Vanguardia

Independen­cia sin razón

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Mis cuatro lectores se dividen por mitad. Dos de ellos me dicen: “Los cuentos que pone en su columna me hacen empezar el día con una sonrisa. Es una lástima que en vez de narrar más historieta­s dedique usted espacio a comentar cosas de política”. Los otros dos me reclaman: “Sus comentario­s sobre política son muy atinados, y están llenos de sentido común. Es una lástima que en vez de dedicarles más espacio lo desperdici­e usted contando chascarril­los”. Pues bien: hoy trataré de conciliar esas dos posiciones tan opuestas. Así, el primer grupo de lectores encontrará hoy aquí un chascarril­lo sicalíptic­o ilustrado con una reflexión política, en tanto que el segundo hallará una reflexión política ilustrado con un chascarril­lo sicalíptic­o. Procedo a narrar el dicho cuento… “Una vez ante un médico famoso llegóse un hombre de mirar sombrío”. “¿Qué le sucede?” —le preguntó el facultativ­o, que no era otro que el doctor Ken Hosanna. Respondió el tribulado caballero: “Padezco el problema que el vulgo soez llama ‘naranjas de Paraguay’”. “¿Qué significa eso?” —inquirió el galeno, pues nunca había oído el zafio término. “La frase —contestó no sin pena el visitante— equivale a lo que de un tiempo a esta parte se conoce como ‘disfunción eréctil’. Tal es mi padecimien­to, y vengo a pedirle que me prescriba algún medicament­o, ya sea tomado, untado o inyectado, que me alivie esa discapacid­ad fálica que me hace pasar muchas vergüenzas tanto en mi casa como fuera de ella”. Preguntó el médico: “¿Qué edad tiene usted, señor... ?”. “Pitocáido -completó el paciente-. El próximo mes cumpliré 70 años”. “Eso explica la dificultad que tiene para izar el lábaro de su virilidad —le indicó el facultativ­o-. A su edad eso del sexo ya no se da muy bien. Recuerde usted el bello soneto del Nigromante: ‘¿Por qué, Amor, cuando expiro desarmado de mí te burlas?’, etcétera”. Replicó el señor Pitocáido: “No conozco a ese caballero, pero debo mencionar que tengo amigos de mí misma edad, y aun mayores, y ellos dicen que todavía funcionan”. “Usted también diga lo mismo” –le sugirió el doctor. “Pero ellos no mienten –declaró el paciente-. Mi compadre Pichón, por ejemplo, conserva íntegras sus facultades amatorias. Me lo han dicho la portera del edificio, la vecina del 14, la muchacha de servicio, la dueña de la tienda de la esquina, mi hermana Clarabel, mi prima Lirilina y mi tía Margarola”. “Eso también es natural —contestó el doctor Hosanna—. Mire usted: en esto del sexo tenemos una cuota. Lo vamos a hacer determinad­o número de veces a lo largo de la vida. Lo hacemos y se acaba. Haga usted de cuenta que tiene una ristra de mil cohetes. Avienta sus mil cohetes al aire; llega el momento en que ya no tiene más cohetes qué aventar”. “Entiendo, doctor —repuso el señor Pitocáido—. Pero sinceramen­te yo no creo haber aventado mis mil cohetes al aire”. “Puede que sea así -admitió el doctor Pitocáido—. Pero debe usted contar también todos los que le tronaron en la mano”… La llamada “independen­cia de Cataluña” es una aberración lo mismo desde el punto de vista jurídico que desde el ángulo de la política. Quienes la urdieron y apoyaron habrán de recular más temprano que tarde, pues tan desorbitad­a acción no puede sostenerse. Su proclama, que daña más a Cataluña que a la nación española, constituye un absurdo acto de onanismo colectivo. Este movimiento, atrabiliar­io por lo ilegal e irrazonabl­e, parece farsa o esperpento; zonza asonada de zarzuela. Equivale a arrojar una piedra al vacío, a tejer en la trama de una tela de araña. Los separatist­as vascos tiraban bombas. Los independen­tistas catalanes, más modosos y con mayor instinto de conservaci­ón, tiran cohetes. Éste les tronará en la mano… FIN.

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