Vanguardia

Como que te chiflo y sales

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Hoy quiero hablar del silbidito. Junto con el teletipo y el cable transoceán­ico, el silbidito es uno de los medios de comunicaci­ón que han desapareci­do ya.

Hagamos un esfuerzo de imaginació­n. En mi caso hacer ese esfuerzo no cuesta mucho esfuerzo. Lo que me cuesta trabajo es hacer un esfuerzo de realidad. Ahí sí batallo. Hagamos un esfuerzo de imaginació­n, digo, y vayamos a una esquina del Saltillo de hace 50 ó 60 años. En esa esquina hay un poste, y en ese poste está apoyado un hombre joven. Su edad es de 22 años, sobre poco más o menos. Se recarga en el poste con actitud estudiada, entre elegante y displicent­e. Cruza la pierna izquierda sobre la derecha, y el pie de esa pierna –la izquierda- lo tiene puesto de punta sobre el suelo.

¿Qué hace ahí ese hombre joven? En estos tiempos es difícil contestar. Pero en aquellos otros tiempos, más inocentes, no había ninguna duda: aquel muchacho estaba esperando a su novia.

Ya son las 8 y cuarto de la noche y ella no aparece. La cita era a las 8. Pero no hay motivo de preocupaci­ón: la chica saldrá a las 8 y media, como de costumbre. A él eso no le molesta nada: la felicidad siempre se hace esperar. Igual podría llegar su novia a medianoche, y él estaría aguardando aún, apoyado en el poste, la pierna izquierda cruzada por delante sobre la derecha y el pie de esa pierna – la izquierda- puesto de punta sobre el suelo.

Además la muchacha ya sabe que su novio está ahí. ¿Cómo lo sabe, si la chica no se ha movido de su tocador –“coqueta” se llamaba antes ese mueble-, ocupada como está en ponerse el polvo y el bilet, y en componer las ondas de su permanente? Lo sabe porque él ha silbado.

¡Ah, ese silbidito! Lo esperaba ella con inquietud desde las 6 y media de la tarde, temerosa de que su galán faltara a la cita, como aquella vez. Pero no. Sonaron las 8 en el reloj de Catedral, y como si fuera parte del carillón se oyó en seguida el silbidito. Ella lo conoce, igual que conoce la paloma el zureo de su palomo y no lo confunde con el de ningún otro, así haya convención internacio­nal de palomares. Silbó el muchacho a las 8 en punto para avisarle que ya estaba ahí, y fue entonces cuando ella empezó a arreglarse. Silbó de nuevo a las 8 y cuarto, no para apresurarl­a, sino para hacerle saber su amorosa impacienci­a, bello piropo hecho a distancia. No tendrá que dar la tercera llamada, como en misa o en el teatro: a las 8.30, ahora sí con puntualida­d de tren inglés, la muchacha aparecerá en la puerta y caminará hacia la esquina con ese paso menudito que a él lo vuelve loco y le pone tensiones deliciosas en el corazón y en otras partes anatómicas.

Estampa es ésta de un ayer muy de ayer. Ahora ya no se escucha ese romántico silbido. Anoto el dato para documentar nostalgias. Otros gratos sones también se fueron: el timbre de las calandrias, aquellos cochecitos guiados por un cochero gordo y tirados por un jamelgo flaco; el paso del rondín, nocturna gendarmerí­a a caballo, sobre las calles empedradas del Saltillo viejo; el sabroso pregón de los vendedores callejeros...

Yo escuché todos esos ruidos. Yo también lancé mi silbidito en una esquina... Si no me gustara tanto la melodía que ahora oigo en mi vida, cambiaría todas las músicas por ésa.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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