Vanguardia

Una extraña muerte

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Don Federico Gamboa es el autor de la celebrada novela “Santa”, de la cual se han hecho varias versiones cinematogr­áficas. Hombre bueno, generoso y de valiosas prendas personales, no era católico devoto. Confesaba su fe, vivía en buenos términos con su religión, pero no asistía a los oficios de la Iglesia. Es natural: pertenecía a la generación que abrevó en las fuentes del positivism­o; era un hombre de su siglo, el XIX, siglo racionalis­ta y de pensamient­o científico.

Cuando enviudó el novelista una prima de su difunta esposa, mujer de mucha devoción, se preocupó por él. Esa pía señora, llamada doña Luz Torres Sagaseta, casada ella, daba consejos al escritor. Lo exhortaba a que se volviera a casar; a que no anduviera por ahí “de viejo calavera”. Sobre todo, le suplicaba con vivas instancias que volviera al seno de la Santa Madre Iglesia.

Don Federico, travieso y burlador, respondía que jamás había dejado el regazo de esa buena madre.

-No tengas preocupaci­ón por mí, Lucha -le decía sonriente-. Créeme que cumplo los diez mandamient­os de la Ley de Dios y los cinco de la Iglesia. De vez en cuando rezo por las noches, y a veces, cuando paso por un templo y están rezando el rosario entro y añado mi oración a la de las buenas gentes que ahí rezan.

-Federico -insistía la buena señora-, temo por la salud de tu alma. Si te pierdes, ¿qué cuentas voy a rendirle a tu mujer, mi prima, que de seguro ya está en el Cielo como espero estar algún día yo también?

-Ya te digo que no tengas cuidado -repetía don Federico sin dejar de sonreír-. Es más: debes saber -y no te vayas a enojar- que siempre le estoy pidiendo a Dios que tú mueras primero que yo.

-¡Ay, Federico! -protestó doña Lucita-. ¡Qué malo eres! ¿Por qué le pides eso a Nuestro Señor?

-Porque sé que te vas a ir derechito al Cielo -respondió Gamboa-, y yo me voy a agarrar de tus enaguas para subir junto contigo. De esa manera tú, que tienes muy buenas influencia­s allá arriba, me meterás en el Paraíso.

Sucedió que don Federico Gamboa enfermó de gravedad. Doña Lucita, que gozaba de perfecta salud y nunca había estado enferma, le llevó en la tarde de su agonía un sacerdote para que le impartiera los últimos auxilios expiritual­es. Don Federico, aunque guardaba ya pocos alientos de vida, pudo confesarse, y comulgó devotament­e.

-¿Cómo te sientes, Federico? -le preguntó angustiada doña Luz en un momento en que el escritor abrió los ojos.

-No muy bien -respondió Gamboa intentando una débil sonrisa-. Pero no te apures: ya estoy dispuesto para el viaje. Y no se te olvide que voy a entrar en la Gloria cogido de tus enaguas.

Fue lo último que dijo el gran autor de “Santa”. A las 10 de la noche entró en agonía, y ya no pudo ver ni hablar. A eso de la medianoche doña Luz se fue a su casa después de dar instruccio­nes para que se le avisara en el momento mismo en que don Federico pasara a mejor vida. A las 2 de la mañana la señora se sintió muy mal. Se enderezó en su cama y cayó muerta de un síncope cardíaco. Una hora después murió el escritor.

Me imagino que cuando se encontraro­n los dos en la morada de la eternal bienaventu­ranza don Federico, antes de buscar a su mujer, le comentó a su prima:

-¿Qué tal ¿eh? ¿No te dije que llegaría aquí cogido de tus enaguas?

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