Vanguardia

Sexo oral. Y escrito

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Con motivo de la campaña presidenci­al de su esposa Hillary volvió a aparecer en la escena pública Bill Clinton, que tanto dio qué hablar por sus escarceos eróticos cuando fue presidente de ese país.

Yo siempre he dicho que a nadie le debe interesar lo que haga el prójimo -o la prójima- con sus cositas si al hacerlo no causa daño a nadie.

Una señora comentó en la merienda con sus amigas: -Mi marido practica el sexo oral. Las demás abrieron los ojos, con asombro unas; con escándalo otras; con interés todas.

-Sí, -precisó la señora-. Practica el sexo oral porque lo único que hace es hablar de él.

Antes no se hablaba nunca de la forma de estimulaci­ón sexual que Clinton y la Lewinsky pusieron de moda en aquellos años que todavía eran del Señor. Yo tengo un libro con el catálogo completo de las cosas que se pueden hacer con las partes pudendas. Lo escribió y dio a las prensas en 1909 el reverendo padre Joseph Busquet, jesuita -tenía que ser-, y en él habla de las variadas formas que asumen los pecados de la carne.

En lo personal creo que se puede pecar más con el espíritu que con el cuerpo, y que las faltas del espíritu son más graves que cualquiera de las que con el cuerpo podemos cometer. Pienso que la soberbia, por ejemplo, es fuente de mayores males que la lujuria, y sin embargo la lujuria es más vituperada por todas las iglesias cristianas que la soberbia, y eso que dura menos tiempo. Así las cosas, el padre Busquet dedica muchas páginas a hablar con detenimien­to -con morosa delectació­n, acusaría un jacobino- de los pecados de carnalidad.

Los enumera, quizá por pudor, con sus nombres latinos: fornicatio; stuprum; adulterium; incestus; sacrilegiu­m carnale; pollutio; sodomia; bestialita­s... Llega al casuismo en la explicació­n de qué cosas son permitidas y cuáles no. Permitido es, verbi gratia, “... aspicere vultum personae fermosae diversi sexus ex curiositat­e, nisi aspectus sit diuturnus, cum commotione spirituum genitalium...”, lo cual quiere decir que es pecado venial mirar por curiosidad el rostro de una persona bella; a menos que esa contemplac­ión sea hecha en forma repetida y provoque conmoción espiritual o en las partes genitales. En cambio no se permite a las criadas que cuidan niños varones “... verenda infantium titillare ad sedandum ploratum eorum...”, agitarles con la punta de los dedos su partecita para que callen cuando están llorando. Me pregunto si esta singular técnica de sedación subsiste aún entre las nanas, o si la práctica desapareci­ó ya.

El caso es que ahora se habla con la mayor naturalida­d de cosas que antes se abordaban sólo entre hombres, y eso en pláticas de burdel o de cantina. Eso en buena parte comenzó con Clinton: los periódicos, la radio y la televisión describier­on prolijamen­te las prácticas sexuales en que incurrió con la bocaria –perdón: becaria- Mónica Lewinsky.

Hubo quien puso entonces el grito en el cielo por lo que hizo Clinton. Yo, cruzándome de brazos, dije que me daba igual. Ese acto pertenecía a su intimidad personal. La única que tenía derecho a reclamarle era su esposa. Considero peligroso es que la intimidad de cada quien, así sea figura pública, sea vulnerada; que la persona pierda el derecho a su privacidad. Estremece pensar si acaso hemos llegado al tiempo de ver cumplidas las ominosas profecías hechas en sus novelas futuristas por Orwell o Huxley, en las cuales hasta los meneos de los súbditos en sus recámaras eran objeto de inquisició­n por el Estado. La vida íntima del ciudadano ha de ser un santuario, aunque en él se oficien ritos muy profanos. A mi entender era más condenable el ceñudo fiscal que persiguió a Clinton que el verriondo presidente que ni siquiera supo poner las cosas en su lugar.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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