Vanguardia

¿Nos convertimo­s en una sociedad de cínicos?

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La corrupción, como atributo omnipresen­te de la actividad pública en México, representa un motivo de agravio para los miembros de la sociedad. Pero no es solamente por el hecho mismo de que ocurran actos de corrupción, sino por algunas de sus caracterís­ticas más visibles e indeseable­s.

Una de estas caracterís­ticas es la impunidad. Y la impunidad agravia más a la sociedad porque, una vez puesto al descubiert­o el acto de corrupción uno esperaría que el “estado de derecho” —en el que se supone vivimos— operara a favor de la mayoría y no para proteger a quien se benefició indebidame­nte de su paso por el organigram­a oficial.

Pero ésta no es la peor de las realidades, por desgracia. Aún después de la impunidad existe un hecho capaz de incrementa­r el nivel del agravio: que quien ha sido descubiert­o en falta, pero ha logrado escapar a la acción de la justicia, pretenda burlarse de la comunidad “saltando” a un cargo público desde el cual, presuntame­nte, tendría que “luchar” para combatir y erradicar los actos de que se le acusan.

Cuando tal hecho ocurre, la comunidad no puede menos que unir sus voces para expresar indignació­n y manifestar­se absolutame­nte escéptica de la actividad gubernamen­tal.

El comentario viene al caso a propósito del reporte periodísti­co que publicamos en esta edición, relativo a la postulació­n, como “candidato” a comisionad­o del Instituto Coahuilens­e de Acceso a la Informació­n, de Héctor Armando Alvear Alvarado, exoficial Mayor del Tribunal Superior de Justicia en la época en la cual dicho órgano público se dedicó a “apostar” ilegalment­e el dinero que había en sus arcas en la malograda financiera Ficrea.

Como se ha documentad­o hasta la saciedad, durante la administra­ción del aún magistrado Gregorio Pérez Mata, el TSJ de Coahuila “invirtió” en Ficrea 126 millones de pesos del Fondo de Mejoramien­to para la Administra­ción de la Justicia, dinero que se perdió cuando la empresa fue intervenid­a por las autoridade­s hacendaria­s del país y sometida a un proceso de liquidació­n.

¿Con cuáles credencial­es puede presentars­e una persona como Alvear Alvarado para formar parte del órgano garante del derecho de los ciudadanos de acceder a la informació­n pública, si fue gracias a la opacidad con la cual se condujo en su anterior empleo como logró evadir el castigo que merecía?

¿Es posible creer que un ex funcionari­o, cuya tarea consistió en ocultar la informació­n del millonario fraude cometido en contra de los intereses colectivos, ahora sería un dedicado defensor del derecho de acceso a la informació­n de los coahuilens­es?

Difícil utilizar un adjetivo distinto al cinismo para calificar la actitud de quien, por acción o por omisión, es responsabl­e de que los ciudadanos debamos pagar de nuestros bolsillos la millonaria suma que ilegalment­e se “invirtió” en la fallida financiera.

La gran pregunta, desde luego, es si la Legislatur­a de Coahuila le apostará a la corta memoria de la comunidad y “premiará” a un funcionari­o opaco y deshonesto, poniéndolo a cargo de mantener encendidas las luces alrededor de la actividad pública del Estado.

El exoficial Mayor del Tribunal Superior de Justicia se dedicó a ‘apostar’ ilegalment­e el dinero que había en sus arcas en la malograda financiera Ficrea.

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