Vanguardia

EL SOBREVIVIE­NTE

- JESÚS PEÑA

Se llamaba Ramón, pero le decían “El Munra”. En Patrocinio, municipio de San Pedro, Coahuila, me habían contado de un hombre, joven, que llevaba una oreja mocha y una zeta marcada en la espalda.

La gente de este pueblo, el cementerio clandestin­o de Los Zetas más grande el mundo, lo habían visto hablando solo y hacer piruetas bélicas por los caminos terrosos. Segurament­e estaba chalado. Semanas después regresé a buscarlo, y con ayuda de un policía que se hacía apodar orgullosam­ente “El Pitbull”, lo encontré en el mercado de San Pedro.

Estaba sentado frente a una máquina tragamoned­as, peleando contra los guerreros de un antiguo videojuego.

Parecía abstraído, lucía un pantalón y una playera chamagosa, traía el cabello desaliñado y su rostro estaba alfombrado por una barba de varios días.

Apenas me vio abordarlo, la gente del mercado se me echó encima: qué quería con él.

Contar su historia, le dije, y me dejaron en paz.

Cuando platiqué con Ramón, “El Munra”, me di cuenta de que la empresa sería más difícil de lo que suponía.

Su perorata parecía la arenga de un profeta anunciando la segunda venida de Jesucristo.

Cuando no, se creía un personaje de Dragon Ball Zeta o el súper héroe de una caricatura pasada de moda.

Contadas veces conseguí bájalo de su avión y entonces me contaba que era de Nuevo Laredo, que tenía a su abuelita, que alguien lo había traído a San Pedro y que los malos le habían cortado la oreja y marcado la espalda con una zeta a punta de navaja porque no había querido trabajar con ellos.

“Me dieron 50 tablazos, pero sin llorar”, dijo.

Y ahora se paseaba por aquí, como uno más del inventario de indigentes de San Pedro, Coahuila.

La población le había tomado gran estima: lo alimentaba­n, le obsequiaba­n ropa y agua caliente para bañarse y acaso algunas monedas, a cambio de algún pequeño favor.

Era un hombre tranquilo, que iba y venía por el pueblo sin molestar a nadie.

Desde entonces no volví a saber de él y hoy me pregunto, ¿qué sería del sobrevivie­nte de aquella guerra, la cruel guerra del narco, que tantas víctimas dejó?

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