Vanguardia

Diario de un nihilista

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Bauprés Al cruzar el Eufrates, Efraín, no alcanzaste a leer mis poemínimos de cuatrocien­tos versos, maximínimo­s tranvías que atropellan a un catrín.

Para el 82, 83 –millonario en enfermedad­es, nunca creí que tu vejez quedara trunca– colgaste tu maleta en el bauprés.

Desde una librería de Saltillo, un mutuo amigo te mandó en un sobre mis versos. No quisiste o no pudiste

contestarm­e: morir fue más sencillo. Junto con tu maleta, al mar salobre los echaste (¿en un hospital del ISSSTE?).

Quién vio a Octavio Años antes de que muriera, antes que le dieran el Nobel, que fue peor que la muerte, le llamé por teléfono bajo la noche inerte, de una cabina pública, bajo astros rampantes.

Preguntó Marie-josé de qué país hablaba; dije de que Hong Kong. Aun Tolomeo me aprobaría: de Tenochtitl­an al Egeo el Cosmos, como un huevo, ni comienza ni acaba.

Coyoacán fue su Kremlin, su Versalles; mezcla de Stalin y de Luis XIV, peroró en diez minutos cualquier cosa.

Regresé jubiloso: cual joyel por las calles ardieron sus palabras dichas en clave Morse; íntegro quede en esta rauda prosa.

Psicomoro Esa absurda bocacalle es trampa del peatón: cada grotesco detalle diseña su perdición.

El sol quebrado en la esquina crea un arco iris: semáforo que desgobiern­a el aforo de automóvile­s. Camina

a do la muerte lo halle cual un hado de irrisión, semáforo o psicomoro de la parca sibilina.

Es el éxtasis en ocre para una vida mediocre.

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