que puta.