Ayer, hoy y mañana
Hay acontecimientos pasados que generan un dinamismo.
No quedan como hechos consumados que puedan sólo registrarse en anecdotarios o en reseñas históricas.
El Concilio Vaticano produjo una serie de documentos iluminadores. Su luz tiene una proyección universal. Su resplandor está presente en las programaciones pastorales y en las sucesivas innovaciones inspiradas en sus directivas.
Nos parece normal ahora que la asamblea litúrgica dominical use el idioma castellano, que el sacerdote celebre cara al pueblo, que haya laicos que son lectores y otros que repartan la comunión. Es lo más visible de lo que fue transformado después de siglos de misas en latín, de espaldas al pueblo y sin ministerios laicales.
Con avances múltiples se ha ido construyendo la Iglesia-comunión, la Iglesia pueblo de Dios en que la calidad de bautizados se da como base de una igualdad fundamental, antes de todas las funciones específicas y los títulos jerárquicos.
El Concilio Vaticano II es un pasado dinámico que sigue iluminando a la comunidad eclesial de este milenio.
El presente empezó con la inauguración del Año de la Fe. Muy cerca del adviento de un nuevo ciclo litúrgico, se subrayó la primera virtud teologal. Se buscaba que tuviera toda su raigambre bíblica, su tallo catequístico y su fruto en las obras de la fe.
Y han empezaron también los estudios, las reflexiones, los coloquios y las pistas de acción que resultaron del Sínodo (reunión de obispos) asistido por peritajes muy valiosos. Era entonces el próximo futuro. Recogía el Sínodo la reciedumbre de las raíces conciliares, la densidad catequística del Año de la Fe para diseñar las rutas de vida, las iniciativas innovadoras, los signos y lenguajes actualizados, las actitudes mejoradas de una verdadera posmodernidad ungida de sabiduría.
Pasado, presente y futuro. El Concilio, el Año y el Sínodo pudieron dar un nuevo corazón al milenio, haciendo que la humanidad respondiera mejor a los planes de amor del Creador del Universo.
Ayer, hoy y mañana se manifiestan en el río del tiempo que desemboca en la eternidad. Es la fe la que hace posible la esperanza en la maravilla de un mundo que avanza centrado en el amor…
Esperanza y caridad fueron tema de nuevos documentos. Y, actualmente, se prescinde de la línea que señaló Francisco después del Sínodo sobre la familia. No sólo integración, sino antes el acompañamiento lleno de comprensión como fruto del Año de la Misericordia para superar un legalismo rígido, un simplismo discriminador. Lo doctrinal académico se unge con la caridad pastoral. Cada caso ha de ser tratado en su peculiaridad sin aplicaciones depersonalizadas. Aunar ortodoxia a ortopraxis es un desafío para superar lo permisivo generalizado y lo excluyente deshumanizado…