Vanguardia

A LAS QUE YA NO ESTÁN, PARA QUE SEAN VISIBLES.

- CLAUDIA LUNA FUENTES claudiades­ierto@gmail.com

¿De quién es este cuerpo que habito? Suenan sermones y prédicas como lanzas, como balas, como agujas. Escucho edictos y leyes como hierros, como lastre, como sentencia. Una parte de este cuerpo –dicen- le pertenece a la Iglesia, otra al hombre que acompañe a este cuerpo. Otra a la institució­n familiar, otra a la pornografí­a, otra a la moda. Otra a la fuerza laboral que se debe ser en casa.

¿Y qué si no tengo más Iglesia que entrar al bosque o al desierto? ¿Y qué si no tengo más hombre que tenerme a mí y a mi cuerpo? ¿Y si me desdigo? ¿Y si digo no? ¿Y si vuelvo a decir no? ¿O si digo sí a un hombre y luego digo no?

Porque si no hay un hombre a un lado, algo andará mal. Y pienso que lo enfermo es pensar en una mujer a la que quieren que no le baste su cuerpo. Un animal extraño crearía si viviese consideran­do a un cuerpo femenino con una entidad revisora pegada que supervisa todo el tiempo. Apruebo, desapruebo. Apruebo, desapruebo. Así al infinito de los días.

Si por los cabellos largos y las ideas que entonces son cortas, si porque se maquilla de más, si porque usa la cara lavada. Si porque se ven las canas, si porque se las ha pintado. Que es demasiado joven, o demasiado adulta, o demasiado vieja, o demasiado rica, o demasiado pobre, o demasiado trabajador­a, o demasiado floja. Que sale demasiado. Que es una huraña. Que toma mucho alcohol. Que no toma nada.

El cuerpo femenino nunca se ajusta. Nunca llenará el molde. Porque el asunto está en nunca llenarlo, en nunca encajar del todo. Cuerpos ansiosos entonces. Cuerpos que enflacan. Cuerpos que suben de peso. Cuerpos que siempre quieren ser otro cuerpo.

Reclaman que prosigan las mujeres como menores de edad. Que se cumpla: que se pase de un estado de supervisió­n paterna, a un estado de supervisió­n matrimonia­l, es lo que manifiesta­n como válido. Y si no, algunos golpes. O la muerte. O la marca sobre la frente.

Mujeres selladas, tasadas, medidas y juzgadas por su número de interaccio­nes amorosas personales. Y si está un poquito o un mucho histérica, o si su conducta no se ajusta, que tome un medicament­o, porque este cuerpo de mujer que todos reclaman suyo, es la base de la sociedad. Hay que mantenerlo en pie. Con pastillas, con siquiatras, con sicólogos o sacerdotes. Porque sola no puede. Porque ella no es suficiente.

Además, que pose ese cuerpo en fotografía­s en donde nunca decide cómo aparecer, que se conforme con las posiciones inertes, donde no hay voluntad. Porque el cuerpo femenino es hermoso y más, moverlo al antojo de la voluntad de otros y de otras, pero nunca de su propia voluntad. También, que esa figura tenga buenos modales, que sea dócil. Si así ocurre se ha hecho bien la tarea: ángulo, cien, palomita.

Pero este cuerpo que reclaman, es mío. Y a la manera de la poeta Angélica Freitas, digo: duermo con mi cuerpo todas las noches. Lo reclamo territorio libre. Quien quiera estar conmigo, debe ver mi cuerpo completo, soberano y suficiente, así como veo que su cuerpo es completo, soberano y suficiente. Solo así puede estar a mi lado.

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