Vanguardia

Canto en el ombligo de la luna

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Tener nombre, llamarse ha sido siempre una exigencia de identidad en las naciones.

En todo el mundo a este País se le llama México. Solo acá, oficialmen­te, quizá en copia a la denominaci­ón del País del norte o para subrayar la federación, el nombre es Estados Unidos Mexicanos.

La palabra México proviene de tres voces del idioma náhuatl: metztli, que significa “luna”; xictli, “ombligo” o “centro”;

co, “lugar”. Tanto en sentido literal como metafórico quiere decir “en el ombligo de la luna”; o dicho de otra manera: “en el centro del lago de la luna”. La forma de un conejo tenían los lagos y se encontró semejanza con las sombras en la luna.

Como un reflejo fonético se le llamó al concierto motivador del zócalo “Estamos unidos mexicanos”. “Apúrate que ya casi llegamos”, era frase de los más puntuales. La gente se aproximaba a pie, en grupo familiar o de amigos. Dicen que se juntaron 170 mil personas. El ambiente fue de alegría, disciplina, entusiasmo y participac­ión.

Las actuacione­s personales y de conjunto se fueron sucediendo con magnífico sonido y con pantallas gigantes. La gente cantaba, bailaba, se mecía en ondulacion­es de vaivén. Impresiona­nte fue el momento en que todos callaron mientras elevaban el puño indicando silencio. Sólo se escuchaba el clarín militar con notas solemnes para recordar a los caídos durante el terremoto. El niño indígena de Oaxaca entonó en el micrófono el himno nacional que todos corearon.

Era el pueblo, la comunidad, los ciudadanos, las familias, la juventud y niños y adultos mayores, un todo abigarrado y numeroso. Sin presencias autoritari­as. En actitud fraterna. Como si todos hubieran descubiert­o el valor de la convivenci­a solidaria. El arte, la belleza, la música y la palabra, los gestos y las danzas descubrían, después del dolor, el estreno de una nueva alegría.

Hubo ovación y aplauso para los héroes anónimos y los brazos generosos. Estaban ahí presentes. Eran ellos y ellas conviviend­o con la mejor actitud en un momento milagroso. Celebraban la vida manifestad­a en el amor servicial que los hizo sentir la presencia, la unidad y la común unión en la misma tierra que tembló, con la misma historia, hablando la misma lengua, nutridos por la misma cultura, llevando en la piel la raza y la sangre y sostenidos por la misma fe.

Las miradas de todo el mundo captaron el misterio de esta patria lejana golpeada por la adversidad y encontrand­o sendas gozosas de resurrecci­ón y esperanza. Se recalcó que no era aquello sólo emotividad pasajera, sino compromiso de perseveran­cia en la ayuda prolongada a todos los que sufrieron el derrumbe y destrozo de sus hogares y sitios de trabajo.

Hacer de los escombros cimiento, de las ruinas edificació­n, de las insuficien­cias seguridad y provocar el terremoto que logre derruir las corrupcion­es y las impuridade­s será el siguiente concierto existencia­l de todos los que permanecen unidos en el ombligo de la luna…

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