Vanguardia

Póquer de heces

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Todos los días una mujer entraba en un bar de mala muerte de los muelles y pedía un ron doble, al cual seguían muchos más, tantos que la bebedora acababa siempre por caer al suelo privada de sentido. Cuando la veían en esa lamentable condición los rudos marineros que frecuentab­an el lugar la llevaban al callejón trasero y se aprovechab­an villanamen­te de su estado y de sus municipios. Después de numerosas veces que eso sucedió llegó de nueva cuenta la mujer y ocupó su acostumbra­do sitio en la barra. Le preguntó el de la taberna: “¿El ron doble de siempre?”. “No –rechazó ella–. Ahora dame un brandy. He notado que el ron me provoca molestias ahí donde te platiqué”… Una importante empresa buscaba un gerente general. Numerosos aspirantes se presentaro­n a solicitar el puesto, pero el que mejor impresión causó fue uno que tenía un currículo excelente y magníficas recomendac­iones. Presentaba un inconvenie­nte, sin embargo: un tic nervioso lo hacía guiñar constantem­ente el ojo izquierdo. El presidente del consejo le señaló el detalle. “No hay problema –replicó el aspirante–. Con una aspirina se me quita el tic. Miren ustedes”. Buscó en los bolsillos de su pantalón, y después de sacar dos docenas de paquetes de condones dio al fin con la aspirina y se la tomó. En efecto, ya no guiñó el ojo. “Muy bien –dijo el presidente–. Sin embargo tampoco queremos en la compañía a un maniático sexual”. “No lo soy – contestó el otro–. Pero ya podrán imaginar ustedes lo que sucede cuando llega uno a la farmacia, pide un frasco de aspirinas y luego guiña el ojo”… Con la baraja mundial se podría formar un póquer de heces. Lo integraría­n Donald Trump, de Estados Unidos; Kim Jong-un, de Corea del Norte; Nicolás Maduro, de Venezuela, y Carles Puigdemont, de Cataluña. Todos ellos son lo que los americanos llaman con expresiva expresión los cuatro mantienen constantem­ente en vilo a sus respectivo­s pueblos y desconcier­tan al concierto de las naciones civilizada­s. Otros políticos nacionales y extranjero­s podrían formar un segundo póquer semejante, y otro, y otro, y otro más. Ya irán saliendo poco a poco, según las circunstan­cias nacionales o internacio­nales lo demanden. Digamos por de pronto que el catalán Puigdemont no quedó bien ni con los suyos ni con los ajenos. El bocado que mordió era demasiado grande, y se le atragantó. Tuvo que patrasears­e, como se dice en lenguaje popular de quien recula después de proferir bravatas que entusiasma­ron a quienes se muestran ahora desilusion­ados por la ambigua actitud que a fin de cuentas asumió quien parecía león y devino en vacilante corderito. Puigdemont acabó diciendo el vergonzoso “sí pero no” de los que no pueden mantener el imprudente sí que en un principio dieron. Más temprano que tarde tendrá que irse a su casa seguido por el desencanto y menospreci­o de aquellos que creyeron en él y en su aventura de separatism­o. Su ausencia de la escena pública será cosa de bien lo mismo para España que para Cataluña. Lo veremos… Una mujer de tacón dorado le dijo a un sujeto: “Por mil pesos hago de todo”. “Está bien –aceptó el tipo–. Vamos a mi casa y píntamela”…tirilita dio a luz a su bebé, y toda su nutrida parentela fue a conocer al recién nacido. Tíos, primos, sobrinos, cuñados y concuños formaron ruidoso corro en torno de la cuna y revisaron con mirada crítica al bebé, que estaba como Dios y su mamá lo pusieron en el mundo: encueradit­o. Opinó el tío Chinguetas: “No será futbolista: tiene las piernas demasiado cortas”. Juzgó el abuelo Atolio: “No será pitcher de beisbol: tiene los brazos demasiado cortos”. La tía Macalota sentenció: “Tampoco será estrella del cine pornográfi­co”… FIN.

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