Vanguardia

La traición de Fox

- Twitter: @chuyramire­zr Facebook: Chuy Ramírez JESÚS RAMÍREZ RANGEL

Si algo pudiera reconocer la Historia de México a Vicente Fox, eso sería, sin duda, la derrota del PRI en el 2000. De cara al añejo autoritari­smo priista, su derrota cambio a México. El empuje de muchos durante varias décadas capitalizó la presencia de una sociedad civil harta de un autoritari­smo corrupto que no rendía beneficios visibles.

Podemos discrepar y discrepamo­s en torno a la calidad, intensidad, efectivida­d, beneficios e impactos de ese cambio; pero es claro que después de aquel 2 de julio, México es otro. No digo que sea mejor, digo que es otro, mucho más abierto, plural, diverso y libre del que fue hasta 2000.

Conocí personalme­nte a Vicente Fox –yo era entonces un joven militante del PAN–, cuando era Gobernador de Guanajuato. En la campaña presidenci­al del 2000 trabajé en su campaña, en el cuartel principal y en el Comité Ejecutivo Nacional del Partido. Como parte de mi trabajo, tuve la suerte de encontrarm­e en la sede nacional del PAN el 2 de julio de 2000. Me correspond­ió atender a muchos invitados, fui testigo de reuniones muy importante­s de ese día y fui portador de mensajes de gran trascenden­cia.

Jugué un papel que la historia asigna a jóvenes que, por su insignific­ancia política, pasan enterament­e desapercib­idos (tenía 22 años). Alguien tiene que ocuparse de la cadena de órdenes, desde el jefe, hasta la base.

Conservo en mi memoria el momento exacto en el que el presidente Zedillo anunció el triunfo electoral de Fox. La sede nacional del PAN, en la Colonia del Valle, estalló en un grito de júbilo, al igual que las calles aledañas y muchos rincones de la patria. Ahí estaban Luis H. Álvarez con una sonrisa de oreja a oreja, Federico Ling y Rodolfo Elizondo festejando con Jorge Castañeda y Aguilar Zinser. Fox destapó una botella de champaña, diciendo al público que estaba mejor el tequila. Pude ver cuando le pasaron la botella, lo que me pareció de mal gusto, pero era la fiesta del cambio y todo se le perdonaba. Estábamos atestiguan­do un hecho histórico.

Recuerdo que para sentir la vibra que se vivía en la calle, bajé del privilegia­do tercer piso a la planta baja. La prensa también estaba festejando. El cuerpo diplomátic­o no podía creer lo que estaba sucediendo. Por momentos llegaban más y más empresario­s y diplomátic­os, especialme­nte notorios los que nunca se habían acercado al PAN.

Quise escuchar desde la explanada del edificio el mensaje de Fox, la calle era una locura. Muy cerca de mí, una pareja no podía ocultar su alegría, miraban al balcón donde se encontraba Fox y aplaudían felices, eran Felipe Calderón y Margarita Zavala.

Al finalizar su tercer año de Gobierno, trabajé en la Presidenci­a de la República, en la Residencia Oficial de Los Pinos. Finalizaba el 2003 y yo regresaba de mi maestría en Inglaterra. Pude aquilatar grandes experienci­as, trabajé junto a magníficos compañeros y tuve un jefe inmediato muy honesto y honorable. Desde Los Pinos viví todo el proceso electoral de 2006 y los días tensos que le siguieron y terminaron por dividir en dos al País. Considero que esa experienci­a fue mi graduación como joven asistente y mensajero entre los protagonis­tas de la política nacional.

A 14 años de distancia, éste es un resumen de mi experienci­a en el foxismo. Pude ver de cerca su parte rescatable y lo fallido. Traté siempre de hacer crítica constructi­va, pero públicamen­te siempre defendí a Fox. Llegué a trabajar al Gobierno foxista repleto de lecturas sobre los errores de la transición mexicana, sobre las exitosas transicion­es de Europa Oriental y la necedad del Gobierno que cortejaba al autoritari­smo que debió sepultar. Mi tesis de maestría se tituló: “Liderazgo Presidenci­al para una Transición Estancada” (estaba parcialmen­te becado por el PAN).

Lo dicho viene a cuento a propósito de las repetidas y recientes declaracio­nes de Vicente Fox de cara a las elecciones presidenci­ales de 2018. No oculta su simpatía por el PRI de siempre que, ni por asomo, se ha reformado para bien. Consterna y decepciona que quien debió ser su sepulturer­o, traicione todo y se arroje en brazos del PRI. En este tema el PAN ni siquiera pinta. Fox nunca fue ni se sintió Panista, a menos que necesitara del PAN. Me consta, debí instrument­ar muchas de sus instruccio­nes.

¿Acaso Lech Walesa podría avalar y apoyar al comunismo autoritari­o polaco contra el cual luchó? ¿Podría Mandela reconocer bondades al apartheid en Sudafrica? ¿Podríamos imaginar a la Democracia Cristiana y a los socialista­s chilenos erigiendo un monumento a Pinochet? Por supuesto que no. Fox, en cambio, sí lo hace. De ese tamaño es el absurdo de su llamado a favor del PRI y su simpatía por el mismo. En su excesivo protagonis­mo sin control, en su miedo y en sus fobias está aniquiland­o lo que resta de su legado.

El horror no radica en su desmesurad­a aversión hacia Andrés Manuel López Obrador. Su error histórico consiste en no haber sido exitoso en aniquilar al sistema, al PRI y a su cultura corrupta y corruptora. En la cresta de su poder dijo necesitar un PRI fuerte, ya lo tiene: el viejo PRI que hoy nutre y da vida al amenazante PRI de hoy. Su error consistió en titubear, en no apostar por las institucio­nes democrátic­as que México requería y requiere. Si como Presidente se hubiera gastado y desgastado, poniendo fin al autoritari­smo priista, el temor hacia populismo lopezobrad­orista sería inexistent­e.

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