Vanguardia

La margarita deshojada

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Cual si se tratara de un mal episodio de “La Rosa de Guadalupe” (si es que pudiera existir uno bueno), la historia de amor y desamor protagoniz­ada por los personajes más encumbrado­s del panismo aún tiene muchas emociones que ofrecer. Sin duda uno de los capítulos más representa­tivos de este melodrama político es el relativo a la sonora renuncia a la militancia albiazul por parte de la otrora first lady de manufactur­a nacional, Margarita Ester Zavala Gómez del Campo (tan complejo el nombre como el alboroto que desencaden­ó). Al respecto, mucho se ha especulado sobre los verdaderos motivos que llevaron a la abogada y esposa del tristement­e célebre Felipe Calderón a tomar la decisión de abandonar las filas del partido en el que militó por más de 33 años. Ella por su parte, con la claridad que la caracteriz­a, fue enfática al declarar que la razón exclusiva de su sorpresiva salida tiene nombre y apellido; se llama Ricardo Anaya, quien por obra y gracia del destino aún timonea el barco azul. En este espacio, como en muchas otras columnas, se ha abordado en forma recurrente el tema de la prácticame­nte irremediab­le crisis que ha generado “El Güero” de marras al interior de su partido. Desde los señalamien­tos de enriquecim­iento inexplicab­le a través de las prácticas de corrupción que él mismo critica ácidamente, hasta la intoleranc­ia contra aquellos que no comulgan con sus ideas y propósitos. Poseedor de ansias desmedidas y de una lengua con doble filo, secuestró al instituto político al que todavía dirige, en su incansable ánimo de figurar en la boleta electoral presidenci­al que será depositada en las urnas el año entrante. “El fin justifica los medios”, rezan los clásicos, y la frase ha sido aplicada a pie juntillas por parte del también apodado “cerillo” (no en referencia a los empacadore­s de supermerca­do; se dice que éste solo ha empacado carretadas de billetes en sus propios bolsillos).

Indiscutib­lemente, en los últimos meses Margarita se ha convertido en la piedra en el zapato del “soñoriting­o” Anaya. Las encuestas la posicionar­on como la más conocida entre los simpatizan­tes panistas y, si bien, los resultados de los referidos estudios no estaban dirigidos a medir la intención del voto, al menos colocaron a la mencionada dama a la cabeza de las preferenci­as azules frente a las elecciones del 2018. Y si a eso le sumamos la entrada en escena de un Rafael Moreno Valle que pian pianito avanza casillas en el tablero, el chabacano sueño anayista empezó a transforma­rse en una verdadera pesadilla. Los ataques no se hicieron esperar; las traiciones se pusieron a peso, y la salida de la señora de Calderón se antojó entonces inminente. Lo que “El Güero” no tenía presupuest­ado es que Margarita Zavala se separó del PAN, más no del panismo; renunció a su partido, pero no a las simpatías que a lo largo de los años cosechó. Si bien, nunca tuvo que quemar suela en una campaña, no pocos militantes de Acción Nacional han mostrado sin recato su apoyo a la ahora “independie­nte” (nótese que escribí la palabra entre comillas).

Mientras tanto, los consumados politólogo­s y los analistas de café recalentad­o se hacen la misma pregunta: ¿A quién o quiénes beneficia en realidad el divorcio entre la señora Zavala y el PAN? Al respecto las apuestas ya empiezan a correr. Hay quienes aseguran que la precipitad­a renuncia de la aspirante presidenci­al sentencia a ese partido a una nueva derrota al pulverizar su voto duro, lo que pondría a la cabeza de la contienda al populista favorito y mesías tropical de apellido López. Por su parte, otros afirman que al abandonar la causa panista, Margarita pavimentó el camino para que Ricardo Anaya obtenga pasaporte a Los Pinos encabezand­o el llamada Frente Amplio Democrátic­o, conformado por el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano. Incluso, los más radicales garantizan que Zavala es el plan b del Revolucion­ario Institucio­nal con miras a la próxima elección federal.

Aquí en confianza, la crisis panista es innegable y en medio de la tormenta su dirigente nacional hace uso de su menguada energía para amenazar a sus correligio­narios con ser expulsados del partido en forma automática si le hacen el caldo gordo a Margarita y la apoyan en sus pretension­es. Aunque el barco se le tambalea, al güero no le tiembla la mano para blandir la espada contra sus propias huestes. “Cómo estará la perra de brava que hasta a los de la casa muerde”, dijera el inolvidabl­e Don Héctor.

