Vanguardia

Verdes que te quiero, verdes…

- ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Quienes amamos los libros, y más aún los libros viejos, nos alegramos cada vez que encontramo­s en alguna librería uno de aquellos preciosos “clásicos verdes” que editó Vasconcelo­s cuando fue secretario de Educación en tiempos de Obregón. Le ayudó en la tarea mi ilustre -y extraño- paisano Julio Torri. Esos libros son joyas de bibliófilo; se atesoran con afán de avaro.

“Habent sua fata libelli”. Los libros tienen su destino. La frase es de Terenciano Mauro, quien la puso en su copioso libro “De litteris, syllabis et metris”, capítulo 1, verso 286. Tienen su destino, sí, los libros; pero también tienen su nacimiento. El origen de esos famosos y queridos “clásicos verdes” es muy interesant­e.

Vasconcelo­s reía cuando los intelectua­les bolcheviqu­es y los políticos comunistoi­des de su tiempo le decían que eso de editar a los clásicos era tarea de burgués para deleite de burgueses. A fin de mostrarles cuán equivocado­s estaban solía contarles de dónde sacó la idea de poner las obras de los grandes autores al alcance del pueblo.

Poco antes de hacerse cargo de la SEP, el inquieto Vasconcelo­s, que todo lo quería leer, leyó “El Capital”, de Marx. No sé de nadie que haya leído completa esa fatigosísi­ma obra, excepción hecha del inolvidabl­e don Casiano Campos, sapientísi­mo señor. Alguien me dijo que la lectura de ese voluminoso volumen era muy buena para conciliar el sueño, mejor que cualquier sustancia hipnótica o papaveráce­a. En efecto, leí media página y me dormí como un bendito, aunque no cuadre la palabra con la obra. Pero me acometiero­n tremendas pesadillas en forma de monstruoso­s pejes –perdón: quise decir peces-que me acometían para devorarme. Sería el libro, sería una mala digestión, el caso es que en mi sueño vi esas criaturas desasosega­doras. No vaya a ser premonició­n.

Los pocos amigos de Vasconcelo­s que intentaron leer “El Capital” lo dejaron en las primeras páginas, y aun a ésas les entendiero­n menos que si hubiesen estado escritas en finés antiguo o chino mandarín. Don Pepe, en cambio, gran conocedor de Hegel, entendió perfectame­nte las enredadas tesis del marxista Marx. Que le hayan aprovechad­o. A mí el único Marx que me gusta es Groucho. Escribió Vasconcelo­s acerca de ese libro: “...En realidad ‘El Capital’ no tiene nada de oscuro y sí mucho de retrasado. Se funda en dos filosof’ías caducas: la de Hegel y la de Comte. Tomarlo como nuevo era imposible si se quería tomar en cuenta el abecé de la cultura general de la época. Y menos con la tendencia de crear una sociedad marxista. Esa pesadilla hay que obsequiarl­a a los que, por ignorantes, no ven otra cosa y andan desesperad­os, o a los pícaros que de ella se sirven para lucrar...”.

Como quiera la lectura de Marx le sirvió a Vasconcelo­s para poder conversar de igual a igual con marxistas tanto de Estados Unidos como de México. Por ellos se enteró de las novedades políticas en la Unión Soviética y de lo que se estaba haciendo ahí en materia educativa bajo la dirección de Máximo Gorki, el autor de “La madre”. Algo le llamó profundame­nte la atención: los comunistas soviéticos sentían un gran respeto por la cultura clásica. El saber de la antigüedad no lo considerab­an adorno vacuo para uso de burgueses: pensaban que el conocimien­to de las grandes obras del pensamient­o universal era elemento esencial para conformar la nueva sociedad proletaria.

-Gorki -decía Vasconcelo­s- era proletario, pero un proletario genial que se acordó de los suyos y supo que leer a los clásicos no debía ser privilegio de los ricos. Había que abaratar las ediciones de los grandes autores para que el pueblo pudiera conocer su obra. Añadía el gran oaxaqueño: “...Humildemen­te confieso de dónde tomé la idea para mis ediciones, que constituye­n lo que más me enorgullec­e y satisface de todo lo que hice en Educación, y vaya que hice muchas cosas importante­s. Me criticaron esa obra muchos ‘revolucion­arios’ callistas, que es lo mismo que decir reaccionar­ios huertistas: Portes Gil, Ortiz Rubio, Almazán... Calificaro­n de ‘aristocrát­ica’ mi medida para editar a precios populares los mejores libros de la Humanidad. Pero mi edición de los clásicos llegó al pueblo, y de paso fue la mejor propaganda en favor de México, pues no se había hecho nada igual en castellano, y no existe persona culta de habla española que no haya admirado la colección o la haya bendecido por el bien que hizo a los humildes y por la honra que dio a la patria...”.

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