JESÚS VALDÉS, AMIGO
En vano amenazas, Muerte, cerrar la boca a mi herida y poner fin a mi vida con una palabra inerte.
Xavier Villaurrutia
Jesús, amigo: resumir en unos cuantos párrafos lo que ha sucedido aquí desde que te marchaste sería inútil y bastante difícil. Quizá pueda sintetizarlo diciendo simplemente: todo sigue igual o peor que cuando estabas. En la esfera política, como sabrás dondequiera que estés, todo continúa siendo un caos que el discurso oficial pretende hacer pasar por “normal”, dadas las circunstancias del mundo contemporáneo. La verdad es otra: este país se hunde, se ahoga en mil desdichas, como un náufrago atrapado por un gigantesco calamar que lo envuelve y lo sofoca entre sus poderosos tentáculos. Pero esto, por desgracia, no es una novedad para ti. Los tentáculos nacionales e internacionales siguen apretando a este desastrado país que continúa soportando, quién sabe hasta cuándo, la fuerza inmisericorde del gigante. Y como las cuerdas de la red social se entretejen formando una apretada trama, cualquier anomalía afecta al conjunto. La cúpula del poder está supeditada a otras cúpulas verdaderamente poderosas y éstas a otras, cuyas linternas se pierden en las alturas del Empíreo o en las honduras del inframundo. ¿Pero qué puedo decirte de este mare magnum si ya tú lo contemplas, supongo, desde un ángulo mucho más amplio que el del simple mortal que aún sigue aquí, presa de esta urdimbre de calamidades, incertidumbres y asombro ante la imposibilidad de resolver nada? La corrupción política y social, el desempleo, la sobrepoblación, la siniestra burocracia mexicana, el doble o triple discurso oficial, la simulación, el enriquecimiento ilícito, la arbitrariedad de las autoridades, la pobreza extrema, la violencia, la mediocre educación institucional, la manipulación, la psicosis colectiva, la usura y la estafa: Dante y Kafka están aquí, redivivos. Aquí, en México, y en el mundo entero. Estando las cosas como están, querido, me parece un gesto de suprema egolatría hablarte de mis cuitas. Porque ante esta avalancha de males ¿qué pueden importar las caídas y recaídas de alguien que pretende avanzar, dando tumbos y palos de ciego, hacia quién sabe qué destino? ¿Avanzar dije? Pues digo demasiado, pues no he hecho sino dar vueltas y más vueltas en torno del mismo acertijo. Y como siempre, no encuentro respuestas. No las encuentro, Jesús. Me muevo como un sonámbulo entre unos autores y otros, entre este y aquel proyecto, entre pendientes y compromisos de los que no logro desembarazarme. César Vallejo me desangra con sus “Heraldos negros” y con su “Trilce”, de “ilegible lectura”, según algunos. Neruda vuelve a sorprenderme con “Residencia en la Tierra”. Lezama Lima me empuja hacia despeñaderos hipertélicos, órficos y hedonistas en un idioma que sólo puedo descifrar gracias al alfabeto del sueño y gracias también a que él mismo tiende al lector algunas claves para atisbar un filamento de comprensión, que roza de manera oblicua la razón y llega a cierta área de la conciencia, hasta hacer orbitar en torno suyo algunos átomos de una sabiduría luminosa y “germinativa”, como él mismo diría. Vivo en las vanguardias, en la dictadura española y las latinoamericanas, en la Edad Media, en el Renacimiento, en el Barroco, en el Romanticismo, en el Realismo y en otras épocas. Y todas ellas se superponen y desembocan en este delta interdisciplinario que conforman el arte y la cultura posmodernas. Ya te imaginarás: mi brújula ha perdido la razón lo mismo que su dueño. Pero de ninguna manera me olvido de la vida, Jesús. Todo lo anterior –y más- devora gran parte de mi tiempo, pero no me olvido de vivir. Sólo la parte que tú sabes sigue desierta, aunque ya no quiero hacer nada al respecto. Por un momento se encendió la luz de esa pequeña parte de la casa, sólo por un momento. Fue algo similar a una ilusión óptica. Cuando volví a abrir los ojos, esa área de la casa seguía a oscuras, como hace años. A veces se enciende y pretendo no hacer caso, no darme cuenta. Es mejor así, ¿no te parece?