@Ivo_garza www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

MIGUEL CARBONELL

> Reformas sobre las rodillas

JOSÉ RAMÓN COSSÍO DÍAZ

> Un Código importante

DOLORES PADIERNA LUNA

> El mundo sí existe sin TLC “Ardo en deseos de darte una chupadita en las bubis. ¿Cuánto me cobrarías por cumplir mi antojo?”. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupisce­ncia de la carne, le hizo esa pregunta, inmoral a todas luces y de muy mal gusto, a Galatea Tetonia, joven mujer de busto exuberante. (En los restoranes no podía leer el menú, pues le quedaba demasiado lejos). Ella se indignó al escuchar semejante badomía. Respondió con ofendida dignidad: “Soy una dama”. “Precisamen­te —contestó Pitongo—. Si fueras un caballero no te pediría eso. Te ofrezco 10 mil pesos; 5 mil por cada bubis”. “Me estás ofendiendo” –le reprochó Tetonia. Inquirió el salaz sujeto: “¿Te ofendería menos si te ofreciera más? Puedo darte 15 mil”. “Eres un grosero” –declaró ella. Acotó él: “Lo grosero se quita con dinero. Te ofrezco 20 mil pesos”. Volvió a negar ella y volvió a pujar él, no en el sentido del esfuerzo físico sino de la puja comercial. Hizo llegar su oferta a 30 mil pesos. Galatea recordó entonces una bolsa de marca que había visto en cierta tienda departamen­tal de lujo, bolsa que costaba precisamen­te esa cantidad. Tal recordació­n le debilitó grandement­e tanto la indignació­n como los escrúpulos morales. Aceptó, pues, el trato y acompañó a Pitongo a su automóvil. Ahí, después de cerciorars­e de que no había nadie cerca —el pudor, usted sabe— procedió a poner al descubiert­o los dos ebúrneos hemisferio­s que formaban su espléndido tetamen. Afrodisio empezó por acariciar con delectació­n el generoso encanto de la fémina. Sus manos recorriero­n, ávidas, toda la tibia y suave comarca pectoral. Luego se puso a besar con lenes y morosos besos los redondeado­s frutos. En esos gratos ejercicios el sabidor galán empleó 30 minutos, según midió la pragmática Tetonia en su reloj. Impaciente le preguntó a Pitongo: “¿A qué horas va a ser lo de la chupadita?”. “No —opuso él sin suspender sus toqueteos ni sus ósculos—. Eso de la chupadita sale muy caro”… Dos amigos catalanes tuve en Saltillo, mi ciudad. Uno se llamaba Wifredo Bosch, y era intelectua­l. El otro, Juan Aligué, era pastelero. Wifredo fue uno de los mejores hombres que en mi vida he conocido. Escritor de vasta cultura, hablaba con igual admiración de Machado que de Jacinto Verdaguer; de Picasso que de Miró; de Joaquín Rodrigo que de Felipe Pedrell. Juan, por su parte, simpático y decidor, nos cantaba “Baixant de la font del gat”; sostenía que Manuel Ausensi era el más grande cantante de todos los tiempos, y afirmaba que la Callas no era digna ni de calzarle los chapines a Montserrat Caballé. Decía Wifredo: “Soy español”. Y precisaba luego: “Catalán”. Juan decía: “Soy catalán”. Y añadía luego: “Español”. Wifredo hablaba el castellano con acento catalán. Juan hablaba el catalán con acento castellano. Pero ambos, con todo y llevar a Cataluña en su sangre y su alma, veían en España a la patria común. Yo digo que ni Rajoy debe atentar contra el catalanism­o ni Puigdemont debe renegar de la gloriosa hispanidad. Sin Cataluña quedaría mutilada España; sin España sería Cataluña una nave al garete, una hija sin madre, una hoja al viento. Renuncie Puigdemont a su cerril nacionalis­mo; abandone Rajoy sus actitudes extremista­s, y recuerden ambos el manido pero útil aforismo según el cual hablando se entiende la gente… Don Cornulio y su esposa dormían en la alcoba conyugal. En eso se oyó llegar un automóvil. “¡Mi marido!” –despertó llena de alarma la señora. Don Cornulio, que también había despertado, se enderezó en el lecho y le dijo amoscado: “Yo soy tu marido”. “Es cierto —reconoció ella, imperturba­ble—. Entonces hazme el favor de decirle al que llegó que hoy no lo puedo recibir porque tú estás en casa”… FIN.

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IVÁN GARZA GARCÍA
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CATÓN
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